Autoras de palabra con Rosa, Ángela Vicario

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Ángela Vicario rescata a las mujeres olvidadas de la Edad Media: "La reina de Aragón intervino en casos de maltrato"

La escritora repasa el papel femenino en el libro Ibéricas. Mujeres y género en la Edad Media y destaca a reinas, guerreras, campesinas, tejedoras...

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Rosa Sánchez de la Vega
Publicada

Ángela Vicario, historiadora especializada en estudios medievales, ha puesto patas arriba los relatos tradicionales que nos enseñaron en las aulas.

En Ibéricas. Mujeres y género en la Edad Media (Planeta), desafía un relato oficial contado a través de reyes, batallas y cruzadas, para rescatar a quienes han sido sistemáticamente olvidadas: campesinas, tejedoras, beatas, reinas y guerreras que también construyeron esa época.

Este ensayo no solo da voz a mujeres silenciadas durante siglos, sino que desmonta algunos de los grandes mitos de nuestro pasado —como el de la Reconquista o la supuesta Edad Media "oscura"— con una mirada crítica y comprometida.

A través de una escritura rigurosa, pero cercana, Vicario demuestra que no hay historia completa sin ellas, y que los cuerpos, las redes, la espiritualidad y la rebeldía femenina han sido, desde siempre, fuerzas capaces de transformar el mundo.

La historia de una sociedad no debería escribirse sin incluirlas. Sin embargo, en más de mil años, solo unos pocos nombres, como Berenguela, Urraca de Zamora e Isabel la Católica, se mencionan en las aulas, mientras muchas otras quedan olvidadas.

Te has embarcado en una historia brutal, poco conocida, y diría que muy necesaria.

Sí, totalmente necesaria. Como decías, hay poquísimos nombres de mujeres que se enseñan en las aulas. Y, además, siempre son figuras del lado cristiano de nuestra historia, lo que ya borra de entrada la mitad del relato. Y suelen pertenecer a la élite, nunca las del día a día, las comunes.

¿Qué crees que es lo más urgente que deberíamos revisar del relato tradicional sobre la Edad Media?

Hay dos cosas fundamentales. La primera es desmontar esa idea de un periodo oscuro, como si en esos mil años no se hubiera avanzado en nada y la Iglesia hubiera bloqueado todo progreso científico, tecnológico o ideológico. Eso hay que matizarlo mucho.

Y lo segundo, incluir a las mujeres en el discurso histórico. Nos siguen enseñando muchísimos nombres de reyes —aunque ya no tengamos que memorizar listas interminables, por suerte—, pero ellas siguen prácticamente ausentes. Y somos la mitad de la población.

¿Cómo elegiste a las protagonistas que aparecen en el libro? ¿Te costó mucho decidir?

En realidad, no. Algunas las tenía claras desde el principio, como Urraca de Zamora, su hermana Elvira o Isabel la Católica, cuya figura quería revisar. Pero muchas otras fueron apareciendo durante la investigación. Algunas surgieron gracias a trabajos anteriores, incluso de autoras de los años 80. Fue como si se fueran presentando solas, pidiendo estar en el libro.

Hablemos de algunas de ellas. Por ejemplo, Gala Placidia, que creo que te atrajo especialmente.

Sí, fue casi el punto de partida. La conocí en primero de carrera, en una clase de Historia de Occidente. Nos contaron su vida como una especie de romance con un líder visigodo, y quise investigar si se trató de amor o política. Al final, fue un poco de ambas.

Me interesa porque refleja bien ese momento de transición entre el mundo romano y los pueblos germánicos, que empiezan a romanizarse sin dejar sus costumbres. Su matrimonio simboliza esa mezcla. Y su historia, además, es muy trágica… Me da mucha pena.

Tres nombres destacan en tu libro: Gosvinta, Brunegilda y Fredegunda. ¿Qué nos enseñan sobre el ejercicio del poder femenino en la Antigüedad Tardía?

Eran mujeres muy poderosas porque no tenían otra opción. Vivían en un mundo inestable: el Imperio Romano se había desmoronado y los pueblos germánicos empezaban a construir sus propios reinos. Las estructuras oficiales de poder se debilitaban, y las mujeres podían ocupar un papel central.

Ese fue el tiempo de las reinas. Cuando el orden se tambalea, el poder se abre a otras manos. La venganza de Gosvinta contra Fredegunda y su marido, por la muerte de su hija, es un ejemplo: solo pudo darse en un mundo como el visigodo, donde el desorden permitía a las mujeres actuar con más libertad. En cambio, en tiempos estables, el patriarcado se refuerza.

Egilona, ¿es otra de esas mujeres tratadas injustamente por la historia?

Sí, completamente. Es una figura poco conocida, y lo que sabemos de ella está envuelto en leyendas. Fue esposa del último rey visigodo, don Rodrigo, y parece que después se casó con el conquistador musulmán.

Desde la historiografía cristiana eso se interpretó como una traición, no solo al reino, sino a la fe. Se convirtió en chivo expiatorio de la caída de un mundo, igual que ocurrió con Florinda de la Cava, a quien también se culpó por la pérdida de España tras haber —supuestamente— seducido al rey Rodrigo.

Pero probablemente ni fue él, ni hubo romance: lo más posible es que ella fuera una víctima, que fuera abusada.

¿Qué papel tuvieron las alianzas entre mujeres en términos de supervivencia y poder?

Las redes entre ellas me sorprendieron… y me sorprendió que me sorprendieran, porque hoy también las vemos hoy: una madre, una amiga, una tía que ayuda a otra en momentos difíciles.

En la Edad Media, sin protección legal frente a la violencia, eran las vecinas, familiares o amigas quienes socorrían, escondían o incluso denunciaban. En el ámbito noble, podían recurrir a figuras como María de Castilla, reina de Aragón, que intervino en casos de mujeres maltratadas. Ella misma sufrió el abandono de su marido, y quizás por eso se implicó especialmente.

Estas alianzas femeninas fueron clave para la supervivencia y constituyeron una forma de resistencia silenciosa, pero poderosa.

¿Qué papel tuvo la espiritualidad femenina, especialmente fuera de los cauces oficiales de la Iglesia?

Fue una vía distinta al discurso oficial que era masculino, rígido y autoritario. Ellas desarrollaron una forma de fe más sensible, centrada en el cuidado y la escucha. Muchas rechazaron la clausura impuesta y crearon comunidades con otras mujeres, renunciando al matrimonio y la maternidad para dedicarse al prójimo.

Estas beatas vivían juntas, cuidaban enfermos, ayudaban a los pobres y acompañaban a leprosos, ejerciendo una espiritualidad activa y cotidiana. Era una forma de vivir la fe desde abajo, muy alejada del modelo dictado por la jerarquía eclesiástica.

En el libro desmontas muchos clichés. ¿Cuál es el mito más persistente que querías romper?

El de la Reconquista. Se presenta como si los cristianos fuéramos “nosotros”, y los musulmanes “los invasores”, pero ni unos ni otros eran realmente españoles. Incluso Asturias fue parte de Al-Ándalus durante siglos. La Reconquista fue una construcción ideológica, una narrativa propagandística, no una verdadera reconquista, sino una conquista.

Mencionas a María de Monroy. ¿La defines como símbolo de dureza y venganza?

Sí, su historia me impactó mucho. Tras la muerte de sus hijos, no se paraliza por el dolor, sino que reúne a sus hombres, busca a los asesinos y los mata, lanzando sus cabezas sobre la tumba de sus vástagos como señal de venganza.

Esa escena, que había leído en cantares épicos como Los Siete Infantes de Lara o El Cantar de los Nibelungos, la veo en una mujer real que me conmovió profundamente. Muestra hasta dónde puede llegar el dolor de una madre, entre llanto, furia y venganza.

Autoras de palabra con Rosa, Ángela Vicario

Además de las mujeres famosas, ¿qué papel tuvieron las anónimas en la historia y cómo influyeron en los grandes cambios sociales?

En el libro doy protagonismo a campesinas, obreras, tejedoras… porque ellas también hicieron historia.

Siempre se nos enseñan pocos nombres, como Isabel la Católica, pero hubo muchas más. Me molesta que la historia parezca solo cosa de élites, porque no es así. La han hecho las masas, el pueblo, 'el común' de la Edad Media.

Yo misma me considero parte de ese común. No tengo título nobiliario y también hago historia. Nosotras, las mujeres normales, escribimos, trabajamos, luchamos y nos organizamos.

Vivimos las consecuencias del pasado y buscamos transformarlo. Por eso es clave visibilizar que el común también es protagonista. Por ejemplo, las guerras de los Remensas en la Baja Edad Media trajeron grandes cambios hacia la modernidad.

Y esas revueltas coincidieron con otras en Europa: Inglaterra, Flandes, Francia. Fue un gran periodo revolucionario donde el pueblo ejerció como motor de cambio.

¿Qué te llevó a escribir y rescatar Ibéricas?

Ya cuestionaba el papel de las mujeres en la historia. Llegué a la Edad Media por la literatura fantástica y la épica castellana, donde las mujeres a veces son protagonistas fuertes: cabezas de linaje, heroínas o traidoras.

Quería encontrar a esas personalidades poderosas, incluso guerreras, pero también descubrí muchas pacíficas, y eso también es valioso. La guerra está muy glorificada, pero la paz es igualmente importante.