Un miliciano separatista entre escombros en Lugansk

Un miliciano separatista entre escombros en Lugansk Reuters

Europa

Sievierodonetsk y Jersón: los errores y avances que acercan un final como el que previó Kissinger

El objetivo de Rusia no era avanzar cien kilómetros en territorio ucraniano, sino hacerse con todo el país.

1 junio, 2022 03:23

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Paz por territorios. Ese es el "esquema Kissinger" y el que sobrevuela, por otro lado, cualquier guerra de ocupación. Territorios que se ceden al invasor a cambio de que deje de arrasar un país, o territorios que se ceden al país invadido a cambio de que conceda unos mínimos de seguridad sobre el resto de zonas conquistadas. En esta guerra, esas zonas se llaman Donetsk y Lugansk… y los últimos movimientos de ambos lados nos acercan a un escenario en el que esa negociación puede acabar siendo la única viable para acabar la guerra.

Por supuesto, no hablamos de un final inmediato ni de un colapso inminente de ninguno de los dos ejércitos, pues no se espera nada parecido, pero sí parece que cada lado de la contienda se está centrando en aquello que más fácilmente puede poner sobre una mesa de negociación. Rusia está a un paso de conquistar por completo Sievierodonetsk en una operación en la que apenas ha encontrado resistencia. Hay que recordar que Sievierodonetsk lleva bajo presión rusa desde el mismo 24 de febrero y que ya era objeto antes de sabotaje por parte de las milicias de la autoproclamada República Popular de Lugansk.

Cuando hablamos de un "desplome" en Sievierodonetsk, tenemos que ser prudentes. El desplome ha consistido simplemente en una retirada hacia Lisichansk, la única ciudad de la provincia en manos ucranianas, tras meses y meses de heroica resistencia, cuando ha resultado evidente que el beneficio de luchar por la ciudad no compensaba el riesgo de quedar atrapados en una pinza rusa que aislara a decenas de miles de soldados de élite. Dichos soldados serán muy necesarios ahora para defender las dos grandes ciudades de Donetsk: Sloviansk y Kramatorsk.

Un soldado en combate en la región del Donbás.

Un soldado en combate en la región del Donbás.

Aparte de la práctica ausencia de combate en Sievierodonetsk, otro factor que nos invita a pensar que defender Lugansk no estaba entre los planes militares de Zelenski es el hecho de que las dos grandes contraofensivas del último mes y medio se hayan producido en Járkov, recuperando buena parte del norte y del este de la región, y ahora en Jersón, donde, atravesado el río Inhulets, decenas de batallones recién formados estarían intentando empujar a las tropas rusas hacia la capital y, presumiblemente, rumbo de vuelta a Crimea.

Misión cumplida… a medias

¿Qué escenario nos deja esto? Uno en el que Rusia cada vez está más cerca de completar su misión esencial -ocupar el Donbás- a cambio de poner en peligro la complementaria -crear un corredor que una Donetsk y Lugansk con Transnitria-. En otras palabras, incapaces de contener la fuerza bruta rusa que se ha concentrado en el "caldero" del este de Donetsk y el oeste de Lugansk, los ucranianos estarían intentando recuperar el control del resto del país y conseguir así, de nuevo, una vía de acceso al Mar Negro.

Por supuesto, nadie cree que Ucrania vaya a rendirse sin más en Donetsk. Nadie está insinuando que la retirada de tropas que hemos visto en torno a Popasna y Sievierodonetsk vaya a repetirse cuando Sloviansk sea el objetivo ruso. Simplemente, constatamos el hecho de que Rusia no deja de avanzar en esa zona, aunque sea una distancia de unas pocas decenas de kilómetros semanales. El precio a pagar está siendo enorme en número de vidas para ambos lados y lo seguirá siendo.

Por otro lado, tampoco hay que imaginar que, mágicamente, Ucrania va a poder recuperar el sur del país. La contraofensiva ha comenzado y lo ha hecho con éxito, pero eso es habitual en este tipo de maniobras. El asunto ahora es mantener ese éxito. Tú atacas un flanco débil y el enemigo recula. Ahora bien, no desaparece.

Soldados rusos se paran cerca de una pintura de una mujer ucraniana que sostiene una bandera roja de la era soviética en territorio bajo el gobierno de la República Popular de Donetsk.

Soldados rusos se paran cerca de una pintura de una mujer ucraniana que sostiene una bandera roja de la era soviética en territorio bajo el gobierno de la República Popular de Donetsk. AP Photo

Rusia sigue manteniendo tropas de sobra en torno a Jersón y el sur de Zaporiyia, sobre todo en Melitopol. Arrebatarles esos territorios militarmente va a requerir una pericia extraordinaria, muchísimas armas nuevas y batallones bien entrenados y formados. Desconocemos si Ucrania dispone a estas alturas de esto último: el desgaste ha sido enorme para un ejército que ha tenido que multiplicarse durante estos tres meses y pico.

Una paz digna y noblemente luchada

La posibilidad que sí se abre, como comentábamos antes, es la de un acuerdo de cesiones. A poco que la contraofensiva ucraniana consiguiera recuperar una de las dos ciudades -Jersón o Melitopol- y a poco que Rusia consiguiera llegar a las puertas de Sloviansk y Kramatorsk, estrangulando así la capacidad militar ucraniana en el frente oriental, ambas partes se acercarían tanto a sus objetivos posibilistas que negar cuando menos un alto el fuego sería muy complicado de explicar.

Por supuesto, en un origen, el objetivo de Rusia no era avanzar cien kilómetros en territorio ucraniano, sino hacerse con todo el país -o al menos con sus centros de poder- y destituir así al gobierno de Volodimir Zelenski para colocar uno afín con el que todo fuera más fácil de negociar. Ahora bien, como apuntaba recientemente un experto militar en la televisión rusa, "los objetivos a partir de ahora se definirán por lo que seamos capaces de conseguir, no por nuestras intenciones previas". Es una gran verdad. Rusia ha ido adaptando su discurso con el tiempo y lo que era en principio una guerra contra Ucrania, Polonia, Estonia, la OTAN y lo que se pusiera por delante, ha acabado siendo una guerra para ver si cae Lisichansk y celebrar por todo lo alto.

Del otro lado, obviamente, Ucrania pretende mantener su integridad territorial. Perder decenas de miles de vidas, sufrir crímenes de guerra espantosos, aguantar posiciones sin suficientes armas ni suficientes reemplazos para luego negociar algo que podría entenderse como una rendición es doloroso. Otra cosa es que pueda llegar a ser necesario. El objetivo era resistir como estado independiente y lo ha conseguido. Si además puede recuperar buena parte del sur cedido a los rusos en combate, y solo perder lo que le quedaba por perder en el Donbás, no creo que ningún ucraniano pueda sentirse ofendido.

Un tanque ucraniano en la región de Donetsk.

Un tanque ucraniano en la región de Donetsk. Reuters

El dudoso futuro del ejército ruso… y de Vladimir Putin

Ahí es donde entra la "solución Kissinger", pero, al no ser una solución deseada por ninguno de los dos bandos, su condición de posibilidad depende de que todo se dé de la manera descrita: que a Rusia le compense ceder Jersón, el sur de Zaporiyia y el norte de Járkov, Izium incluida, a cambio del reconocimiento de Crimea y la totalidad del Donbás… y que, a su vez, a Ucrania le compense tragarse el orgullo y ceder esos territorios a cambio de la expulsión de tropas rusas del resto del país.

Lo que ha quedado claro en esta guerra, y es algo que Rusia ha aprendido a costa de matar a decenas de miles de personas y sufrir a su vez decenas de miles de bajas, es que Ucrania no es Georgia, no es Siria y no es Chechenia. Ucrania es un rival a considerar, por su propia entrega… y por sus aliados. Consiga un mejor o un peor acuerdo, Putin ha demacrado a sus propias fuerzas armadas, las ha debilitado al máximo y ha comprometido, por lo tanto, la seguridad rusa. Todo, a cambio de muy poco, casi nada. Su posición será difícil de mantener en los próximos meses. Los fracasos militares suelen costar caros.