Quería ir al cine con mi hija, la tarde del día de Navidad, a ver Los Domingos. Una película que teníamos ganas de ver juntos para comentarla después, ya que la protagonista tiene 17 años y decide, contra todo pronóstico, seguir el camino de la fe en un mundo consumista y entregado a otro tipo de valores y de ideas.

Pero por desgracia ya no seguía en cartelera y, tras un rápido vistazo, ella —que también tiene 17 años— me dijo casi de pasada que la más interesante parecía ser nada menos que Father, Mother, Sister, Brother, es decir, la última de Jim Jarmusch, ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia de 2025.

Saqué las entradas por internet en centésimas de segundo. Fue un momento triste: pocos días antes, mi página de referencia, la web cordobesa Cartelera Mabuse, había anunciado su cierre.

Esta propuesta, que nació en 1995 para proporcionar información fiable sobre la programación provincial, que dio el salto a internet y que se mantenía de los anuncios, ha sido derrotada por Google, ese gigante despiadado que tantos aplausos levanta allá donde se instala, sea Córdoba o sea Málaga.

La publicidad programática manda, los algoritmos dirigen el tráfico, y en diciembre de 2025, treinta años después de su aparición como revista en papel, el todopoderoso buscador mató a estos amigos del cine que hacían nuestra vida un poco mejor y más fácil. Es el signo de los tiempos, al que asistimos impávidos desde la más estúpida y cómoda complicidad.

El caso es que compré con sensación agridulce las entradas para ver la última de Jarmusch, porque me apetecía mucho verla, porque me apetecía aún más salir esa tarde con mi hija, y porque -esto ella no lo sabía- la primera vez que fui solo al cine, en Málaga, con 16 años, lo hice precisamente para ver en el cine Atlántida nada menos que Stranger than Paradise, su primera película, rodada en 1984 en un primoroso blanco y negro, y proyectada en versión original subtitulada.

Era toda una aventura ir al Atlántida en aquellos días felices de la adolescencia, cuando Málaga no era tan segura, había que atravesar a pie algunas zonas poco recomendables, y además el cine disponía de dos salas: en una se programaba cine independiente y en la otra cine porno.

Así que si alguien veía salir a un adolescente con la cara llena de espinillas y expresión flipada del Atlántida, nadie iba a creer que había ido a ver una peli independiente en blanco y negro y con subtítulos, sino que la explicación más obvia y evidente era que salía de la otra sala, feliz y satisfecho, y posiblemente recién eyaculado, que para eso iba la gente a esos cines.

Cuarenta años después de aquella aventura casi equinoccial, vuelvo al cine acompañado por mi hija para ver la última de Jarmusch. Damos un paseo agradable por las calles de Córdoba y para amenizar el camino me pregunta casi a bocajarro por qué nos divorciamos su madre y yo.

Tener hijos adolescentes y hablar con ellos te obliga a estar siempre atento, porque pueden surgir este tipo de preguntas cuando menos te lo esperas.

Le di mis razones durante una parte del camino, aproveché para explicarle algunas ideas sobre la convivencia, la separación, los hijos y las relaciones postmatrimoniales -para las que no existe preparación ni cursillo que valga- y pareció más o menos conforme con mis argumentos, así que llegué al cine aliviado y con ganas de disfrutar de la peli.

No había nadie más en la sala. El público parecía amontonarse en las proyecciones de cine infantil, a juzgar por el rastro de palomitas caídas en el suelo y otros detalles menores.

Esto nos permitió disfrutar de las historias de Jarmusch, de algunas interpretaciones -sobre todo de Tom Waits haciendo de padre gamberrete en la primera de las tres historias-, y comentar sin riesgo de molestar a nadie algunas de las bromas del director: los skaters, los rolex, las conversaciones en los coches, el agua, el estilismo de los personajes.

Mi hija me advirtió quién era la actriz Mayim Bialik, a la que pasé años viendo en la serie The Big Bang Theory junto al insoportable personaje de Sheldon, en episodios repetidos hasta el agotamiento. Y yo pude aportarle que tengo en casa varios CDs de Tom Waits, que Adam Driver me había gustado mucho en Paterson y que Cate Blanchett me parece una actriz soberbia.

También le confesé -al hilo del personaje rapado de Sarah Green- mi debilidad incorregible por las chicas y mujeres con el pelo muy corto o incluso a lo garçon, pero no me atreví a hablarle del tortuoso papel de Charlotte Rampling en El portero de noche, más que nada porque la tiene a su alcance en Filmin y puede animarse a verla cualquier día sin el contexto necesario. Muy pronto estará en disposición de hacerlo y reflexionar sobre las grandes contradicciones de la vida.

De regreso a casa hablamos sobre la comunicación dentro de las familias. Para los jaleosos andaluces, esas historias gélidas que propone Jarmusch parecen ciencia ficción, pero no en todas las culturas tienen la costumbre de juntarse periódicamente hermanos, primos, sobrinos y adyacentes para comer, beber, contar anécdotas y chistes y montar una jarana tumultuosa entre besos y abrazos.

El vacío existe, y hacia él vamos en un mundo cada vez más orientado a la productividad y al dinero y menos a los sentimientos. Coincidimos en que la segunda de las tres historias, la que transcurre en Dublín, nos pareció la menos conseguida, quizás por su exagerada frialdad, y también nos resultó muy divertida la de Tom Waits, un recordatorio de que los mayores son mucho más independientes y libres de lo que queremos creer.

El ventanal luminoso de la casa del personaje que interpreta Tom Waits, con vistas a un lago helado y a la naturaleza, con mayúsculas, me recordó a mi propia madre, que por decisión propia disfruta también de una ventana por la que entra luz y por la que ella sale al mundo.

Hablamos y hablamos, y antes de subir a casa buscamos pan, pero todos los supermercados estaban cerrados. Me alegré por sus trabajadores. Era Navidad y merecían esa tarde de descanso. Como nosotros.