Nacemos a este mundo tras nueve meses de sentir lo calentito del vientre materno, cuidados, alimentados, mimados y un largo etc., que nos impide vislumbrar lo que nos esperará al nacer.

Ese momento tan esperado y deseado por papá y mamá, abuelos y el resto de la familia es una inmensa puerta a lo desconocido. Con unos golpecitos en el cachete, una inspiración y un llanto roto y a veces desgarrador, nos encontramos en un nuevo mundo, desamparados y dependientes de nuestros progenitores a partir de ese instante y durante bastante tiempo en adelante.

Es cuando nos empiezan a colocar etiquetas como el nombre, los patuquitos de un color determinado o la habitación decorada en función de si soy niño o niña. Me convierto en un ser que pasa de brazo en brazo oyendo de cada una de esas personas lo monísimo o monísima que soy, es ideal, que cosita tan bonita, me lo como a bocaítos y un largo etc. que, como es lógico, a mí ni me va ni me viene.

Normalmente nacemos feos y en algunos casos como yo, dicen mis padres, que muy feo. Quizás eso sea lo más importante para unos padres que desde el ego que les posee, empiezan, de manera inconsciente, a inculcar etiquetas erróneas a sus hijos.

Creo que es sabido y así lo avala la ciencia, que ya en el interior del vientre materno somos capaces de oír todo lo que ocurre en el exterior, sabemos que la música calma y relaja y que los enfados tensan al feto. Sabemos que las emociones vividas por la madre y no sanadas pueden ser adquiridas por el bebé y nacer con ellas como si de una herencia genética se tratase.

A partir de ese momento parecemos marionetas en manos de adultos que, de la noche a la mañana, se convierten en padres cuya única experiencia es copiar lo que aprendieron de su transgeneracional. Así hemos ido creciendo generación tras generación, cometiendo los mismos errores y aciertos que cometieron nuestros bisabuelos.

Dirigen nuestra vida, coles, amigos, vestimenta, alimentación, juguetes, costumbre y un largo etc. que van forjando nuestra personalidad en base a copias de mamá o papá que adquirimos desde la observación sin opción a decisión alguna.

Sobre esa personalidad hablaremos en otro momento, pero mientras estamos creciendo, en un entorno determinado que elegimos antes de encarnar, vamos perdiendo la identidad del Alma para convertirnos en lo que la sociedad, a través de nuestros padres, determina.

¿Te has preguntado alguna vez cuál es tu propósito de vida? ¿O que haces en este espacio/tiempo llamado Planeta Tierra? Sería interesante que en algún momento del camino te pararas y te hicieses esa pregunta. Nacer, crecer, trabajar, procrear, envejecer y morir. Qué triste.

Y me atrevo a hablar de tristeza porque después de años acompañando a personas en sus procesos emocionales, esa supuesta vida que antes os presentaba es la que todas esas personas no hubiesen querido vivir, no por no ser la correcta, sino porque en casi ningún caso nació del corazón, nació de la propia inercia desde la que solemos actuar en función de las presiones ejercidas por la familia, religión, gobiernos, amistades o el sistema en general.

Nacieron del pensamiento y no del sentir de un corazón inmenso que es donde habita tu verdad. “La Vida es para Sentirla, no para pensarla”. Seguiremos hablando de esto, aquí no acaba tu Misión de Vida.