Biden, en gesto de duelo por los militares estadounidenses asesinados en Kabul.

Biden, en gesto de duelo por los militares estadounidenses asesinados en Kabul.

América CRISIS DE AFGANISTÁN

El mensaje cortoplacista de Biden deja a EEUU a merced de la suerte contra el terrorismo

La base del argumento demócrata ahora mismo es: "Afganistán deja de ser una amenaza para Estados Unidos". Y es un eslogan falaz

3 septiembre, 2021 02:22

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No hay crisis exterior que se lleve por delante a un presidente de los Estados Unidos por muy grave que sea el error cometido. Joe Biden lo sabe y por eso maneja los daños como puede: aunque esta semana, por primera vez desde que tomó posesión del cargo, su nivel de aprobación como presidente ha bajado del 47% -de hecho, hay más gente desaprobando su gestión que defendiéndola-, Biden se muestra desafiante en sus ruedas de prensa, repitiendo una y mil veces que no se podía haber hecho mejor y que largarse cuanto antes de Afganistán era exactamente lo que necesitaba el país.

Obviamente, es un mensaje de consumo interno que recuerda al mítico América para los americanos de Adams y Monroe. Nosotros no nos metemos en asuntos ajenos y esa es la mejor manera de que nadie se meta en los nuestros. Suena bien, pero es falso. Por mucho que enfatice sus palabras Biden, olvida de entrada las numerosas contradicciones que su propio discurso ha sufrido en los últimos meses: Trump fue quien negoció la retirada, pero él fue el encargado de repetir numerosas veces que dicha retirada sería segura, eficaz y sin consecuencias. 

Biden se equivocaba tanto en sus pronósticos que es normal que quiera ocultarlos. El problema es que quien no reconoce un error está condenado a repetirlo. La base del argumento demócrata ahora mismo es: "Afganistán deja de ser una amenaza para Estados Unidos". Es un argumento, insisto, que puede calar entre los millones de americanos que no entienden que su país mande a parte de sus mejores jóvenes a defender libertades ajenas. Ahora bien, es un argumento cortoplacista y falaz. Estados Unidos entró en Afganistán en 2001 porque Afganistán suponía una amenaza para el país. ¿Qué ha cambiado desde entonces?

Matar al perro no acaba con la rabia

La respuesta fácil es "ya no está Osama Bin Laden". Evidentemente, es cierto, pero también es cierto que desde la muerte de Bin Laden en mayo de 2011, más de trescientas personas han sido acusadas de terrorismo vinculado al yihadismo en territorio estadounidense. En total, ochenta y ocho estadounidenses han fallecido en su país atentados relacionados de una u otra manera con el fanatismo islamista. La mayoría de dichos atentados fueron cometidos por los llamados “lobos solitarios”, individuos sin vinculación clara con una red organizada pero que actúan en nombre de esa red, llámese Al Qaeda o ISIS.

Cientos de afganos se agolpan en el exterior del aeropuerto de Kabul.

Cientos de afganos se agolpan en el exterior del aeropuerto de Kabul. Reuters

Bin Laden ya no está, no, y Al Qaeda no pasa por su mejor momento. Eso no quita para que el pasado mes de julio se alertara de peligrosos mensajes en determinados foros animando a estos "lobos solitarios" a actuar en territorio americano. Era la primera vez en cuatro años que Al Qaeda mandaba un mensaje así y llega en el peor momento. ¿Tiene la organización dirigida por Aymán Al-Zawahiri la capacidad de organizar a esos lobos y darles una estructura similar a la que gozaron para perpetrar los ataques del 11-S? Parece muy dudoso en este momento, pero si tu enemigo está desarmado, no es buena idea darle tiempo para reorganizarse.

Aparte, habría que tener claro si el enemigo actual de Estados Unidos -y, por extensión, del mundo occidental- es Al Qaeda. El último atentado en Kabul, que provocó la muerte de trece soldados estadounidenses y de casi un centenar de civiles, fue reivindicado por el ISIS-K, una temible organización yihadista que pretende tomar el poder en Afganistán y convertir el país en una provincia más del Califato Islámico. Cuando Biden dice “estamos más seguros ahora”, olvida grotescamente el pasado de Afganistán y, por lo tanto, su futuro. Todo apunta a que está por venir algo muy parecido a una guerra civil de consecuencias imposibles de adivinar.

El aumento de la amenaza global

Apuntaba recientemente el New York Times que el objetivo de Joe Biden era ser recordado como el hombre que sacó a las tropas estadounidenses del atolladero afgano y confiar en que todo el mundo olvidara cómo. Es posible que su estrategia funcione a corto plazo. A sus casi 79 años, pensar que Biden va a presentarse a la reelección en 2024 es mucho pensar. Todos sus planes, pues, son inmediatos. En ese sentido, sin tropas en Afganistán, se acabaron los muertos estadounidenses en ese país. El problema es que Estados Unidos tiene tropas por todo el mundo… y esas tropas van a quedar más amenazadas que nunca.

El enfrentamiento entre los talibanes, apoyados en su mayoría por Al Qaeda, y el ISIS-K no tiene buena pinta. Cuando dos extremos luchan entre sí, el resultado no es precisamente un despliegue de sensatez. Afganistán será el terreno en el que ambas organizaciones midan sus fuerzas y, por extensión, exigirá golpes de efecto constantes en el extranjero. En los últimos años, esta lucha por el poder se ha ceñido casi exclusivamente a Siria, Irak, Burkina Faso y determinadas zonas de África y Asia. Hablamos de gente que no tiene ningún problema en matar a centenares de civiles solo por demostrar su poder e imponer el terror.

Militares estadounidenses en el aeropuerto de Kabul.

Militares estadounidenses en el aeropuerto de Kabul. Reuters

Cuando decimos que Afganistán está "controlado" por los talibanes hacemos una reducción explicativa que no es del todo cierta. Afganistán es, en esencia, imposible de controlar… y ni siquiera los propios talibanes lo intentaron por completo en los noventa, lo que explica su rápida desaparición en el otoño-invierno de 2001. No había estructuras sólidas. Cualquier amago de gobierno que se forme ahora será inestable por definición y tendrá enfrente a las milicias armadas y a los grupos terroristas financiados por el jeque de turno. Mientras la violencia se ciña a unas fronteras y los muertos sean ajenos, Occidente mirará, callará y, en el mejor de los casos, disfrutará de cierta paz momentánea.

La moneda al aire como recurso estratégico

El problema es cuando esto acabe. El problema es cuando una de las facciones o uno de los jeques, aunque ya no se llame Osama bin Laden, consiga cierto dominio en el país y desde ahí pueda establecer una organización al margen de cualquier control extranjero. La marcha precipitada de Estados Unidos, por mucho que le pese a Biden, no deja a Afganistán en la misma situación que en agosto de 2001, pero sí pone los cimientos para un desenlace similar. Probablemente, él cree, como tantos en los últimos días, que se puede negociar y controlar a los talibanes, pero la experiencia nos ha mostrado hasta ahora lo contrario.

Tal vez, para cuando Afganistán llegue a ese nuevo "agosto de 2001", Biden ya no sea el presidente de Estados Unidos. En cualquier caso, para el país eso debería ser irrelevante. No hay consenso entre la ciudadanía en la necesidad de retirar las tropas de un país que es una potencial amenaza… pero sí parece haberlo en que esta no era la manera de retirarlas. En los próximos meses, veremos cómo se desarrollan los acontecimientos y hasta qué punto Estados Unidos ha conseguido mantener una mínima base de inteligencia que le permita monitorizar dichas amenazas.

Los talibanes patrullan las calles de Kabul.

Los talibanes patrullan las calles de Kabul. Reuters

Si no lo ha conseguido, lo que ha hecho Biden no es más que tirar una moneda al aire y cerrar los ojos confiando en que salga cara. El problema es que, aun así, no se sabe cada cuantos años va a haber que tirar esa moneda. Confiar en que siempre caiga del mismo lado es más propio de un ludópata que de un gobernante. Biden no supo leer la situación, se equivocó en todos sus plazos, no escuchó al Pentágono y ha colocado a Afganistán y su pueblo en una situación horrenda. Con todo, en clave interna, eso le podría valer si de verdad Estados Unidos se beneficiara de la coyuntura. No parece que vaya a ser así. 

Puede que Biden pase a la historia como el hombre que retiró las tropas de un conflicto innecesario o como el hombre que abrió la espita del gas que provocó el posterior incendio. Su administración ha golpeado el balón hacia adelante y no sabemos a quién le tocará encontrárselo en su camino. Porque los problemas no se despejan, se afrontan. O eso, al menos, sería lo ideal.