La vida no deja de ser una mochila en la que vamos almacenando experiencias, eso es algo que nada ni nadie nos puede arrebatar, no, los políticos tampoco pueden. Lo pasado, pasado está y ya es cosa nuestra qué hacemos con eso que se nos ha cruzado en el camino.

En algún momento del trayecto nos hacemos cofrades, quizá tenga un por qué o simplemente sucede porque tenía ocurrir, sin más. Tu familia, unos amigos, una novia o novio o un zarandeo en el alma te hacen perderte al menos durante una semana al año entre figuras de madera que representan a un buen señor que hace un montón de años llegó para cambiar la historia y a todos nosotros directa o indirectamente con un mensaje revolucionario y rompedor que hoy en día sigue siendo motivo de estudio, devoción y disputa pero que a ti y a mí se nos representan con nombres como Perdón, Agonía, Milagros, Sentencia, Sangre, Vera+Cruz… sin olvidar por supuesto el de esa mujer predestinada a sufrir Dolor por la pérdida de un hijo pero que a su vez iba a ser símbolo de fe, Esperanza, Caridad…

La Semana Santa te pega el flechazo y como todo amor también se puede convertir en odio. Te puede llevar al interés por el arte, la historia de tu ciudad, de las hermandades, a conocer el nombre de calles por las que no pasas salvo en contadas ocasiones y casi siempre por las mismas fechas. A amar la música, olores, sabores. Reconocer 100 tipos de flores y plantas o mil y una maneras de doblar un trozo de tela para que sirva de marco a la cara de la Virgen.

De las cofradías también se aprende a reflexionar, a tomarte un rato para ti y tus cosas, sin tener que compartirlo con nadie salvo con quien va encima del trono. A limpiarte por dentro en primavera, llorando, riendo, pensando, emocionándote o dejándote caer en los brazos de la melancolía.

En esa mochila de fotos que se van agolpando también aparece mucha gente, personas que a buen seguro te van a marcar de una u otra forma. Especialmente esas que te han enseñado lo que es la Semana Santa, a quererla, a disfrutarla, a transmitirla. Gente que viene y va, y algunas que se van definitivamente para siempre a mirarte desde detrás de la túnica. Me gusta pensar que es así, que se quedan en silencio viendo cómo otros vamos haciendo Semana Santa. Sí, porque la hacemos, porque todos los que formamos parte, vamos construyendo con el legado que otros nos dejaron. Desde el sitio que nos toque y haciendo honor a su memoria.

El Domingo de Ramos ya está aquí, tras dos años de espera y nos toca mirarlo con esperanza por los que la miran desde el silencio.

Os echaré de menos Enrique, Julián… maestros. Dadle recuerdos al Migué, que estará también en silencio, con su traje marrón.