María, 56 años viviendo en Gran Vía.

María, 56 años viviendo en Gran Vía.

Estilo de vida

María, 56 años viviendo en Gran Vía: "Me hacen la vida imposible para echarme y poder abrir pisos turísticos"

Esta inquilina es una más de las de decenas de personas que ven en peligro la continuidad en sus viviendas por el boom turístico de la capital.

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La historia de María no ocupa titulares en grandes debates urbanísticos, pero resume la transformación silenciosa que vive Madrid.

Tras 56 años viviendo en el mismo piso de alquiler de la Gran Vía, esta madrileña de 82 años asegura que los propietarios del edificio quieren que se marche para convertir su hogar en varios apartamentos turísticos.

Ella, sin embargo, lo tiene claro: "No tengo adónde ir. Tampoco pienso irme". Durante décadas, su portal fue un refugio de vecinas que se conocían por el nombre y de comercios que daban vida al barrio.

Hoy, el eco que domina las escaleras es otro: ruedas de maletas, idiomas mezclados y obras que nunca terminan.

María es una de las tres últimas inquilinas de renta antigua que quedan en el edificio. Todo lo demás, denuncia, ya es negocio. Y en esa cuenta, ella estorba.

Una promesa

Cuando llegó a la Gran Vía a finales de los 60, María lo hizo con la ilusión de empezar una vida estable.

El casero de entonces le aseguró que aquel piso sería su hogar "para siempre", una frase que aún repite con la convicción de quien ha cumplido su parte del trato.

"Entramos jóvenes, con ganas de futuro. Aquí crié a mi hija. Este piso ha sido mi vida entera", recuerda mientras señala un mueble que conserva desde hace años.

En aquel tiempo, la Gran Vía no era un escaparate turístico. Era un barrio en el que se compraba el pan en la esquina, se saludaba a la portera y se charlaba con los comerciantes.

Hoy, a su alrededor, apenas quedan restos de esa vida. Las puertas de madera han sido sustituidas por cerraduras electrónicas, las paredes por reformas exprés que encajan varios microapartamentos donde antes había un hogar.

Los inspectores municipales han detectado en su bloque obras para activar entre diez y doce nuevos pisos turísticos. "Ya no queda comunidad, solo huéspedes que cambian cada tres días", lamenta.

La concejala de Más Madrid, Lucía Lois, que ha visitado a la familia en varias ocasiones, lo resume sin rodeos:

"Cuando no encuentran la forma de desalojarte por ley, intentan que te vayas por desgaste. A María la están empujando a rendirse".

'Nos están borrando del mapa'

María vive junto a su hija, que también denuncia la transformación que asfixia al barrio. Ambas sienten que la ciudad se les escapa de las manos.

"Madrid pierde su esencia. El Madrid de mi infancia ya no existe", dice la hija mientras escucha, al otro lado de la ventana, las maletas de un grupo de recién llegados.

Cada vivienda que se vacía se divide en varios estudios turísticos. No hay nostalgia, hay rentabilidad. Una semana de ocupación turística equivale a un mes entero de un alquiler tradicional. En esa ecuación, los vecinos se convierten en un obstáculo.

"Nos roban el barrio", afirma otra anciana del edificio. Y en esa frase se concentra el dilema urbano de Madrid: ¿qué queda de una ciudad cuando ya no queda quien la habite?

@lulm00

Hablamos con María y su hija. Viven acoso y amenazas para echarlas de su casa en la Gran Vía y convertir su bloque en un edificio de pisos turísticos. Hoy le ponemos cara al modelo y a las normas de Almeida que permiten esta barbaridad.

♬ sonido original - Lucía Lois

El desgaste no es casual. En los últimos años, María ha soportado reformas sin previo aviso, martillos neumáticos a horas intempestivas, cortes de luz que nadie explica y un ascensor convertido en almacén para lavanderías externas.

A menudo, las vecinas mayores deben subir las escaleras mientras se cruzan con empleados que suben y bajan sábanas industriales.

"Empezaron con trampas, luego con amenazas veladas. Es la misma frase siempre: 'Si no le gusta, váyase'. Pero ¿adónde voy yo?", se pregunta María.

La concejala respondió: "El Ayuntamiento tiene que entender lo que está pasando y actuar. Lo que ocurre aquí es una barbaridad".

La ciudad en disputa

Madrid recibe cada año más de diez millones de turistas. El aumento del alojamiento de corta estancia ha disparado la presión en barrios enteros.

Según estimaciones municipales, existen más de 25.000 pisos turísticos activos, pero solo 1.600 cuentan con licencia.

El resto funciona en una zona gris que, aun así, marca el destino de miles de residentes.

Los contratos antiguos, como el de María, se han convertido en un objetivo. No porque sean problemáticos, sino porque son poco rentables frente a las cifras del turismo.

Los propietarios, afirman las asociaciones vecinales, saben que la ley protege a estos inquilinos. Pero también saben que el agotamiento, la soledad y la edad juegan a su favor.

"Nos quieren fuera porque somos

convertir este edificio en una máquina de hacer dinero", asegura la hija de María.

Mientras tanto, la Gran Vía se llena de puertas nuevas, pasillos recién pintados y apartamentos domotizados. La casa de María, en cambio, conserva muebles de madera, fotos descoloridas y una cocina que huele a puchero. Ni ella quiere irse ni puede permitirse otra vivienda.