Los líderes de Die Linke: Dietmar Bartsch y Susanne Hennig-Wellsow, en rueda de prensa tras las elecciones.

Los líderes de Die Linke: Dietmar Bartsch y Susanne Hennig-Wellsow, en rueda de prensa tras las elecciones. Reuters

Europa

Por qué el fracaso de Die Linke en Alemania debería poner en guardia a Podemos de cara a 2023

Lo que ha triunfado en Alemania es la estabilidad constitucional y democrática. Los que se han pegado una torta sin paliativos son los extremos: la AfD y Die Linke. Es decir, "La Izquierda".

30 septiembre, 2021 01:48

Noticias relacionadas

Hay veces que los "giros a la izquierda" o los "giros a la derecha" de determinados países se analizan con demasiada ligereza. Como si fueran barras libres para todos los partidos de esas ideologías en todos los países del entorno. Así, por ejemplo, el triunfo del SPD en Alemania -absolutamente inconcebible hace apenas tres meses-, parece haber revitalizado según determinados medios a los partidos progresistas de toda Europa... sin atender del todo a qué han querido expresar exactamente los votantes alemanes en las elecciones del domingo.

Siempre es difícil evaluar las transferencias de voto de un partido a otro, pero a nadie se le escapa que la debacle de la CDU/CSU, unido al 2,29% de votos que pierde la extrema derecha, equivale a millones de votos que han ido de posiciones conservadoras o directamente neonazis a fuerzas más o menos progresistas.

Socialistas y verdes recuperan prácticamente el total de los votos que pierden estos dos partidos. En ese sentido, el giro es evidente. Ahora bien, para ser un "giro a la izquierda" hecho y derecho necesitamos algo más.

De entrada, necesitamos un candidato del SPD que no sea Olaf Scholz, es decir, que no sea el vicecanciller de Angela Merkel y ministro de los primeros gobiernos de la 'Gran Coalición' con la CDU de 2005. A continuación, necesitamos un Partido Verde marcadamente de izquierdas, cosa que no está tan clara en Alemania. Aunque su candidata, Annalena Baerbock, no esconde su activismo, no conviene trasladar sin más lo que es el movimiento ecologista en Alemania con lo que es en España. Allí, el ecologismo es mucho más transversal. Una preocupación que no entiende necesariamente de ideologías, con décadas y décadas de relevancia política e incluso con experiencia gubernamental junto al SPD de Schroeder a finales de los noventa y principios de los 2000.

Lo que ha triunfado en Alemania, más que una orientación política u otra -que también, eso es obvio y no se puede negar- es la estabilidad constitucional y democrática. Los que se han pegado una torta sin paliativos, más allá de la CDU, son los extremos: la AfD y, sobre todo, Die Linke, es decir, 'La Izquierda', sin adjetivos, pura y sin pecado. La propia existencia de este partido nos habla a las claras de que, a sus ojos, el resto están bajo sospecha: no son lo suficientemente socialistas, coquetean con el neoliberalismo, se han vendido al capital americano y ese largo hilo de topicazos.

El líder del SPD y vicecanciller de Angela Merkel, Olaf Scholz.

El líder del SPD y vicecanciller de Angela Merkel, Olaf Scholz. Reuters

Los comunistas y Lafontaine

La izquierda de origen comunista ha perdido este domingo prácticamente la mitad de sus votos, que, en principio, no han ido a la abstención -la participación de este año es casi idéntica a la de hace cuatro- sino a otras opciones más moderadas. En eso, insisto, puede haber influido la presencia de Baerbock como candidata ecologista, pero tiene que haber algo más porque el golpe es impresionante. No es que antes tuvieran muchas opciones de entrar en un gobierno de coalición, pero ahora, directamente, no tienen ninguna. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí y qué es exactamente esa 'Izquierda' que tanto presume de sí misma?

'Die Linke' como tal es un partido relativamente nuevo. El objetivo era salir de las catacumbas del PDS, heredero directo del Partido Comunista, cuyo caladero de votos, cómo no, estaba en la antigua Alemania Oriental y cada vez andaba más vacío. En las últimas elecciones en las que se presentó como candidatura separada (2002), el PDS consiguió el 4% de los votos y dos escaños en el Bundestag. El cambio llegó en la siguiente convocatoria electoral, la de 2005, cuando Oskar Lafontaine se subió al barco con su recién creado WASG (Trabajo y Justicia Social- La Alternativa Electoral).

Oskar Lafontaine, fundador del partido Die Linke.

Oskar Lafontaine, fundador del partido Die Linke. Die Linke

Lafontaine había sido un hombre clave en la socialdemocracia alemana: presidente del SPD durante buena parte del primer gobierno de Gerhard Schroeder y, antes, rival electoral de Helmut Kohl en los años de dominio absoluto de la democracia cristiana, Lafontaine salió del partido que ayudó a configurar entre polémicas y enemistades personales. Su alianza con el Partido Comunista invitaba a pensar en dos posibilidades: o los comunistas se acercaban a la socialdemocracia... o un buen grupo de socialdemócratas se unía al comunismo recién derrotado. Al final, ha habido un poco de todo.

Los años del 'sorpasso' a la vista

La unión de ambos partidos en el llamado 'Partido de la Izquierda' dio resultados electorales inmediatos: en 2005, ese 4% pasaba a ser un 8,7%... y los dos escaños se convertían en cincuenta y cuatro. Rebautizados como 'La Izquierda', sin más, en 2007, su apogeo llegaría en las siguientes elecciones (2009), cuando más de cinco millones de alemanes les dieron su confianza y el partido superó el 11% del total de sufragios. Unos resultados espectaculares que invitaban a pensar en una reformulación del pensamiento crítico progresista e, incluso, por qué no, en un 'sorpasso' al SPD, cuya coalición con Merkel había desencantado a muchos sectores de la izquierda alemana.

¿Qué era, pues, Die Linke en 2009? Básicamente, lo que sería Podemos después del primer Congreso de Vistalegre. Un partido con origen en el Partido Comunista pero a su vez lleno de reformistas que pretendían llevar el movimiento hacia el centro... ante la oposición de un núcleo duro que seguía anclado en las consignas clásicas de la izquierda pura y virginal. Un pequeño berenjenal que funcionaba mejor con un nombre que no recordara al pasado pero que a su vez fuera suficientemente claro. Había algo en Die Linke de Izquierda Unida, por supuesto, pero con Oskar Lafontaine, matiz diferencial que le acercaba más a un liderazgo del tipo Pablo Iglesias o, incluso, Íñigo Errejón.

El problema para Die Linke fue que Lafontaine se retiró demasiado pronto, a causa de un cáncer que le obligó a abandonar la política. La savia nueva del WASG desaparecía y, así, Die Linke volvía a ser poco más que el PDS pero sin un vínculo tan claro con lo peor de la RDA. En 2013, los resultados fueron malos. En la gran victoria de la CDU, Die Linke bajó al 8,6% para subir cuatro años después al 9,7%. Olvidemos el 'sorpasso', busquemos coaliciones de oposición, pactemos en Ayuntamientos y Länder, sobrevivamos como podamos. Así, hasta la debacle de 2021.

Cómo perder la mitad de los votos

Gregor Gysi puede ser recordado como el candidato con peores resultados desde aquel 2002 que significó el fin del PDS como marca electoral... pero tampoco sería justo. Al fin y al cabo, Gysi ha sostenido a la coalición casi desde la marcha de Lafontaine, en las duras y en las maduras. Su antieuropeísmo militante y su discurso repetitivo pueden haber acabado agotando a sus votantes, atraídos por otras propuestas más actualizadas. No lo sabemos. El caso es que lo que pudo ser Podemos ha vuelto a ser el Partido Comunista, sin más, con los mismos apoyos y casi el mismo porcentaje de votos... aunque, eso sí, con treinta y siete escaños más en el Bundestag, cortesía de la extraña ley electoral alemana y la importancia que da a los triunfos directos en circunscripciones (Die Linke consiguió tres: dos en Berlín y uno en Leipzig, de nuevo, antiguos territorios de la Alemania Oriental).

Si Alemania ha girado a la izquierda -que lo ha hecho- hay que dejar claro que no lo ha hecho a cualquier izquierda sino a la izquierda más pragmática. La del vicecanciller de Merkel, insisto. En clave española, el PSOE puede tener motivos para celebrar, especialmente si la aritmética acaba permitiendo un gobierno de Scholz con verdes y liberales, cosa que aún está por concretar. Ahora bien, Podemos no tiene nada que celebrar aquí. Podemos debería temblar ante estos resultados y la posibilidad de que sus siete años de gloria electoral acaben en 2023 con una vuelta a lo que antes era Izquierda Unida.

En ese sentido, conviene recordar que la última vez que Izquierda Unida se presentó en solitario a unas elecciones generales, las de 2015, en plena resaca de la mayor crisis económica en décadas, consiguió el 3,68% de los votos y dos diputados. Por colocarlo en perspectiva, logró menos votos en todo el país que los que logró la coalición de En Comú y Podemos en Cataluña. En vez de dimitir, Alberto Garzón decidió unirse al 'enemigo' e intentar fagocitarlo desde dentro. Parece que lo está consiguiendo: la vicepresidenta Yolanda Díaz no deja de ser una histórica del comunismo gallega y afiliada durante años al PCE y a Izquierda Unida. Ella parece que será la próxima candidata.

Garzón en una imagen de archivo.

Garzón en una imagen de archivo. Europa Press

Lo que funcionó bien en su momento a Podemos y hasta cierto punto a Die Linke -que nunca se atrevió a tanto- fue la transversalidad. Sin transversalidad, queda esto. ¿Aprenderá la lección el socio de gobierno de Pedro Sánchez u optará por una nueva apelación a los valores universales de la izquierda fetén? La media de encuestas les da ahora mismo una expectativa del 10,6% de cara a las elecciones de 2023... si es que la actual legislatura aguanta hasta entonces. Hablamos de un 2,4% menos de lo que consiguieron en noviembre de 2019 contando todas las confluencias.

Ese 10,6%, de confirmarse, sería el peor resultado de Unidas Podemos desde su primera aparición como tal en 2016, cuando lograron el 21,1% de los votos. Perder la mitad de tus votantes en cinco años es preocupante... y es exactamente lo que le ha pasado a Die Linke. Más preocupante sería, con todo, no hacer nada por evitarlo. Lo visto en Alemania no responde a una ley universal que deba cumplirse en todos los países, pero sí manda un mensaje: cuidado con el exceso. Muy bien tendrá que rodearse Yolanda Díaz para sobrevivir a tentaciones puristas que hagan que su partido acabe como ha acabado el de Gysi. A ver si le dejan, que esa es otra. Lo averiguaremos, como tarde, en dos años.