El anuncio hace unos días de Geoffrey Hinton, el ‘padrino’ de la IA, de dejar Google y así sentirse en libertad para hablar sobre los peligros de esta tecnología, unido a los masivos despidos que se están realizando en las grandes multinacionales, donde muchos de los afectados son los del departamento de ética y sociedad de la división de Inteligencia Artificial, han aumentado el debate sobre los peligros de la desinformación y sus efectos a niveles económicos, sociales, militares, de salud, políticos, etc.

Ambas noticias salen al tiempo que el Partido Comunista Chino presiona a los gigantes tecnológicos privados para “nacionalizar los datos”, con la finalidad de seguir avanzando en el control social y político, amén de la utilización que hagan sus servicios de inteligencia. Todo ello, en un mundo con la democracia en claro retroceso, donde cada vez más países se alejan de la misma y son, o se acercan, al autoritarismo, según el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral. Efecto que también ha llegado a la UE, en la que “casi la mitad de las democracias —un total de 17 países—han sufrido erosión en los últimos cinco años”, según la misma fuente.

Por eso el debate sobre la IA va más allá de la tecnología y se convierte en una reflexión obligatoria. El debate social no sólo aborda que Internet está inundada de falsos textos, fotos y vídeos, sino que entramos en un peligroso mundo en el que, más allá del debate sobre la propiedad intelectual y el derecho a la protección de datos, preocupa que no sepamos diferenciar lo que es verdad de lo que no, lo que permite construir de manera masiva y continua, noticias y “realidades” inexistentes. Nos hemos acostumbrado ya a oír en los telediarios si las imágenes han podido ser verificadas o no, como una muestra de esta nueva realidad.

La falta de credibilidad y veracidad en la información puede tener consecuencias graves. Las noticias falsas y las teorías de conspiración pueden alimentar la desinformación y el miedo, creando una cultura de división y desconfianza. Además, la información falsa puede llevar a decisiones equivocadas y a acciones perjudiciales para la salud y el bienestar de la humanidad. Si no distinguimos entre verdad y mentira, ¿qué nos queda?

Sin duda, muchas cosas tendremos que abordar, como una necesaria regulación de la IA. Estamos ante una revolución que va mucho más allá de lo tecnológico, convirtiéndose en social, como tantos otros cambios relevantes que ha sufrido el ser humano. En este escenario, considero que es una buena oportunidad para el periodismo, ya que puede recuperar credibilidad dando información veraz, cumpliendo con su cometido de transmitir noticias, opiniones y críticas, diferenciándose así del ciberperiodismo y las fake news difundidas en las redes sociales. Decía George Orwell: “Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que se publique. Todo lo demás son relaciones públicas”.

Según Press Gaette, “The New York Times supera los 10 millones de suscriptores y sus ingresos por suscripciones digitales aumentaron en 2022 casi un 12% anual, de 342 a 382 millones de dólares”. Pero más importante aún, consolidó su marca como una referencia mundial. Y esa búsqueda de seguridad en la veracidad de la información, en un mundo con una profunda crisis de credibilidad en instituciones y líderes de opinión, es lo que buscan los ciudadanos. Habrá que trabajar, para evitar que los sueños de unos pocos sean a costa de las pesadillas de la mayoría.