El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, da la bienvenida al secretario del Ejército de Estados Unidos, Daniel Driscoll, antes de su reunión el pasado 20 de noviembre. Reuters
EEUU anuncia que Ucrania ha aceptado su nuevo plan de paz pero espera que Rusia lo rechace en Abu Dabi
El optimismo despertado en Ginebra choca con las condiciones que Rusia exige en la cumbre con Discroll, mientrasTrump manda a Witkoff a Moscú.
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La Casa Blanca anunció este martes que Ucrania había aceptado el plan de paz reformado por Marco Rubio, aunque tal vez, como es habitual, esté vendiendo la piel del oso antes de cazarlo.
La Administración Trump también estaba convencida de que Zelenski les había dicho que sí a los 28 puntos originales cuando en realidad solo se comprometía a estudiarlos. En este caso, tras las reuniones de Ginebra, el presidente ucraniano mostró un cauto optimismo… pero advirtió de que “aún había que seguir trabajando”.
Asimismo, la delegación ucraniana insistió en una nueva reunión entre Zelenski y Trump para matizar esos pequeños desacuerdos que aún siguen sobre la mesa.
El problema es que ni Zelenski ni Trump empezaron esta guerra y, en rigor, ninguno de los dos puede acabarla.
Su relación ha pasado por más bajos que altos desde la misma llegada del ucraniano al poder en 2019 y las presiones que sufrió por parte de Trump para investigar los negocios de Hunter Biden, el hijo del exvicepresidente durante la Administración Obama. Aquello derivó en una investigación del Congreso y un intento frustrado de “impeachment”.
Si por Trump fuera, Zelenski estaría fuera del Gobierno y negociaría solo con Putin. Lo que salva a Zelenski –“sus cartas”, por seguir la jerga de Trump- es el apoyo europeo, que se ha mantenido intacto desde el 24 de febrero de 2022.
Es ese apoyo lo que impide a la Casa Blanca cortar amarras y dejar a Ucrania a su suerte. Por mucho que el presidente y, sobre todo, el vicepresidente Vance odien a Europa, saben que son aliados de gran valor comercial y estratégico. No pueden prescindir de ellos.
De ahí que, a las pocas horas del angustioso mensaje a la nación de Zelenski en el que hacía público el drama de tener que elegir entre la dignidad de su país y la relación con Estados Unidos, todos los líderes europeos de peso salieran a respaldarle públicamente.
Esa fue la clave para que los 28 puntos hayan quedado en 19, los ultimatums hayan desaparecido y Marco Rubio haya tenido que desplazarse en primera persona a Suiza para recomponer unas negociaciones que habían descarrilado gracias a la torpeza y la sumisión prorrusa de Steve Witkoff y Daniel Discroll, secretario del Ejército estadounidense e íntimo amigo de J.D. Vance.
Pocas esperanzas en Abu Dabi
Precisamente, Discroll, que ya pasó por el trago de tener que exigirle a Zelenski que aceptara un plan disparatado, se reunió este martes con una delegación rusa en Abu Dabi.
En principio, está ahí para presentarles el nuevo plan, pero igual les vende una versión más afín a sus expectativas. Es algo que ya ha hecho la Administración Trump, por ejemplo en Gaza.
Hay que tener en cuenta que, por muy escorada hacia el lado ruso que estuviera la propuesta original, el Kremlin no mostró en ningún momento el más mínimo entusiasmo. Casi, al contrario.
En un principio, Putin dijo que sí, que había leído el memorándum y que le había parecido interesante… pero luego matizó que, en realidad, solo le había echado un vistazo con una lectura en diagonal.
Luego, se quejó de que el texto no le hubiera llegado directamente, es decir, que, según el Kremlin, habían tenido noticia del mismo por terceros y no por la propia administración estadounidense; algo realmente extraño, pero que parece haberse convertido en la versión oficial. Tal vez lo leyó en la prensa.
Horas antes de la reunión en Abu Dabi, el Ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, insistía en que Rusia no solo no aceptaría un recorte en la propuesta original de los 28 puntos, sino que confiaba en que estos pudieran adaptarse mejor a lo hablado en Alaska entre Putin y Trump.
Es difícil saber exactamente de qué hablaron porque a la prensa trascendieron muy pocas cosas, pero tampoco debió de ser precisamente un gran éxito si la comida posterior se suspendió, Putin se marchó antes de tiempo y después se negó a reunirse con Trump en Budapest como había propuesto el presidente estadounidense.
Convencimiento mágico en el ejército ruso
En cualquier caso, hay que insistir todo lo que sea preciso en que Rusia no está interesada en ningún tipo de alto el fuego ni de paz duradera. Le puede valer un punto intermedio, es decir, algo parecido a los Acuerdos de Minsk de 2015, que detengan la guerra lo suficiente como para volver a rearmarse y continuarla cuando considere oportuno. Ahora bien, Putin sigue creyendo que, aunque ese es el final más probable de esta parte del conflicto, aún no se dan las condiciones necesarias para sentarse a la mesa y llegar a compromisos.
¿Por qué lo piensa? Porque tiene un convencimiento casi mágico de que el ejército ruso ocupará tarde o temprano todo lo que Ucrania se niega a ceder de antemano.
Un convencimiento que ha conseguido transmitir a Trump, quien repitió esa argumentación la pasada semana en la cadena FOX News, cuando presentó el famoso ultimátum de Acción de Gracias.
Militares ucranianos disparan un obús autopropulsado contra tropas rusas cerca de la ciudad de Pokrovsk, en primera línea del frente. Reuters
La guerra de los tres días se acerca ya al cuarto año y cada cierto tiempo se repiten los mismos mantras: las tropas ucranianas están agotadas, apenas hay reemplazos, las deserciones aumentan y no podrán aguantar mucho.
La realidad, en cambio, es tozuda. Se estima que en lo que va de 2025, Rusia ha logrado invadir el 1% del territorio ucraniano… a cambio de perder, entre muertos y heridos, a más de 100.000 hombres.
Las cuentas no salen, aunque una guerra no es lineal y el frente puede cambiar bruscamente en un momento dado, como ya sucedió en verano y otoño de 2022, con la recuperación de Jersón capital y de buena parte del noroeste de Járkov. Para este invierno, Putin vuelve a confiar en el frío y en socavar la resistencia de la sociedad civil.
Witkoff, de nuevo, en Moscú
Es cierto que los escándalos empiezan a rodear a Zelenski, con demasiados casos de corrupción en su entorno y la acusación de querer aprovechar la guerra para destituir a gobernadores y alcaldes de la oposición y colocar a gente de su partido al frente de las distintas regiones que le fueron hostiles en las elecciones de 2020.
El caso reciente del alcalde de origen ruso de Odesa, Genadi Trujanov, ha levantado muchas ampollas.
Ahora bien, hablar de una división del pueblo ucraniano o de su clase política sería mucho decir. Putin está convencido de que se acabará produciendo y que eso le permitirá colocar al Yanukovich de turno en el poder. Mientras tanto, no tiene prisa alguna para ningún acuerdo.
Aunque Trump insistió este martes en su red social, Truth, en que iba a seguir luchando por la paz y que mandaría a Witkoff a Moscú para reunirse con Putin y a Discroll de nuevo a Kiev para hablar con Zelenski -ni rastro del que nominalmente sigue siendo el enviado especial del presidente para la guerra de Ucrania, el general Keith Kellogg-, todo arrastra una incómoda sensación de déjà vu.
Incluso Mitch McConnell, líder de la mayoría republicana en el Senado, salió a criticar la falta de contundencia de Trump y, sobre todo, de su equipo. Vueltas y vueltas para no llegar a ningún lado y, en lo que se reúnen todos con todos, los misiles cayendo sobre objetivos civiles en Kiev.