Ferran Adrià y su mujer, Isabel Pérez Barceló, en el Festival de San Sebastián. EFE
Ferran Adrià, chef: "Ahora soy una persona que casi no tiene ingresos. Mi mujer me obliga a comprar ropa cada 3 años"
El cocinero catalán ha confesado en numerosas ocasiones que el dinero nunca fue el motor que impulsó su carrera.
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España fue, durante 400 años, un cero a la izquierda gastronómicamente hablando. Nuestros platos no se valoraban fuera de nuestras fronteras y, para aquel entonces, fue Francia quien marcaba la pauta: imponía sus métodos, su prestigio, y cualquier intento español de creatividad quedaba eclipsado.
En ese contexto parecía impensable que un cocinero español pudiera aspirar a ser alguien influyente; sin embargo, todo cambió en 1962. El restaurante de Ferran Adrià, El Bulli, no solo rompió con el dominio francés, sino que abrió la puerta a una nueva manera de entender la cocina: España dejó de ser un actor secundario para situarse en el epicentro de la vanguardia internacional.
Durante décadas, Adrià consiguió tal reconocimiento que hoy en día, que 14 años después de cerrar su restaurante, sigue siendo considerado como uno de los mejores cocineros del país y el principal artífice de la revolución gastronómica española. Sin embargo, y pese a estos títulos que podrían sugerir una vida rodeada de excesos, su día a día está lejos del lujo que muchos imaginan.
La vida alejada del lujo de Ferran Adrià
La figura de Ferran Adrià ha ido mucho más allá del restaurante que lo convirtió en mito. Durante casi tres décadas, El Bulli fue la catedral de la innovación culinaria, un laboratorio donde él y su hermano Albert Adrià reescribieron los códigos de la alta cocina.
Desde su ubicación remota en Cala Montjoi, aquel pequeño espacio se convirtió en un escenario al que aspiraban acudir miles de personas cada año y una referencia absoluta para las nuevas generaciones de cocineros, algunos, "los mejores del mundo".
El Bulli otorgó a España una identidad gastronómica reconocible dentro y fuera del país; sin embargo, toda recompensa exige un sacrificio, y el propio Adrià ha admitido en numerosas ocasiones que aquel logro nació de una etapa de dedicación prácticamente obsesiva.
El chef dedicaba jornadas de 16 horas diarias, 330 días al año, y un nivel de exigencia que, según él mismo admite, solo podía sostenerse durante un tiempo limitado. Unos sacrificios que también perjudicaron su vida personal, ya que tuvo que decidir, junto a su mujer, entre el restaurante o ser padres.
Por eso, con apenas 35 años tomó la decisión de retirarse a los 50. No quería ser esclavo del éxito ni del dinero, aunque más tarde comprendió que, para vivir con tranquilidad, uno necesita tener cubiertas las necesidades básicas.
Después del cierre y con el fin de seguir conectado a la gastronomía, el experto fundó elBullifoundation, una institución sin ánimo de lucro dedicada a preservar el legado del restaurante y a estudiar la creatividad y la gestión en la cocina.
El chef Ferran Adrià durante una entrevista con Uri Sabat en YouTube.
Ferran Adrià donó gran parte de su patrimonio a la Fundación y ahora disfruta de la vida a un ritmo mucho más pausado. "Ahora soy una persona que no tiene ningún sueldo y que casi no tiene ingresos”, confesó en el podcast de Uri Sabat, dejando claro que no obtiene beneficios de su proyecto.
La mayor parte de lo que tiene procede de su pasado, del esfuerzo acumulado durante años, no de una actividad empresarial activa. “No quería que el dinero fuera algo por lo que yo me moviera. Pero comprendí que sin dinero no tienes las necesidades cubiertas”, confiesa.
Su vida cotidiana dista de la imagen glamourosa que pueda asociarse a un icono mundial. Se describe como alguien que se cuida, que disfruta de comer en restaurantes, pero que no vive rodeado de lujos.
"Me cuido mucho y me gustan mucho los restaurantes, no tengo coche, mi mujer me obliga a comprar ropa cada dos o tres años. Llevo una vida normal", cuenta.
Su mujer, Isabel Pérez Barceló, no es solo quien le anima a renovar su imagen, sino que representó un ancla, un equilibrio necesario para que el chef pudiera sostener el ritmo creativo y físico que requería elBulli. "Sin ella, no existiría Ferran Adrià", confesó en una entrevista para Vanitatis.