
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, asiste a un evento del Mes de la Historia de la Mujer en la Casa Blanca en Washington. Reuters
El dilema de Trump: por qué no puede cortarle la cabeza a Waltz tras meter a un periodista en un grupo de alto secreto
Jeffrey Goldberg ha criticado repetidamente a Trump desde The Atlantic. Claudicar ante sus revelaciones supone no solo otorgar credibilidad a la prensa tradicional sino también encumbrar a uno de sus principales enemigos dentro de la misma.
Más información: Sale el chat íntegro en el que la cúpula de Trump coordina un ataque en Yemen sin saber que hay un periodista en el grupo
Hacia la medianoche del martes el hijo mayor de Donald Trump decidió dar el paso e intervenir en el escándalo desatado el día anterior por el director de la revista The Atlantic, Jeffrey Goldberg, después de informar al público estadounidense de que el consejero de Seguridad Nacional, Mike Waltz, le había añadido por error a un chat secreto en el que se estaban debatiendo acciones militares contra Yemen. Una brecha bastante grave en los protocolos de seguridad que deberían envolver a los altos cargos estadounidenses.
“¿Por qué Jeffrey Goldberg no revela en sus artículos que está registrado como demócrata”, escribió Donald Trump Junior –Don Jr. para los amigos– en sus redes sociales haciendo alusión a las preferencias políticas de Goldberg: el Partido Demócrata. Y añadió: “Su esposa también trabajó para Hillary Clinton y ha donado casi 25.000 dólares al Partido Demócrata”. “Gran pregunta, Don”, contestó un conocido activista progresista llamado Joshua Reed Eakle. “¿Por qué Pete Hegseth [el secretario de Defensa y otro de los integrantes del chat] compartió información militar clasificada con una persona registrada como demócrata en un chat no seguro?”.
Aunque hay muchas voces que consideran que la ideología de Goldberg es irrelevante en el ya famoso caso del chat de Signal (una aplicación de mensajería instantánea similar a WhatsApp o Telegram), que simpatice con el Partido Demócrata y se haya mostrado harto crítico con Trump a lo largo de los últimos años es un dato importante a la hora de comprender por qué la Casa Blanca ha decidido cerrar filas en torno a Waltz.
Porque conviene no llevarse a engaño. Según ha informado el periódico conservador The Wall Street Journal, Trump está furioso con Waltz por lo sucedido. Y una persona próxima al presidente declaró ayer ante los reporteros de la revista Politico –aprovechando el anonimato garantizado por éstos previamente– que “todo el mundo en la Casa Blanca está de acuerdo en una cosa: Mike Waltz es un jodido idiota”.
Pero una cosa es el enfado interno y otra muy diferente dar la razón a un periodista como Goldberg –que como se ha dicho lleva años siendo muy crítico con Trump– y a la revista que dirige. A fin de cuentas, The Atlantic es una publicación ubicada en el centro-izquierda del espectro político estadounidense.
“En Estados Unidos la polarización mediática ha alcanzado niveles extremos, con segmentos enteros de la población viviendo en realidades completamente diferentes”, comentaba en sus redes sociales el analista finlandés Pekka Kallioniemi, experto en la famosa cuestión de la desinformación, a raíz del escándalo desatado por Goldberg. “Los ecosistemas mediáticos pro-Trump presentan a las instituciones periodísticas tradicionales como corruptas, lo que fomenta una profunda desconfianza hacia ellas”.
En otras palabras: dar la razón a The Atlantic en este asunto supone inyectar una dosis de credibilidad al mismo periodismo tradicional que tanto desprecian sus bases.
Y, en paralelo, supondría castigar a un miembro de un gabinete cuidadosamente seleccionado en base a la lealtad que Trump percibe en sus integrantes. “Waltz puede haber cometido un error espectacular, pero su lealtad inquebrantable significa que cuenta con el respaldo del jefe”, escribía este miércoles Benedict Smith, corresponsal del diario británico The Telegraph en Washington.

El asesor de seguridad nacional, Michael Waltz, junto al presidente en el Despacho Oval. Reuters
Tal y como apunta Smith, a Trump nunca le tembló el pulso si consideraba que debía despedir a gente de su equipo durante su primer mandato. Anthony Scarammuci solo duró diez días como director de comunicaciones de la Casa Blanca. David Shulkin salió nada más cumplir un año al frente del Departamento de Asuntos de los Veteranos. Herbert McMaster, el tercer consejero de Seguridad Nacional de Trump, hizo las maletas más o menos al mismo tiempo. Rex Tillerson, el segundo secretario de Estado de Trump, ídem. Y etcétera. Incluso el famoso Steve Bannon, principal estratega de su primera campaña electoral y el artífice, según muchos, de que Trump accediera por primera vez a la Casa Blanca, se vio en la calle poco después.
¿Cuál es la diferencia entre entonces y ahora? Pues que entonces “su gabinete estaba repleto de animales políticos de primer orden, algunos de los cuales intentaron frenar los impulsos del presidente”, explica Smith. “Ahora Trump es diferente y por lo tanto también lo es su gabinete”. Un gabinete, añade, compuesto por personas infinitamente más leales que, a cambio de dicha lealtad, esperan protección y blindaje.
Todo lo anterior ayuda a comprender no solo el cierre de filas en torno a Waltz sino por qué la estrategia de defensa trazada por Trump ha consistido en atacar al mensajero. O sea: tanto a The Atlantic –“es un negocio fallido y a nadie le importa”– como al propio Goldberg, al que ha definido como “un sinvergüenza” y “un perdedor”.
BREAKING: The Trump admin accidentally texted a journalist, Jeffrey Goldberg, from The Atlantic, their top-secret war plans on Yemen. Texts are below between Vance and Hegseth, in which the journalist was included. Imagine if Biden did this! So incompetent.
— Krassensteins (@krassenstein.bsky.social) 24 de marzo de 2025, 17:56
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Un ‘perro viejo’ en una revista centenaria
Goldberg, que se encuentra a las puertas de su sesenta cumpleaños, ha vivido mucho. Tras nacer en Brooklyn durante una etapa particularmente convulsa –la lucha por los derechos civiles, la Guerra de Vietnam…–, emigró a Israel para servir en sus fuerzas armadas. Fue precisamente allí, en Israel, donde comenzó su carrera periodística. En el diario conservador The Jerusalem Post, concretamente.
Luego regresó a Estados Unidos para trabajar como reportero de calle en The Washington Post y, después de pasar por las redacciones del New York Times y de la revista New York, se hizo cargo de la oficina neoyorquina del periódico judío The Forward.
Allí estuvo hasta el año 2000, cuando la prestigiosa revista The New Yorker lo contrató como su corresponsal en Oriente Medio. Un cargo que ocupó durante un lustro. Luego pasó a ser corresponsal de la publicación en Washington y, según estaba ejerciendo como tal, la revista The Atlantic –competencia directa de la New Yorker– le ofreció convertirse en su reportero estrella nada menos que en temas de seguridad nacional. Aceptó.
Una década más tarde Goldberg se convirtió en el director de una revista que, pese a estar actualmente ubicada en Washington, fue fundada a mediados del siglo XIX en Boston. Bajo su dirección The Atlantic –propiedad de Laurene Powell Jobs, viuda de Steve Jobs y una multimillonaria conocida por su afinidad con el Partido Demócrata– ganó en 2021 su primer Premio Pulitzer. Desde entonces ha conseguido dos más.
Una mancha en el CV
No obstante, y pese a todos esos galones, la carrera de Goldberg también se ha visto salpicada por varias controversias. La más sonada –y la que están recordando esta semana desde el trumpismo– tiene que ver con la invasión de Irak que se produjo en 2003.
Ya en 2002, cuando trabajaba para la revista The New Yorker, publicó un artículo explicando que Sadam Huseín representaba una amenaza para Estados Unidos. En aquella pieza Goldberg también analizaba su supuesta relación que el dictador iraquí mantenía con Al Qaeda. Ese mismo año, en un debate organizado por la revista Slate, Goldberg argumentó a favor de invadir Irak por “razones morales”.
Todo ello le valió la ira de periodistas mucho más escépticos como Glenn Greenwald, fundador de un medio particularmente incómodo para las élites de Washington llamado The Intercept. Greenwald acusó a Goldberg de ser uno de los principales “promotores” de la invasión del país árabe al haber “recopilado un historial de falsedades”.
Posteriormente, en el año 2008, o sea justo después de haber sido fichado por The Atlantic, Goldberg publicó un artículo en Slate en el que, desde el arrepentimiento, explicó por qué se había mostrado favorable a la invasión de Irak. Uno de sus principales argumentos aludía a la “incompetencia” de George W. Bush y a su propia ceguera al no darse cuenta de la misma.