Diseño: Arte EE / EP

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América

EEUU y China se preparan para una nueva crisis con Taiwán como excusa para un posible ataque militar

La visita que Nancy Pelosi podría hacer proximamente a la isla ha despertado el temor de que estalle un nuevo conflicto entre ambas potencias. 

2 agosto, 2022 01:59

Por increíble que parezca en la situación actual, Rusia no ha sido en los últimos años el principal quebradero de cabeza de Estados Unidos. La retórica agresiva de Putin no debería ocultar el hecho de que su relación con las administraciones Bush, Obama y Trump fue de lo más amable. Con encontronazos, claro, pero dentro de un respeto mutuo donde cada uno hacía y dejaba hacer al otro. Poco levantaron la voz los americanos ante la represión en Chechenia, los escarceos militares en Osetia, las masacres en Siria o la propia anexión de Crimea y parte del Donbás en 2014.

Otra cosa ha sido China. Los gobiernos estadounidenses siempre han percibido al país asiático como una gran amenaza política… y económica. No es casualidad que mientras Donald Trump estrechaba lazos con Putin, basara su campaña electoral en el enfrentamiento directo con China y la promesa de todo tipo de aranceles para evitar la venta masiva de sus productos más baratos. China y Estados Unidos se miran con desconfianza desde hace décadas, pero esa desconfianza se multiplicó cuando Obama entendió que no hacían nada para impedir el desarrollo nuclear de Corea del Norte y, sobre todo, cuando la retórica belicista sobre Taiwán caló tras la llegada de Xi Jinping al poder.

La propia existencia de Taiwán como estado es un milagro. Hablamos de un país de veintitrés millones de chinos "nacionalistas" que, en 1949, se refugiaron en la antigua colonia portuguesa de Formosa bajo el liderazgo de Chiang Kai-Shek. Situada apenas a ciento ochenta kilómetros de la vastísima República Popular China, la isla ha mantenido sorprendentemente su independencia durante 73 años, producto no ya de su fortaleza militar -escasa-, sino del equilibrio de bloques derivado del final de la II Guerra Mundial.

La guardia de honor arría la bandera taiwanesa en Taipéi, Taiwán.

La guardia de honor arría la bandera taiwanesa en Taipéi, Taiwán. Reuters

La República Popular China siempre ha considerado Taiwán como territorio propio. No invade el país, no se molesta en empezar una guerra… pero a nivel diplomático no ha dejado de disputar su independencia. Cada mención pública a su soberanía es un insulto e incluso la franquicia de Hollywood, Fast and Furious se vio envuelta en una polémica el año pasado cuando uno de sus protagonistas, John Cena, dijo en un medio de comunicación chino que venían de estrenar la película en Taiwán. Se vio obligado a rectificar en público ante las amenazas del gobierno de Xi de vetar el filme en todo el país. Taiwán no existe. Punto.

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El peligroso juego de Nancy Pelosi

Y, sin embargo, ahí está. Para China es una molesta realidad que prefiere orillar, porque si no la orilla tiene que invadirla y si la invade sabe que daría comienzo a una guerra que probablemente derivaría en un conflicto nuclear. Dejémoslo claro: Taiwán no es Ucrania. Si la III Guerra Mundial puede empezar en algún lugar del planeta, lo más probable es que empiece allí. Un ataque de Beijing sería contestado inmediatamente por Estados Unidos y sus aliados en el Pacífico: Japón, Corea del Sur y Australia. Del lado chino, se posicionaría inmediatamente Corea del Norte y a partir de ahí es imposible aventurar las consecuencias.

Esta versión asiática de la Destrucción Mutua Asegurada ha impedido cualquier movimiento bélico durante más de siete décadas. Ahora bien, la tensión se puede seguir cortando con un cuchillo y la retórica inflamada del gobierno de Beijing siempre requiere de enormes dosis de calma, prudencia y sangre fría. En cualquier momento, un mal cálculo, un exceso de confianza o un movimiento mal interpretado pueden precipitar actos de difícil control.

presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi.

presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi.

Es difícil saber si Nancy Pelosi tuvo todo eso en cuenta cuando decidió organizar un viaje por el Pacífico asiático. En sí, el viaje no tiene nada de malo, por supuesto. La presidenta de la Cámara de Representantes, de 82 años, visitará Singapur, Malasia, Corea del Sur y Japón en los próximos días. Todos ellos, aliados de Estados Unidos. El problema es lo que no se dice, pero se rumorea; lo que representantes de ambos lados del pasillo ideológico insisten en repetir: la necesidad de incluir a Taiwán en el viaje, la primera visita de un alto cargo estadounidense desde que Newt Gingrich lo hiciera en 1997. Ignoran, tal vez, que la posición de China no tiene nada que ver con la de hace veinticinco años.

El gigante ha despertado

La visita del republicano Gingrich, a la sazón también presidente de la Cámara, se vivió como una auténtica afrenta en Beijing… solo que China era por entonces un país en reconstrucción. Las tensiones internas entre las facciones más cercanas al maoísmo y las entregadas al "capitalismo de Estado" instaurado en los ochenta por Deng Xiaoping seguían a la orden del día. Los estudiantes pedían libertad y la lucha contra la secta Falun Gong marcaba las prioridades en la agenda gubernamental. A eso había que añadirle una economía débil y un ejército en ruinas, anticuado, sin capacidad de acción.

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No es esa la China que amenaza ahora a Biden con "no jugar con fuego". China ha renovado su armamento, ha aumentado su número de tropas y parece dispuesta a tomarse en serio cualquier movimiento no deseado. Xi Jinping prometió el año pasado, coincidiendo con el centenario del Partido Comunista Chino, la reunificación de la patria, en clara referencia a la rebelde Taiwán. Después de este movido verano, el mismo PCC celebrará un congreso para elegir líder. Nadie duda de que Xi será elegido para un tercer mandato, pero no se puede permitir ningún traspié ni dar ninguna muestra de debilidad.

China, el famoso "gigante dormido", ha entrado en la vía de la multilateralidad. Quiere que su voz se oiga en las decisiones que se toman en el mundo. Ya no está encerrado en sí mismo, sino que tiene vocación internacional, tal vez por primera vez en su historia moderna. Por supuesto, sabe que esa multilateralidad no se la van a regalar: tendrá que ganársela. Por eso mismo, no ha dudado en amenazar con una respuesta militar contundente a algo que ni siquiera se ha anunciado oficialmente. Algunos piensan que es un farol, otros están convencidos de que, si Pelosi pisa Formosa, Beijing reaccionará de alguna manera. Y ahí entramos en juegos peligrosos difíciles de determinar.

La excusa perfecta para la acción militar

¿Qué puede hacer China como respuesta a una posible visita de la líder demócrata? De entrada, ya ha organizado unos "ejercicios navales" a apenas ciento cincuenta kilómetros de la costa de Taiwán. Puede ser un buen momento para probar alguna nueva arma de avanzadísima tecnología o para forzar un incidente con la incursión de barcos en aguas taiwanesas. Nadie contempla una invasión en toda regla ni un ataque como tal, pero tampoco nadie se atreve a descartarlo. Parece la excusa perfecta en una situación geopolítica ideal para Beijing.

En ese sentido, el propio Biden criticó veladamente el viaje de Pelosi al manifestar que "no era el mejor momento" para una aventura así. Biden citaba fuentes del Pentágono para justificar su postura. Cuando se produjo el intento del Golpe de Estado del 6 de enero de 2021, con la entrada de seguidores de Trump en el Capitolio, lo primero que hizo el general Mark Milley, el equivalente a un JEMAD americano, fue llamar a su homólogo chino para tranquilizarlo y asegurarle de que nada de lo sucedido derivaría en un ataque contra su país. China vive obsesionada con Estados Unidos y Estados Unidos sigue bajo el trauma de Pearl Harbour: ve la amenaza en el Pacífico como algo real, frente a los juegos de guerra a los que acostumbra la vieja Europa.

Ni Estados Unidos ni Occidente pueden permitirse abrir un nuevo frente bélico con otra potencia nuclear

Ni Biden ni Estados Unidos ni Occidente pueden permitirse abrir un nuevo frente bélico con otra potencia nuclear. El apoyo a Taiwán se puede mostrar de muchas maneras y en muchos otros momentos. Empeñarse en hacerlo ahora sería colocar al mundo al borde del abismo. Xi lo sabe y puede jugar con ello. Todo esto tiene pinta de que acabará haciéndole más fuerte. Estados Unidos sigue siendo la primera potencia militar del mundo, pero su gasto en Ucrania es salvaje. Abrir ahora un segundo punto de disputa armando a Taiwán mientras los Balcanes vuelven a agitarse sería insostenible.

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De momento, Pelosi ya ha viajado de Hawai a Singapur y todo apunta a que decidirá por el camino. Sabe que la razón la acompaña, pero a veces la razón no lo es todo. El gesto de plantarse en Taiwán sería aplaudido por halcones de ambos partidos y por buena parte del pueblo estadounidense… pero colocaría a su amigo y compañero Biden en una posición complicadísima. A sus casi 80 años, aislado por un nuevo contagio de Covid-19, hundido en los sondeos de popularidad y con una guerra ya abierta, lo último que necesita su administración es un conflicto evitable que desemboque en lo que Beijing lleva siete décadas esperando: la invasión militar del último reducto de la China nacionalista. Y tras dicha invasión, el diluvio.