
Donald Trump Jr, en la ceremonia inaugural de su padre.
Medio millón por entrar y nada de móviles ni periodistas: así es el nuevo club secreto del primogénito de Donald Trump
Executive Branch no es un simple capricho de millonarios. Es un arma estratégica diseñada para operar lejos del ruido mediático, pero en el epicentro de las decisiones.
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El nuevo club de Donald Trump Jr. no tiene vistas al Capitolio ni moqueta oficial. Está en el sótano de un centro comercial en Georgetown, uno de los barrios más exclusivos y simbólicos de Washington, y aspira a convertirse en el núcleo de poder de la nueva aristocracia conservadora.
A golpe de talonario —hasta 500.000 dólares solo para acceder como socio fundador— y con móviles requisados y periodistas vetados sin excepción, Executive Branch nace como refugio blindado para inversores, políticos y empresarios afines al universo MAGA.
En una ciudad que consideran hostil, este espacio pretende ofrecer discreción, afinidad ideológica y una estética lujosa. Un proyecto discreto pero explosivo, que mezcla un menú “antiwoke”, secretismo absoluto y la ambición de construir un nuevo espacio de influencia desde las sombras del poder.
Un sótano de lujo
El espacio, que tiene prevista su apertura oficial a finales de este mes tras haber celebrado ya algunos eventos privados, busca convertirse en el refugio de la élite afín al trumpismo en el centro neurálgico de Estados Unidos. Lo impulsa Trump Jr. junto a Omeed Malik, cofundador del fondo 1789 Capital, una firma de inversión afín al ideario conservador que quiere contrarrestar la influencia, que considera progresista, de Silicon Valley.
Según explican, amigos, conocidos y socios necesitaban un espacio en Washington donde los sectores afines a la derecha pudieran hablar sin límites. "No hay muchas opciones que sean amigables para los republicanos aquí", asegura Malik.
Más allá del espíritu de confraternidad, el club también representa una ambición estratégica: crear un entorno permanente, físico y simbólico, donde se refuerce la influencia cultural y política del movimiento Make America Great Again.
El espacio pretende consolidarse como un santuario, alejado del escrutinio público y construido a medida para una nueva generación de empresarios, tecnólogos y políticos conservadores decididos a marcar territorio en la capital norteamericana. En un contexto de polarización creciente, el proyecto se presenta como una respuesta directa a lo que perciben como la hegemonía demócrata de determinados círculos institucionales y culturales.
Alta cocina 'antiwoke'
Lejos de limitarse al lujo decorativo y la privacidad férrea, la oferta gastronómica también forma parte de la experiencia y del mensaje. Lo que se sirve dentro va mucho más allá del típico menú de club elitista estadounidense: la carta ha sido diseñada con guiños al movimiento Make America Healthy Again, e incluye platos elaborados con aceite de oliva, pescados a la parrilla, cítricos, verduras frescas y cocina japonesa.
Al frente estará Salvatore Brucculeri, chef del exclusivo club Carriage House en Palm Beach, Florida, y se espera la incorporación de un chef de sushi especializado.
En la carta no habrá hamburguesas ni comida rápida, a pesar de la conocida debilidad de Donald Trump padre por este tipo de alimentos.
En su lugar, se ofrecerá lo que sus impulsores denominan un "menú antiwoke": basado en ingredientes tradicionales, sin ultraprocesados, y alejado de las tendencias asociadas al mundo progresista, que se acompañarán de una amplia selección de vinos y cócteles. La experiencia culinaria busca transmitir los mismos valores de distinción, sobriedad y diferenciación ideológica que pretende proyectar todo el club.
Todo ello en un entorno que evoca el interior de una mansión estadounidense: salones privados, comedor selecto, bar en dos niveles y zonas VIP reservadas.
Privacidad total y veto a la prensa
Pero lo que más llama la atención no son las paredes y lámparas, sino la promesa de exclusividad y blindaje. Solo unas 200 personas podrán acceder en esta primera fase, muchas de ellas con perfiles de alto nivel empresarial o político. Para los aspirantes, que tendrán que ser personalmente aceptados, las tarifas oscilan entre los 100.000 y los 500.000 dólares —por la cuota de acceso más alta—, que únicamente da derecho a entrar: a eso hay que sumar un pago anual que asciende también a varias decenas de miles de dólares para mantener la condición de socio.
La organización ha dejado claro que ningún periodista será admitido, ni siquiera aquellos ideológicamente afines.
"No queremos convertirnos en un blanco de titulares malintencionados", explican desde la dirección, que defiende esta política como una forma de preservar la confianza y la intimidad de los asistentes. Una decisión que ha generado críticas entre analistas y medios de comunicación, que alertan del riesgo de crear este tipo de espacios opacos donde se diluyen los límites entre vida social, negocios e influencia política.
Los móviles también se retirarán en la entrada para garantizar la privacidad total de las conversaciones.
"Queríamos crear un entorno donde nadie tuviera que preocuparse por acabar grabado o filtrado, y también evitar la presión constante de los medios, algo que resulta casi inevitable en Washington", añade Malik. La norma aplica a todos los asistentes sin excepción, incluso a simpatizantes del entorno MAGA. Aunque no se ha confirmado el uso de inhibidores de señal, no se descartan medidas adicionales para reforzar el aislamiento y la seguridad del espacio.
¿Un club social o una vía para influir?
Los impulsores del proyecto aseguran que el club no está concebido como una plataforma de captación de fondos ni como una herramienta para presionar a cargos públicos. Sin embargo, expertos en ética y varios congresistas demócratas lo ven con otros ojos.
"Parece una estratagema para vender acceso a la administración Trump", ha afirmado John Pelissero, experto del Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Santa Clara, en California.
Él y otros analistas advierten de que este tipo de entornos cerrados pueden serpentear los límites legales al facilitar encuentros entre altos cargos y grandes inversores sin supervisión pública. La ausencia de registros de reuniones o agendas oficiales puede propiciar también acuerdos informales o compromisos difíciles de fiscalizar. Además, la delgada línea entre lo social y lo político refuerza la percepción de que el acceso al poder en Estados Unidos depende cada vez más de una billetera llena y buenas relaciones sociales.
Georgetown, de bolera a refugio MAGA
De ahí que su localización tampoco haya sido al azar. Georgetown es uno de los barrios más emblemáticos y exclusivos de Washington D. C., un enclave histórico que combina arquitectura colonial, universidades famosas mundialmente como Georgetown University y una fuerte tradición ligada a la élite política, diplomática y académica. Es una zona de alto poder adquisitivo, frecuentada por senadores, jueces del Supremo y congresistas, lo que da un valor simbólico añadido a cualquier movimiento que se produzca allí.
En ese contexto, ubicar Executive Branch en un centro comercial del barrio no es casual. Aunque el edificio alberga tiendas y una oficina de tráfico, el acceso privado desde el aparcamiento permite una entrada y salida discreta para los socios.
En redes sociales ya ha empezado a circular un apodo irónico para la institución: "Mall-a-Lago". Un término que mezcla 'Mar-a-Lago' —el club y residencia privada de Trump en Florida— y la palabra ‘mall', por el centro comercial donde se ubica este nuevo club. Una forma de subrayar la paradoja entre el elitismo que quiere proyectar y su ubicación bajo tierra.
Los nombres detrás del club
Executive Branch no es solo un club de lujo: es un proyecto respaldado por algunas de las figuras más influyentes del nuevo conservadurismo financiero. Entre sus impulsores destacan los gemelos Winklevoss, pioneros del sector cripto y conocidos por su enfrentamiento con Mark Zuckerberg por la autoría de Facebook.
También David Sacks, empresario tecnológico y actual responsable del Consejo Presidencial de Asesores en Ciencia y Tecnología de la Casa Blanca, con un papel clave en el desarrollo de la estrategia gubernamental sobre inteligencia artificial y criptomonedas.
A ellos se suman Alex y Zach Witkoff, hijos del promotor inmobiliario Steve Witkoff, vinculado a la órbita de Trump desde hace años. Este grupo de millonarios no solo aporta capital e influencia, sino una red de contactos estratégicos que puede convertir este club en un nuevo centro de poder informal.
Mientras los focos se centran en quién cruzará esas puertas blindadas, una cosa parece clara: Executive Branch no es un simple capricho de millonarios. Es un arma estratégica diseñada para operar lejos del ruido mediático, pero en el epicentro de las decisiones.