Mi admirado amigo Esteban Hernández Bermejo me regala su última aportación en el libro Las misiones del noroeste argentino: Escenario de intercambio de plantas y conocimientos entre el viejo y el nuevo mundo. Un excelente panel de coautores completa una obra en la que se pone en valor el huerto jardín de los misioneros jesuitas en el universo guaraní.

Los jardines botánicos así fundados hicieron participes a la vez los grandes conocimientos sobre plantas de aquella cultura con los que aportaban aquellos otros que se importaban desde Europa. Gracias a aquel mestizaje de conocimientos se enriqueció de manera inmediata la diversidad alimenticia de ambos continentes, y por extensión de toda la humanidad.

Así los guaraníes aportaron conocimientos sobre cultivos tan básicos para entender la posterior revolución industrial como los de la papa, la codiciada quina, el maíz, el caucho, el tabaco, el tomate, el pimiento, el girasol o el cacao. A la par que integraron aquellos otros tan vitales provenientes del viejo continente euroasiático como la vid, la cola, el mango, los bananos o el café. Como resalta Esteban, el viaje de Colón había abierto la válvula más brusca de comunicación entre dos contextos geográficos de la diversidad hasta entonces casi inéditos. En poco más de un siglo, subraya, cambiaron la agricultura, ganadería, medicina, economías y costumbres de gran parte del mundo.

Hoy buena parte de aquella diversidad vegetal cultivada en los jardines del universo guaraní es la más amenazada por el calentamiento global. Varios informes alertan de ello y nos pintan un final de siglo sin chocolate ni café. El árbol del cacao, del que se obtiene el chocolate, fue bautizado por Linneo con el nombre griego de Theobroma, comida de los dioses. Laura Esquivel en su novela Como agua para chocolate afirmaba que cuando se habla de comer, hecho por demás importante, sólo los necios o los enfermos no le dan el interés que merece. Cuando hablamos de emergencia climática y de seguridad alimentaria, hablamos de comer.

La sequía será un factor común por mucho tiempo. La preocupación crece entre los agricultores y ganaderos, estando obligados a adaptar su producción a los nuevos rigores meteorológicos. Mientras tanto en este río revuelto, aunque sin agua, crecen las ganancias de los especuladores.

Juan Luis Guerra recogió en su poema musicado Ojalá que llueva café un buen elenco de aquellas especies esenciales para la alimentación humana. No es baladí que su rogativa fuese que la lluvia debiera ser de café como símbolo de una sostenible prosperidad.