Su impronunciable nombre le ha llevado a que todos le llamásemos Juan, aunque él prefiere mejor, Juanito. Su sentido del humor nada tiene que ver con el carácter hierático que le adscribimos al tópico asiático. En cierta ocasión, mientras paseábamos por el campus, se ofrecía a traducir aquellos tatuajes con sinogramas con los que algunas personas ilustraban su piel. Las traducciones de Juanito eran provocadoras de la perplejidad de los ostentadores de tan epidérmica agresión, y de la risa, a veces a carcajadas, de los observadores curiosos. Vendo mi casa a buen precio, ven pronto que la mesa no está puesta, no me pises que me duele, eran entre otras las traducciones más suaves.

Sentados en mi despacho comenzamos a hablar de la situación ambiental de su China natal. Hablamos de sus megalópolis y de sus riquezas en recursos naturales, de su cada vez mayor peso en la escena internacional y de la prosperidad de sus universidades, que ya ocupan los primeros puestos en el ranking internacional.

Finalmente recaemos en una pregunta que me hago desde hace tiempo ¿Cómo un país tan extenso y superpoblado aguanta sin romperse? ¿Cómo es que no ha habido un asalto al poder de un régimen tan autocrático? Entonces me explica que para ellos lo importante es la seguridad en todos sus extremos, garantía de alimentos, de un sueldo que aunque bajo les permita un acceso a ciertos bienes de consumo, una sanidad aunque sea muy básica y por supuesto la defensa ante la agresión de tantos países como tienen en su entorno.

Sentenciaba finalmente, esto es lo importante para nosotros, y no vemos la necesidad de votar en un sistema democrático. Esta conveniencia del Estado protector se muestra también emergente en otras partes del mundo, incluso en sociedades que eligen a políticos de discursos beligerantes y patrióticos, que como se observa son el refugio de indecencias sin límites. Parece como si sufriésemos un flasback social de dos milenios y la razón se pusiera al lado de las hoy controvertidas reflexiones aristotélicas. Para él la democracia de su momento suponía una desviación y aplaudía los modelos aristocráticos como forma de gobierno.

Los estudios sociológicos apuntan a que nuestra juventud, la nuestra, la de aquí, también valora la seguridad en su amplio sentido por encima del sistema democrático. Tal vez el desencanto de la política y tantas faltas de oportunidades, desde un salario digno hasta el acceso a una vivienda que les permita emanciparse, son suficientes motivos para comprender su desconfianza. Mucho deben reflexionar sobre estos temas aquellos que afirman preocuparse más por el bien común, tan ocupados en acelerar avances para el progreso que sin dejar de ser importantes no son tan urgentes.

La ‘Democracia electrónica’ fue una recopilación en 1977 de relatos breves de Isaac Asimov, Ray Bradbury o Arthur C. Clarke, entre otros grandes visionarios, editada por Caralt en la colección Ciencia ficción. Lejos aún de los avances de la Inteligencia artificial, ya se deducía en su lectura que habría un tiempo en que la mejor manera de elegir a un líder sería por una supercomputadora, capaz de procesar datos desde la personalidad hasta las coordenadas socioeconómicas del momento. De esta forma el ordenador designaría la persona más adecuada. Y de ahí solo habría un paso al universo orwelliano de 1984 o al mundo feliz de Huxley.

Acabo confesándole a Juanito, con humilde vehemencia, que a pesar de los pesares, siempre confiaré en la capacidad resiliente e innovadora de la vieja y muy admirada Europa.