El Español de Málaga se hacía eco, a través de una noticia firmada por su director, Ángel Recio, del nuevo récord de turistas llegados a Málaga capital en 2024. Según el Instituto Nacional de Estadística, fueron más de 1’6 millones sólo en pernoctaciones hoteleras, es decir, que a esta cifra habría que sumar los alojados en viviendas turísticas, casas de familiares y amigos, y parques y jardines.

Como todos los balances, siempre es bueno reflexionar sobre las cifras. Por una parte, es innegable el éxito del destino, la atracción internacional de la ciudad, cuya oferta hotelera no deja de crecer, cuyo aeropuerto acoge nuevas rutas, rebosantes las calles del centro de gente de todo el mundo que aporta vitalidad, riqueza y empleo.

Por otra parte, el éxito desmedido del turismo impide que los jóvenes puedan acceder a una vivienda a un precio asequible -sea en alquiler, sea en compra-, algo de lo que ya incluso hablan los taxistas, e incluso posibles trabajadores del pujante sector tecnológico tienen dificultades para encontrar un sitio en el que vivir a un precio acorde con los salarios que van a cobrar. Además, muchos ciudadanos empiezan a pensar que el centro histórico ya no les pertenece, convertido en un parque temático al servicio exclusivo de los visitantes extranjeros.

No es nuevo el fenómeno del “sobreturismo” (overtourism) o de la masificación turística. En el año 2019, las principales organizaciones mundiales del sector publicaron documentos y análisis relacionados con este concepto. Pero llegó la pandemia y se demostró que el turismo es un sector que en todo el mundo tira del conjunto de la economía, impulsando el consumo privado, la inversión y la producción de bienes y servicios. Muchos países sufrieron cuando se tomaron medidas drásticas, por eso la recuperación del deseo de viajar ha sido tan celebrada. Y es lógico.

La pregunta, entonces, es dónde está el equilibrio. Se ha hecho popular la “No Lista” del mayorista de viajes Fodor, que señala 15 destinos a evitar por su masificación. A España le corresponde el dudoso honor de contar con tres destinos en ese listado al que poca gente parece hacer caso: Barcelona, Mallorca y las Islas Canarias. También están Bali, Venecia, Lisboa, Oaxaca o Tokyo. ¿Estará Málaga en la lista de 2025? Podría ser, aunque sea sin consecuencias. Donde sí que aparece nuestra ciudad es en un reportaje de la BBC (The world's revolt against 'bad tourists') sobre el creciente malestar ciudadano con respecto al lado menos vistoso del turismo, recogiendo las manifestaciones de 2024, a las que asistieron miles de personas.

La provincia de Málaga es muy consciente de todo lo que le debe al turismo. Su prosperidad se ha basado en esta actividad económica, al igual que la temprana convivencia con personas de otros países la ha convertido, desde hace siglos, en un enclave abierto a otras ideas y otras perspectivas. El turismo del siglo XX trajo divisas y riqueza, y también apertura y tolerancia.

Por eso mismo, expertos internacionales como Hughes Séraphin, proponen que quizás sea conveniente gestionar el fenómeno conocido como “sobreturismo” desde el análisis y el conocimiento. Porque -y esta idea es propia- hay mucha más lealtad y responsabilidad en la crítica bien argumentada y razonada que en el seguidismo y los aplausos pagados con dinero público. Y desde luego hay mucha miopía en el reparto de carnets de buenos malagueños -como dice Pablo Bujalance- en base a la adhesión inquebrantable a unas decisiones que no siempre afectan de manera positiva al conjunto de la sociedad.

La Organización Mundial del Turismo define el sobreturismo como “el impacto del turismo en un destino, o en partes del mismo, de tal manera que influye excesivamente en la calidad de vida percibida de los ciudadanos y/o en la calidad de las experiencias de los visitantes, de forma negativa”. Es decir, que la masificación o las malas conductas de los turistas no sólo afectan a los habitantes del destino, sino que también tienen consecuencias negativas sobre los propios visitantes. Tal y como señala Hughes Séraphin, “en cuanto a la experiencia del sobreturismo, gran parte de la investigación se ha centrado hasta ahora en cómo los residentes perciben el sobreturismo como individuos a través de las emociones y la calidad de vida y como comunidad, así como en la experiencia de los visitantes con el sobreturismo y los efectos perversos relacionados, como el antiturismo y la turismofobia”.

Una buena herramienta para abordar este fenómeno o problema, poco explorada y utilizada en España, son los indicadores de sentimiento de los residentes (Resident Sentiment Index). Basados en una metodología internacional, para escribir este artículo he consultado los informes realizados en Copenhague (2018), Burdeos (2023), Bruselas (2024), Montreal (2024), Islas Hawai (2024), Canadá (2024) y Estados Unidos (2024). Las conclusiones suelen coincidir, lo que facilita el resumen.

En primer lugar, todos los destinos reconocen la importancia económica del turismo, y apoyan los esfuerzos públicos y privados para favorecer la actividad turística en el territorio. En segundo lugar, todos los destinos valoran que la presencia de turistas tiene consecuencias positivas sobre, por ejemplo, la oferta cultural (festivales, etcétera) y gastronómica. En tercer lugar, en todos los destinos se advierte un deterioro de la percepción de los residentes sobre cómo afecta el turismo a su propia calidad de vida, muy especialmente en relación con la conservación de la ciudad o el impacto medioambiental del turismo. Y, por último, los visitantes afirman que su experiencia positiva está directamente relacionada con la amabilidad y simpatía de los residentes hacia los turistas. Nada mejor que un destino acogedor para tener éxito real.

En Burdeos, pusieron en marcha una iniciativa de participación ciudadana (Agora Tourisme Bourdeaux) precisamente para escuchar e interactuar con los residentes en cuanto a la gestión del turismo. Un espacio abierto a la interacción, al intercambio de ideas, a la empatía y al respeto. Todos somos turistas, y entendemos la importancia de esta industria. Pero detectar y corregir sus efectos secundarios negativos nunca está de más. Y más vale hacerlo mientras se pueda.