Si tiene usted un negocio de mascarillas, y solo de mascarillas, tiene un negocio de mascarillas… y un problema. Como confío ciegamente en que nadie tenga un negocio que exclusivamente se dedique a eso del ‘tapabocas’, podría generalizar y les diré que todos estamos de enhorabuena, porque en solo un par de semanas (ya deben saberlo), empezamos a mandar a Parla al dichoso elemento.

Se decide el Gobierno a retirar la obligatoriedad en interiores de eso que, hace solo un par de años nos sonaba a enfermo, a personal sanitario o a turista asiático, y pone fecha a un encuentro muy particular de nuestra sistema visual con la cara del compañero. No crean que será fácil ponerle cara completa a muchas de esas personas con las que compartimos espacio de trabajo bajo techo, para los que nuestro cerebro tiene ya una visión muy definida de nariz hacia arriba. Se aventuran sorpresas. Más de uno, tal vez prefiera al compañero en modo Covid (o sea, bien ‘escondidito’), pero sin estornudos.

Y ocurre todo esto, en pleno mes de abril que que tiene que ser, sí o sí, el de la vuelta a nuestras cosas. Porque si el Carnaval nos ayudó a sentirnos libres para cantar las cuarenta a quien lo merece, la semana que se aproxima nos debe acercar mucho más a eso que tanto añoramos, si somos de esos que agradecen a Dios, o de aquellos que agradecen a la vida. Lo mismo da, porque Málaga necesita a su Semana Santa y los malagueños (que somos los de aquí, pero también quienes se sumen en estos días) necesitan de este ‘fenómeno’ que monta museos en la calle, que eriza la piel del humano y que nos reúne a todos en una esquina o un rincón, a los sones de Abel Moreno, de Font de Anta, de Gámez Laserna o de Pantión.

Floreció el azahar y Málaga ya huele a incienso. Tres días solo para abrir la puerta grande de una de sus principales motivaciones cada año: una demostración de fe, que es también exponente claro de nuestra cultura y de nuestra tradición. Algo que ni la fuerza del temporal de estos días puede igualar, porque dos años son mucho y tres serían demasiado.

Y cierto es que anda el cofrade mirando de reojo la aplicación del tiempo en el móvil, la página que el cuñado revisa cada año y “que tiene un modelo americano infalible”, o revisando el documento de las cabañuelas para comprobar si dijeron algo de agua a la hora de la salida. Pero… ¡qué diablos! No hay mejor paraguas que la ilusión para dejar en nada una previsión fea de los señores del tiempo. Saldremos con mascarilla (en plena bulla, no les va a sobrar, háganme caso) pero saldremos. El azahar dijo sí hace algunas semanas. “Con la venia”. Disfruten. Disfrutemos.