Insisto.

Y no es que esta segunda jornada de movilización, la del sábado 24 de noviembre, me haya hecho cambiar de opinión.

Que la cólera de los 'chalecos amarillos' sea el signo de una profunda angustia social es la prueba.  

Que la expresión de esta angustia sea una de sus “alarmas de incendio” donde los gritos, si no los escuchamos, serán cada vez más ensordecedores, es otra evidencia.

Y recuerdo, por enésima vez, que la República tiene un deber de solidaridad incondicional hacia esta otra Francia que está intentando salir adelante, de la noche de los desplazados que nos dicen que cada vez es más difícil vivir con un salario bajo. Que la dificultad se convierte en imposibilidad cuando el precio del diésel y los impuestos necesarios para desplazarse hasta el trabajo amputan el presupuesto. Y que la cólera llega a su apogeo en el momento en que nos damos cuenta de que el mes que viene no tendremos con qué darle regalos de Navidad a los niños.

Dicho esto, hoy más que nunca, no tenemos derecho a ignorar lo que ocurre.

1. Ruptura

¿De qué manera la quiebra, los incendios, los actos de vandalismo contra los bienes comunes que otros, no menos desfavorecidos, tendrán que reparar, ayudan a avanzar en la lucha contra la miseria y el abandono? Esto no sucede en los territorios considerados dejados por la República; y aunque no fue el caso en los disturbios suburbanos de noviembre del 2005, época de Sarkozy-Villepin, lo mismo ocurre hoy en los Campos Elíseos. La violencia, la destrucción de los escaparates y el mobiliario urbano, el creciente número de víctimas de las fuerzas policiales y los manifestantes no son más aceptables ahora de lo que eran antes.

Y es deplorable que el sábado en los Campos Elíseos los miles de 'chalecos amarillos' presentes: (a) forzaran los barreras de una Policía que había advertido claramente que no estaba segura de poder garantizar la seguridad de los manifestantes en esas zonas; (b) que hayan ido a la carga cada vez que los hicieron recular -algunos incluso agredieron a policías, destruyeron y quemaron todo lo que tenían a mano-; (c) que no tuvieran el reflejo de dispersarse cuando era claro que los matones profesionales estaban tomando las riendas.

2. Cólera

Hay, como lo he dicho desde el primer día, en caliente, y en un largo texto publicado en la versión en línea del Point, cóleras y cóleras. Hay una reivindicación de derechos que no descuida la fraternidad. Y hay otra que, para permanecer en el ejemplo francés, fue la de las ligas fascistas de la década de 1930; o incluso, antes que esa, la de los parados, esos trabajadores en la precariedad o pobreza que formaron este otro movimiento, ahora bien olvidado, pero también doctrinalmente xenófobo, que estuvo activo entre 1902 y 1912 y se llamaba - ¡ya en ese entonces! - La Federación nacional de amarillos de Francia.

Barricadas frente al Arco del Triunfo el sábado

Barricadas frente al Arco del Triunfo el sábado Reuters

 

Por esto, este segundo episodio de cólera expresa una miseria verdadera, y esto no es bueno. En contra de lo que se dice en todas partes, no puede tener todos los derechos. No tienen derecho, por ejemplo, a establecer diques en las calles como filtro para decidir quién pasa y quién no pasa; ni a sustituir a los oficiales de aduanas para, en una escena filmada por los mismos chalecos amarillos, cazar a un grupo de migrantes clandestinos; ni para defender esos comentarios racistas, sexistas, homofóbos y a veces antisemitas que se han escuchado en todas partes y de los que hemos publicado muchas capturas de pantalla en La Règle du jeu.  

3. Responsabilidad

Y luego está este extraño aroma que sólo unos pocos hemos percibido de inmediato, y que no es exactamente el de una manifestación simpática, popular, espontánea y fraternal. Le corresponderá a los historiadores decir, cuando llegue el momento, si los lepenistas y los melenchonistas inspiraron el movimiento, si se infiltraron en él, o si simplemente se aprovecharon de la sorpresa divina que se les presentó.

Pero lo cierto es que bastó con un tuit de la señora Le Pen lamentando que se prohibiera manifestarse en los Campos Elíseos para que miles de chalecos amarillos se unieran como un solo hombre. Lo cierto es que cuando el insumiso François Ruffin se maravilló frente a la cámara, a unos pocos metros de los black blocs que montaban una barricada, de esta Francia invisible en la fase final del proceso de hacerse visible, no había activistas presentes para juzgar que estaba perjudicando la causa y sacarlo de la manifestación. Y, lamentablemente, es probable que las próximas reuniones se agoten, y vean aumentar mecánicamente el peso de los obsesionados con la quenelle (plato de albóndigas), los excluidos del Frente Nacional por racismo o del activista de Civitas que lucha contra la "invasión de Francia" por el "sionismo nacional" y los "Sarracenos".

Le corresponderá a los historiadores decir, cuando llegue el momento, si los lepenistas y los melenchonistas inspiraron el movimiento

Ahora, esta imagen es lo que menos le preocupa a un grupo en fusión donde se mezclan de forma cada vez más alegre chalecos amarillos y marrones. Hay periodistas que, con la cámara en mano y bajo su propio riesgo no le dieron espacio a ninguna de sus ambigüedades.

Pero, hay otros, muchos otros, que beatificaron a los chalecos amarillos, se arrodillaron ante su pretendida pureza y contribuyeron a construir su fábula de herederos de 1789, que mostraron como apenas desfigurada por un puñado de villanos. Estos han tomado la decisión de no hablar de la cara oscura de este nuevo movimiento social.

Han traicionado las reglas de su profesión; pero también -y quizás esto es lo más lamentable- hicieron aún más vulnerable a la parte del movimiento que solo quería enviarle una señal de angustia a la República francesa.