Trump luce una gorra con la leyenda ¡Trump tenía razón en todo! durante su visita al museo The People's House: A White House Experience.

Trump luce una gorra con la leyenda "¡Trump tenía razón en todo!" durante su visita al museo The People's House: A White House Experience. Jonathan Ernst Reuters

EEUU

Militares en las calles, asalto a multinacionales... y persecución a disidentes como John Bolton: los nuevos EEUU de Trump

Mientras la Guardia Nacional sigue patrullando por San Francisco y por Washington D.C., el FBI anunció este viernes el registro del despacho y el domicilio de John Bolton, exasesor de seguridad nacional de Trump y crítico encendido de sus políticas.

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Al espectador atento, la conferencia de prensa de Donald Trump y Volodímir Zelenski del pasado lunes debió de dejarle los pelos como escarpias. Más allá del chascarrillo en torno a la posibilidad de celebrar elecciones en Ucrania —"Ah, que si el país está en guerra, no hay elecciones, interesante…", dijo Trump ante la risa nerviosa de la prensa—, todas las intervenciones en clave nacional fueron alarmantes: el multimillonario arremetió contra el voto por correo, que considera una puerta al fraude y que, según él, solo funciona en Estados Unidos. También prometió prohibir las máquinas de recuento automático para sustituirlas por el clásico voto a voto en urna de hace décadas.

La firmeza con la que Trump hizo estas declaraciones no debería pasar desapercibida. Luego, podrá conseguir su propósito o no, pero las intenciones están claras: intervenir en el proceso electoral estadounidense, eliminar la posibilidad de que las clases más bajas puedan votar por correo —los comicios se celebran siempre en martes laborable— y borrar cualquier ventaja que los demócratas puedan tener al respecto.

Se da por hecho que el votante demócrata no solo vota antes, sino que, sobre todo desde la pandemia, evita en la medida de lo posible el colegio electoral y sus larguísimas colas.

En definitiva, Trump quiere hacer del voto un derecho exclusivo de los más convencidos, dando por hecho que estos serán sus votantes, es decir, los del movimiento MAGA.

A eso hay que sumarle sus ataques despiadados a Joe Biden, su insistencia en que los anteriores comicios habían sido manipulados, la acusación de que sus rivales políticos hacen trampa continuamente y el elogio de las medidas antiinmigración y antidelincuencia que han consistido básicamente en el despliegue del ejército y la Guardia Nacional en California y Washington D.C., feudos demócratas.

Los indultos preventivos de Biden

El uso de la fuerza para implantar las medidas del Gobierno y el intervencionismo en el proceso electoral son dos de las señas de identidad de cualquier autócrata.

Hay otro: la criminalización y posterior persecución del enemigo. No solo del enemigo político, sino del enemigo personal, puesto que en el autócrata ambas figuras se mezclan y son imposibles de separar.

El expresidente Biden ya se olió algo de este estilo cuando indultó de forma preventiva a sus hermanos James, Frank y Valerie, al exdirector del CDC, Antony Fauci y al exjefe del estado mayor, el general Mark Milley.

Biden estaba convencido de que Trump iba a ir a por ellos. Con el control de la Casa Blanca, del Senado, de la Cámara de Representantes y de la Corte Federal, más la enorme cantidad de jueces de distrito que habían sido nombrados por él durante su primer mandato, los motivos para la preocupación eran lógicos. 

Al menos, si se tiene en cuenta que hablamos de un político que constantemente amenaza con encarcelar a sus opositores y que incluso cuelga de sus redes sociales vídeos hechos con IA en los que Barack Obama es puesto de rodillas y esposado por el FBI.

Con todo, los indultos no podían incluir a todo el mundo. Por ejemplo, no incluyeron a John Bolton, antiguo consejero de seguridad nacional bajo la primera Administración Trump, entre abril de 2018 y septiembre de 2019.

Bolton, pieza clave para entender la postura de aquel Gobierno respecto a Irán, que desembocaría en el asesinato del general Qasem Soleimani en Bagdad en enero de 2020, había acabado muy mal con Trump. Tan mal que no dudó en alertar de una posible deriva autoritaria, criticó sus políticas internacionales y sus relaciones con Rusia e incluso llegó a publicar un libro, La habitación donde sucedió, en el que califica a Trump de "no apto" para la presidencia.

¿Persecución a John Bolton?

El enfrentamiento entre Trump y Bolton se enconó tanto que una de sus primeras decisiones como presidente fue quitarle la protección federal de la que disfrutaba debido a las amenazas de muerte del régimen de los ayatolás.

Trump siempre ha calificado a Bolton de inútil y de parásito, acusándole de hacerse famoso a su costa. Bolton, por su parte, no ha dejado de criticar las decisiones de Trump como analista internacional de la CNN.

La disputa llegó este viernes a otro nivel cuando el FBI entró a registrar el despacho de Bolton en Washington y su domicilio en la cercana Maryland. La investigación parece tener que ver con la presunta posesión de información clasificada por parte de Bolton.

Aparte de la ironía que supone que Trump, que fue encausado por llevarse a Mar-a-Lago cajas y cajas con información sensible para enseñarlas a las visitas —un detalle que él mismo recordó este viernes desde el Despacho Oval—, presente esos cargos, lo cierto es que más parece un registro preventivo que otra cosa, un aviso para Bolton y para los que pretendan seguir su senda crítica.

En este sentido, hay que recordar que el director del FBI, Kash Patel, es un convencido de la causa trumpista y accedió al cargo quitándose de en medio a Christopher Wray, nombrado también por Trump en 2017.

Lo normal es que los directores del FBI estén diez años en el cargo, precisamente para evitar su vinculación a un gobierno u otro. También es cierto que Trump ya había hecho lo mismo cuando nombró a Wray, despidiendo a James Comey, el hombre que investigó la relación entre Rusia y la campaña electoral que llevó a Trump a la Casa Blanca en 2016.

La CIA, bajo el control de Gabbard

La independencia del FBI queda así en entredicho, como la de la CIA, dependiente de la Directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard. Gabbard, conocida por su afinidad con el régimen de Vladímir Putin y fiel conversa al movimiento MAGA, lleva meses recortando personal y medios, siempre bajo la premisa de que la agencia estaba llena de izquierdistas radicales que querían politizar sus acciones.

De fondo, como siempre, la investigación que la CIA también hizo en su momento de la relación entre Rusia y Trump.

Todo este uso de las administraciones del estado para colocar a gente sin experiencia y con el único valor de mostrar una fidelidad absoluta al gran líder ya es de por sí peligroso.

Si a eso le sumamos su voluntad de seguir cualquier orden por encima de cualquier ley, tenemos el escenario perfecto para un hundimiento democrático. Si lo de Bolton se quedará en un susto o no, lo sabremos pronto. Lo que ya nadie duda es que después del exasesor vendrán más críticos de una manera o de otra.

Después de Washington... ¿Chicago?

Trump no se detuvo ahí. Desde la comodidad del Despacho Oval, el presidente sugirió este viernes que podría desplegar más tropas de la Guardia Nacional en ciudades como Chicago y Nueva York. Así, sin rodeos. Una amenaza que ya ha cumplido en Washington D.C.

Según él, la solicitud de ayuda —porque siempre hay alguien que le suplica— vino de "varios políticos". No concretó quién lo había solicitado. Pero eso no le impidió pintar el escenario apocalíptico habitual donde solo él, y sus tropas, pueden restaurar el orden.

"Me llaman para que vaya a Chicago, a Nueva York, a Los Ángeles. Si no hubiéramos intervenido en Los Ángeles con [el gobernador Gavin] Newsom, esa ciudad no habría podido ni soñar con los Juegos Olímpicos. La habrían destrozado. Pero fuimos, y se acabó el caos desde el primer día", aseguró ante un nutrido grupo de periodistas.

No es la primera vez que Trump pone a Chicago en su punto de mira. Ya había amenazado antes con enviar militares a una ciudad que considera, en sus palabras, "un desastre". Lo reiteró hace dos semanas con su característico tono de shérif en campaña: “Voy a echar un vistazo a Nueva York dentro de un rato y si es necesario, haremos lo mismo en Chicago, que es un desastre”.

La respuesta desde Illinois no tardó en llegar. El gobernador demócrata J.B. Pritzker fue claro: “No tiene ningún derecho ni capacidad legal para enviar tropas a la ciudad de Chicago”. Tampoco parece que el alcalde Brandon Johnson, también demócrata, esté dispuesto a permitir que la Guardia Nacional desfile por las calles.

Asalto a Intel

Además, Trump ha anunciado este viernes que Intel cederá al Gobierno federal un 10% de su capital accionarial, "unos 10.000 millones de dólares", según sus cálculos. "Le dije que creo que sería bueno tener a Estados Unidos como socio. Han aceptado hacerlo y creo que es un gran acuerdo para ellos", presumió sobre su conversación con Lip-Bu Tan, el director ejecutivo de la gigante tecnológica.

Intel había sido el mayor beneficiario de los fondos estadounidenses en el marco de la Ley CHIPS de la era Biden, que tenía por objeto proporcionar subvenciones gubernamentales y desgravaciones fiscales a las empresas de semiconductores que aceptaran construir nuevas fábricas en suelo estadounidense.

La Administración Biden acordó conceder a la compañía cerca de 11.000 millones de dólares en subvenciones en virtud de la ley, que Trump criticó con dureza durante la campaña electoral. Ahora, sin embargo, Trump utilizará ese mecanismo para asaltar el accionariado de la compañía.