Paqui, ganadera (42 años).
Paqui (42 años), ganadera, cambió la hostelería por el negocio familiar: "Me jubilaré con mis cabras"
Su jornada no entiende de relojes ni festivos marcados en rojo en el calendario. "Lo más duro de todo esto es no tener días libres. Lo más bonito, que es mío y estar con los animales".
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En Villanueva del Trabuco, Paqui Caro (42) empieza cada jornada antes de que amanezca. Es ganadera y se encarga ella sola de unas 250 cabras y medio centenar de ovejas.
"Soy de las pocas mujeres que trabaja sola, sin marido, sin hermano y sin nadie. Pero cuando estás acostumbrada, cada trabajo tiene sus ventajas y sus inconvenientes", explica, con una naturalidad que desarma.
A Paqui le pesa la cadena de precios y la falta de ayudas. Se siente sus "propia jefa", y eso, pese a todo, le parece un regalo. "Esto es lo mío, lo tengo clarísimo. No me concibo sin ser mujer rural", remata.
Llegó a la ganadería por el atajo cruel de la vida. Trabajaba en hostelería cuando su padre, cabrero, enfermó de leucemia y acabó falleciendo. Por ello, Paqui tomó las riendas del negocio familiar y ya suma diez años sin pasar lista a nadie, salvo a sus cabras y ovejas y a un puñado de animales de compañía más que completan el bello paisaje de su pueblo, al que adora.
Su jornada no entiende de relojes ni festivos marcados en rojo en el calendario. "Lo más duro de todo esto es no tener días libres. Lo más bonito, que es mío y estar con los animales: a veces son más respetuosos que los humanos", dice entre risas.
"La burocracia es larguísima. Y luego el día a día no tiene fin: los animales, los huéspedes, revisar la piscina, hacer mermeladas para no perder fruta… es un no parar", cuenta. Aun así, no duda: "No lo cambiaría por nada". Le hace especialmente feliz que su madre, de 89 años, vea que su proyecto funciona. "Sé que no me he equivocado", confiesa, emocionada.
Paqui pelea con una cadena de valor que siempre muerde por el mismo sitio. "Vendemos el kilo de chivo a siete euros y luego se vende a 25 o 30... hasta 35. Entre el ganadero y el consumidor hay demasiado intermediario. Sobrevivimos como podemos. Para invertir o crecer hace falta apoyo", lamenta.
Gracias a una ayuda pública pudo automatizar la comida en la zona de ordeño. "Pero necesitamos más ayuda para las inversiones. Te sientes desamparada si no llegan ayudas para seguir creciendo", reconoce.
Paqui Caro.
Paqui recuerda la pandemia de la COVID-19 como su mejor tiempo como ganadera: no había coches ni aviones, y el campo respiró. "Ahí es cuando yo disfruté de lo lindo con mis animales", dice. Le indigna ver que el oficio que tanto le llena está "desgraciadamente en extinción".
"Yo lo disfruto mucho, podría meter a alguien a trabajar para ir más liberada, ¿pero cuál es el plan de trabajo de la gente? Nulo. Buscan el contrato y en nada y menos piden la baja", critica.
En el sector rural, como recuerda Paqui, faltan manos y sobran prejuicios, cree que el suyo es un trabajo que podría hacer todo el mundo si le pone ganas, más allá del género. "Mujeres hay en el sector, pero muchas figuran y luego ni ven las cabras. Otras, sin embargo, trabajan a destajo y son invisibles: solo se ve el nombre del padre o el marido, eso es una realidad. Hay de todo", sostiene.
Paqui no se imagina sin sus animales. "Yo creo que me jubilaré con mis cabras", asegura. Sabe que el cuerpo pedirá tregua y sueña con mecanizar lo que pueda para ahorrar esfuerzo cuando los años pesen más. No tiene relevo a la vista: no hay hijos, ni hermanos, ni sobrinos. "Es un oficio muy sacrificado y estoy sola. Cuando me jubile, no sé qué ocurrirá".