Una de las tendencias más marcadas, una de las modas que nos asolan, es esa de la llamada “marca personal”. Cuando las empresas venden cada vez menos productos y más servicios, los directivos, los empresarios, los líderes y cualquiera que se precie de tener un perfil profesional nos presentamos más como un producto. Y, por lo tanto, asociamos nuestra imagen a aquellos atributos que pensamos que más venden.
Entiendo esa necesidad de construir marca personal. En un mundo donde nos bebemos las etiquetas de los vinos y nos vestimos con los logotipos, quién nos va a valorar sin marca. La marca pone el precio y queremos tener precio alto.
Antes nuestra marca personal era el sello que le imprimíamos a nuestro trabajo. No hacía falta comunicarla. Nos diferenciaba o no, pero estaba vinculada a la realidad de nuestro desempeño. No era la comunicación sobre nuestro yo construida con mayor o menor correspondencia con la realidad. Casi la diferencia entre la persona y el personaje, lo que somos y lo que nos gustaría ser. Parece que tener marca es gustar y, sí o sí, hay que gustar.
Asumiendo, al menos esperando, que lo de la “marca personal” es una moda -no todos deben compartir esta opinión- al menos podremos dirigirla siempre a un mínimo común denominador: la autenticidad.
Porque si es realidad que la autenticidad es un valor apreciado, es un contrasentido que la marca haya que construirla. Lo que se construye es artificial, carente de autenticidad. Sería pues la autenticidad un valor apreciado pero escaso. Y eso nos acaba llevando a engordar el curriculum. Inglés nivel medio para todos
Oscar Wilde nos anima: "Sé tú mismo, los demás puestos ya están ocupados". Pero no parece que haya sido suficientemente convincente. La valentía de abrazar nuestra singularidad mientras constantemente se nos empuja hacia la homogeneidad y el fingimiento.
Muchos vivimos atrapados en personajes de ficción creados para agradar a otros, para encajar en determinados círculos, para proyectar una imagen idealizada, para “vender” más. Cuando nos alejamos de nuestra esencia para complacer expectativas externas, corremos el riesgo de perdernos a nosotros mismos en el proceso. ¿Cuántas sonrisas detrás de las fotos que se cuelgan en las redes nos llevan a ser más iguales y no hacia la singularidad? Epsilones del Mundo Feliz de Aldous Huxley.
En el ámbito profesional y en el personal también, sin autenticidad es difícil generar confianza. Cuando percibimos que alguien está representando un papel, que sus palabras no coinciden con sus acciones, se encienden nuestras alarmas internas. La desconfianza nace precisamente de esa incongruencia que detectamos, a veces inconscientemente, entre lo que alguien dice ser y lo que realmente es. Ralph Waldo Emerson lo expresó con claridad: "Lo que eres habla tan fuerte que no puedo oír lo que dices".
Me gusta la explicación que Brené Brown le da a la autenticidad: "La autenticidad es la práctica diaria de soltar quiénes pensamos que deberíamos ser y abrazar quiénes somos". Ser nosotros mismos, en búsqueda de nuestra mejor versión, reconociendo nuestras limitaciones, nuestros defectos, trabajando en ellos sin perder nuestra esencia. Ser auténtico es ser coherente entre lo que pensamos, decimos y hacemos. Es esa congruencia la que genera credibilidad y confianza.
Y sin llegar a la perfección. Algún amigo dice que la perfección está sobrevalorada. Y tiene razón. La perfección no conecta, incluso genera rechazo. Los perfectos me resultan inverosímiles, inalcanzables, difíciles de empatizar con ellos. Las imperfecciones, por el contrario, nos humanizan y generan puentes de conexión con los demás. Como lo expresó Leonard Cohen: "Hay una grieta en todo, así es como entra la luz".
La fidelidad a nuestros valores y principios constituye el núcleo de la autenticidad. Estos son -deben ser- nuestro timón en aguas turbulentas, lo que nos mantiene en el curso cuando las presiones externas intentan desviarnos. Entiendo pues a quienes comunican valores y principios y son coherentes con ello. No como estrategia de marketing personal, sino como aportación a la mejora del entorno personal o profesional en el que nos movemos.
Y por eso de ser fiel a los valores, la autenticidad requiere valentía. Renunciar al camino fácil del conformismo y asumir el de la fidelidad a uno mismo y el esfuerzo de nadar contracorriente. Solo somos irremplazables si somos diferentes. Coco Chanel dixit. En un mundo de copias e imitaciones, la verdadera revolución consiste en atrevernos a ser originales.
Y me cuesta entenderlo. Lejos de un acto de valentía debería ser lo más sencillo. Ser auténtico debería resultarnos fácil. Nada más fácil que ser como se es. Sin embargo, parece más relevante corresponder a la expectativa que creemos que se tiene de nosotros que a cómo somos en realidad. Siempre que de verdad nos conozcamos. Ser auténtico requiere un esfuerzo consciente por conocerse de verdad.
La necesidad de construcción de marca personal deriva con frecuencia de la búsqueda del éxito. Y una mayoría preocupante entienden el éxito como la aprobación de los demás o la obtención de riqueza. Ello lleva a la obsesión por la imagen proyectada. La imagen proyectada es la alegoría de la caverna de Platón: dentro de la caverna sólo se ve la sombra de las cosas y hace falta salir a la luz para ver la realidad.
En relación con el éxito siempre es bueno recordar a Viktor Frankl: "No apuntes al éxito. Cuanto más lo persigues, más se aleja. El éxito, como la felicidad, no puede ser perseguido; debe seguirte como un efecto secundario de tu dedicación a algo más grande que tú mismo".
Y en relación a los que proyectan una imagen con mucha marca, pero poca modestia, les vendrá bien la cita de Confucio: "El que habla sin modestia encontrará difícil hacer de sus palabras buenas". Las redes profesionales hierven entre tanto gurú que nos muestra el camino al éxito y cómo esto ha tenido que ver con su forma de ser. “Ten éxito en 10 frases brillantes”. La primera será sin duda: “Construye tu marca personal”.