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Mozart contra Wagner: el hombre que convirtió a los veteranos de guerra en una ONG

Andrew Milburn es el creador de un grupo de trabajo encargado de ayudar a las familias que quedaron atrapadas en la guerra de Ucrania.

8 diciembre, 2022 02:54

¿Saben de Mozart? Cuando termine la guerra en Ucrania, cuando llegue el momento de hacer un repaso de toda la destrucción, de los crímenes, de las penurias y de los pocos momentos de gloria de la que el país ha sido escenario, la acción del grupo de Mozart estará entre lo más luminoso del conflicto.

Todo comenzó al principio de la invasión, en marzo, cuando un estadounidense, excoronel de la Marina, se topó con las primeras imágenes de la “operación especial” de Putin desde su retiro en Florida. Se llama Andrew Milburn. Es un hombre melancólico y valiente. Lo asedian los fantasmas de las terribles guerras (Irak...) en las que ha participado, pero, aun así, no ha dejado de creer en el destino manifiesto de su país y en su pacto secular con la ley.

Y, recién cumplidos los 55 años, hizo lo que muchos de sus compañeros de armas hicieron antes que él: ha seguido los pasos de mi amigo Elliot Ackerman, cuyo libro sobre Afganistán reseñé recientemente en esta columna; los de Philip Caputo, autor del hermoso Rumor de guerra. Ya ha ocupado su lugar en esa singular y tan estadounidense fraternidad de escritores veteranos que han relatado sus experiencias bélicas desde la guerra de Vietnam y ha publicado una biografía, When the Tempest Gathers, en la que, como todas las almas nobles que han visto la guerra de cerca, nos habla tanto del horror que inspira la contienda como de la nostalgia por el servicio y la grandeza militares de las que nunca se ha alejado del todo, de Mogadiscio hasta Ucrania.

Un viaje como corresponsal

Pero, por ahora, volvamos al mes de marzo. Milburn se siente abrumado al ver las imágenes del ataque a Irpín, de la marcha sobre Kiev, de los bombardeos en el Dombás. Y, como también es periodista, emprende su viaje como corresponsal de guerra para la web Task&Purpose, en la que publica, entre otras cosas, un texto con el que se convierte en una de las primeras voces que predicen la debacle militar rusa.

Pronto se da cuenta de que los voluntarios ucranianos que acuden con toda valentía a las oficinas de reclutamiento no tienen experiencia de combate, ninguna. Así que cambia de idea e inventa un programa de entrenamiento para enseñarles en el menor tiempo posible a manejar un arma, a fabricar unas angarillas, a correr agachados, a hacer un torniquete en una herida, a vadear un río sin resbalarse o a sobrevivir en una trinchera.

Y, como una cosa lleva a la otra, se da cuenta de que, en una guerra contra civiles, la evacuación de las familias que han quedado atrapadas en los pueblos —aterrorizadas, paralizadas y, privadas de todo medio de transporte, aisladas— es uno de los asuntos más apremiantes, y entonces crea un grupo de trabajo encargado de localizarlas, de comunicarse con ellas y de ir, según indiquen estas, a buscarlas o a llevarles provisiones.

En dos ocasiones me he cruzado con los hombres del grupo Mozart. Una vez, en mayo, en la zona de Zaporiyia, donde entrenaban a los soldados que, de no haber recibido la orden de rendirse, habrían tenido que relevar a los hombres que resistían el asedio de Azovstal.

El grupo se había propuesto alcanzar a una pareja de ancianos atrapados en el sótano de una lúgubre casita de campo

La segunda, el mes pasado, en Bajmut, en la provincia de Donetsk, donde, mientras escribo, se están librando los combates más cruentos, y donde el grupo se había propuesto alcanzar a una pareja de ancianos atrapados en el sótano de una lúgubre casita de campo, la última que quedaba en pie en el pueblo; un matrimonio que no sabía si salir, si quedarse allí abajo, si esperar a que cayese el último proyectil o atender a sus salvadores caídos del cielo, que les decían: “Por el amor de Dios, no se dejen morir, vengan con nosotros”.

Cuando Milburn bautiza a su grupo “Mozart”, sin duda tiene en mente al grupo Wagner. Salvo que Mozart, en este contexto, no solo es una respuesta ante los escuadrones de convictos, los perros de la guerra y demás asesinos del Wagner, sino todo lo contrario. Sus hombres no van armados. No tienen vehículos blindados y, en una de las secuencias del documental que estoy rodando ahora, se les puede ver circulando en una pequeña furgoneta, a toda velocidad, bajo el asedio del fuego, perseguidos por drones que han lanzado los enemigos desde las colinas.

Bernard-Henri Lévy junto a Gilles Hertzog (derecha) y Andrew Milburn (izquierda), el líder del grupo Mozart, encargado de la evacuación de civiles en peligro, cerca de Bakhmut.

Bernard-Henri Lévy junto a Gilles Hertzog (derecha) y Andrew Milburn (izquierda), el líder del grupo Mozart, encargado de la evacuación de civiles en peligro, cerca de Bakhmut.

Sin armas

Ni siquiera disponen de armas cortas y, en caso de enfrentamiento, no tendrían más medios para defenderse que su inteligencia y sus capacidades para esquivar ataques, saberes adquiridos en su vida anterior, cuando formaban parte de los comandos de élite de fuerzas especiales.

Por último, apenas se les paga, y nada enfada más a Milburn —¡y Dios sabe que sus arranques de cólera son homéricos!— que los tachen de “milicia” y los confundan, aunque sea un poco, con mercenarios que han venido a Ucrania a jugarse la vida por dinero.

 El grupo Mozart no es un regimiento, es una ONG

En resumen, estamos más cerca de aquella idea de hacer la guerra “sin amarla” de Malraux o del Adiós a las armas, de Hemingway, que de los soñadores con casco de la mala literatura bélica. El grupo Mozart no es un regimiento, es una ONG. Son veteranos jóvenes, pero están reinventando las reglas de la acción humanitaria en el campo de batalla de las guerras justas.

Son hombres y, a veces, mujeres, diestros en el manejo de las armas, pero que intentan dar una respuesta a ese difícil asunto que los franceses llaman la responsabilidad de proteger, consagrado en el derecho internacional desde hace veinte años. Son una parte de lo que honra a Estados Unidos. Son la respuesta lacerante a la abyección del modelo del grupo Wagner.

Wagner o Mozart, hay que elegir bando.