Desde hace años colecciono libros y artículos científicos que tratan de predicciones. Más allá de las creadas por oráculos, adivinadores y profetas las predicciones son en buena medida la meta del método científico, así se asume que el descubrimiento y la predicción de hechos nuevos y sorprendentes es lo que motiva la investigación científica. Desde hace un siglo son numerosos los informes sobre el futuro encargados por gobiernos y empresas a grupos de científicos. Uno de los más destacados fue aquel encargado por un presidente de los Estados Unidos a principios del siglo XX que por no acertar hasta paso por alto algunos de los grandes avances sociales como fueron la invención del bolígrafo o el uso de las microondas de tanta trascendencia para el avance de distintas tecnologías.

Pero sin lugar a duda el primer contacto que tenemos los humanos con las predicciones tiene un origen maternal. Frases como ya te lo dije o yo ya lo sabía, nos han soliviantado porque era como la sentencia del error cometido, aunque en realidad en tales casos tiene más de absolución de la pena por el propio hecho de conocer ya el desenlace. Sin embargo, el interés por acertadas predicciones sigue creciendo, a pesar de que como afirma Tetlock en su libro El juicio político de los expertos: unos chimpancés tirando dardos a posibles desenlaces, probablemente obtendrían resultados similares a los de aquellos cientos de sesudos predictores consultados y que solo un 2% alcanzaron un número significativo de aciertos. A este reducido grupo de personas se les conoce como Superpronosticadores, gentes caracterizadas por sus mentes abiertas y de humildad intelectual contrastada.

Si hay una disciplina científica empeñada día a día en hacer predicciones esa es la meteorología. Los avances lo hemos podido observar en este último medio siglo. Muchos recordarán aquel primer hombre del tiempo en televisión, Mariano Medina, que con tan solo una pizarra en la que aparecía la silueta ibérica y la información aportada por barcos especializados, era capaz de atreverse a hacer pronósticos de un día para otro, con unos márgenes de error bastante acusados. En la actualidad la información proveniente de satélites, de sofisticados algoritmos y de una red infinita de observadores, sin necesidad de acudir a las tradicionales cabañuelas, sirven para adelantarnos que tiempo hará la próxima semana.

Mi buen amigo y gran meteorólogo Escudero me avanza la previsión para la noche de fin de año. Los observatorios norteamericanos decían que lloverá intensamente en Málaga esa noche, mientras que los europeos adelantan que no veremos más gotas de lluvia hasta el año próximo. Poco después los del otro continente dieron marcha atrás. Y es que no hay peor lugar para hacer predicciones meteorológicas que las zonas de clima mediterráneo del planeta y, en especial, estas aledañas al Mar de Alborán. Nuestro clima y su manifestación meteorológica es manifiestamente caprichoso, al bamboleo de borrascas y anticiclones, todo en medio de un pulso entre el desierto sahariano y territorios continentales. Y ya se sabe que no hay nada más imprevisible que lo que proviene del capricho. Esperemos que 2023 sea menos veleidoso que los anteriores. Qué sea un feliz año para las buenas gentes que danzan o juegan, cuando pueden, y laboran, y hasta para que a los soberbios y melancólicos, los borrachos de sombra negra, sean colmados de humildad.