María, 87 años y 57 viviendo de alquiler en Cádiz, a punto de ser desahuciada.

María, 87 años y 57 viviendo de alquiler en Cádiz, a punto de ser desahuciada.

Estilo de vida

María, 87 años y 57 viviendo de alquiler en Cádiz: "Me dan un mes para irme y poder construir pisos turísticos"

Esta inquilina se suma al largo listado de personas en España que no se pueden permitir la compra de una vivienda. 

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María habla despacio, como si cada palabra pesara más que la anterior. A sus 87 años, asegura que no le asusta cambiar de casa, pero hay una frase que repite con un desconcierto casi infantil: "Me da igual irme, pero no tengo a dónde".

En pocas semanas, un juez ejecutará una orden de desahucio que pondrá fin a 57 años de vida en el mismo piso en el casco histórico de Cádiz.

Medio siglo de rutinas, vecindario, fotos enmarcadas y recuerdos que ahora chocan con un fenómeno mucho más reciente: la expansión imparable de los pisos turísticos.

Ese piso, que en 1967 se convirtió en su refugio familiar, es ya una pieza codiciada en un mercado donde cada balcón con vistas representa una posible reserva. Y donde la permanencia de una anciana con un alquiler antiguo se percibe como una interrupción, un anacronismo, un obstáculo.

La historia de María se suma a otras que resuenan por toda España, pero aquí tiene una gravedad emocional extra: no es solo un techo lo que se desmantela, es una biografía entera.

Medio siglo de hogar

El aviso llegó sin llamadas previas ni una visita. Fue a través de un fax en el que la propietaria le comunicaba que, cumplido el contrato, debía abandonar el inmueble. María aún recuerda cómo su hija le leyó el papel en voz alta, intentando suavizar una noticia que no tenía vuelta de hoja.

Desde entonces, la familia ha intentado negociar. Preguntaron por una prórroga razonable, por una alternativa que permitiera a la anciana mantenerse donde lleva viviendo casi seis décadas. La respuesta fue tajante: solo aceptan la venta.

Comprar ese piso es imposible para María, que vive con una pensión humilde y que siempre estuvo amparada por un alquiler de renta antigua.

Esa figura legal, nacida para proteger a familias vulnerables, se ha convertido en una reliquia incómoda para propietarios ansiosos por multiplicar ingresos en un nuevo horizonte turístico.

El barrio que rodea su casa certifica la tendencia de alojamientos, llaves digitales, mochilas con ruedas entrando por portales estrechos. Las viviendas donde antes jugaban niños ahora exhiben instrucciones en inglés para acceder por código. María es, en la práctica, una de las últimas vecinas del lugar.

No es solo una mudanza

En televisión, María explicaba su situación con una serenidad que desarma. Solo pidió un mes para poder encontrar un nuevo techo. Sin embargo, reconoce que no quiere alejarse del barrio en el que ha pasado toda su vida adulta.

Tiene dos hijas, pero ninguna casa reúne condiciones para acogerla con dignidad: una vivienda elevada con demasiados escalones, imposible para su movilidad, y otra demasiado pequeña.

María no exige lujos. No pide sitio en primera línea de playa. Pide continuidad, pertenencia, la posibilidad de seguir viendo las mismas fachadas que ha visto envejecer.

Ella lo define con una frase que desvela más miedo del que reconoce: "Me da igual irme, pero no tengo a dónde".

María, la inquilina de 87 años en Cádiz.

María, la inquilina de 87 años en Cádiz.

Los colectivos de defensa de vivienda repiten que un desahucio para una persona de 87 años no debería gestionarse con la lógica de un conflicto inmobiliario, sino como una cuestión social y humana. Pero la cuenta atrás sigue su curso administrativo.

Vivienda turística

Lo que ocurre con María no es aislado. En muchas ciudades costeras, los alquileres de renta antigua están siendo desmontados, a veces con engaños, a veces con presiones indirectas, para reconvertirse en alojamientos temporales.

Según denuncian sus hijas, en algún momento la casera habría modificado el contrato sin explicárselo, dejándola fuera de la protección que tenía durante décadas. La familia lo describe como un engaño, una grieta legal que ha permitido acelerar el proceso.

Mientras tanto, buscan alternativas. Llaman a inmobiliarias, revisan anuncios, intentan encontrar algo asumible sin perder el barrio.

Pero los precios han cambiado: en esa parte de Cádiz, el alquiler residencial compite directamente con la noche turística. Lo que un pensionista pagaba al mes, un visitante puede abonarlo en dos fines de semana.

Cuenta atrás emocional

Para María, cada día que pasa tiene un valor simbólico. Son los últimos desayunos mirando desde su balcón, los últimos saludos con las vecinas, los últimos atardeceres desde una ventana que ha sido testigo de nacimientos, celebraciones y despedidas.

Allí nacieron sus hijos. Allí crecieron. Allí dejaron su marca. Volver a empezar desde cero a los 87 años es algo más que buscar una casa: es renunciar a una geografía emocional.

La normalización de los desahucios administrativos invisibiliza una parte esencial del relato: los vínculos. Una ciudad sin memoria es solo un decorado. Una ciudad sin mayores es una maqueta funcional para visitantes, no una comunidad.

La resistencia de María es silenciosa, pero firme. Ella quiere quedarse cerca. No quiere desaparecer del mapa que ha definido su identidad durante más de medio siglo.