Ajustar la etapa de la vida de una persona a un número puede ser necesario a niveles administrativos y jurídicos. Sin embargo, ese número deducible a partir de la fecha de nacimiento para calcular el tiempo vivido, no siempre refleja su forma de proceder. He conocido en el corazón del aula a jóvenes hastiados incapaces de progresar hacia nuevas ilusiones con la que despertar cada día, como si hubiesen decaídos en formas mostrencas. También he visto a personas metidas en años que quieren emular la juventud perdida, con vestimentas o aditamentos tan ridículos e impostados que suelen provocar la risa de los que intentan emular. Querer parecer joven no conduce a la juventud.

El acertado aforismo de que el saber no ocupa lugar bien podríamos interpretarlo como que ese lugar no es espacial, sino temporal. Un lugar en nuestro tiempo, en nuestra vida. Y si algo da relevancia a la juventud es el ansia por saber, por conocer, por aprender cada día algo nuevo.

Hace unos días una mujer se me acercó para decirme que su vida había cambiado al dedicarse a seguir aprendiendo. Es posible que su edad administrativa fuese muy alta, pero sin embargo sus ojos demostraban que se habían abierto a querer seguir aprendiendo, conociendo más sobre el pasado, presente y futuro del tiempo que le ha tocado vivir. Fue durante la sesión de clausura de un curso sobre el cambio climático que organicé junto al proactivo Pedro Guerrero, y a la iniciativa del prestigioso alergólogo Miguel Blanca, el cual ya nos ha comprometido a uno nuevo para hablar del antropoceno.

La edad numérica de la mayor parte del profesorado implicado no superaba los 30 años, mientras que como reza la magnífica iniciativa de la UMA con estos cursos para mayores de 55, los setenta alumnos asistentes bien podrían duplicarla. Pero como en las ágoras clásicas, en el corazón del aula, se vivió la experiencia de ese intercambio de ideas que fortalecen la sabiduría. Los jóvenes docentes me manifestaron su sorpresa al encontrar a personas tan cualificadas que solicitaban querer saber más y más, y que a su vez les enseñaron mucho. La experiencia ha sido fantástica para todos, asumiendo de forma consensuada que para el saber no hay edad, y que lo que nos mantiene jóvenes es el deseo de seguir conociendo.