Nueva ubicación de la escultura de Ibn Gabirol en Málaga.

Nueva ubicación de la escultura de Ibn Gabirol en Málaga.

La tribuna

La presencia de la concordia: Ibn Gabirol, el malagueño

31 diciembre, 2021 11:14

La envidia es muy mala. Que se lo digan al poeta y filósofo judío Ibn Gabirol. Nacido en Málaga hace mil años, vio truncada su creatividad compulsiva y su proverbial melancolía en Valencia hacia 1069 o 1070 -según la leyenda-, a manos de un mediocre poeta musulmán. No obstante, la justicia divina o el karma castigaron al asesino a través de los dulces frutos de la higuera que creció, en su propiedad, sobre los restos del malagueño. Al parecer, fueron frutos tan notables, que llamaron la atención del mismísimo rey y acabaron forzando la confesión y la consiguiente expiación del crimen.

De nuevo, un árbol –en este caso, un granado- vuelve a señalar la presencia de Ibn Gabirol. Ahora, en la ciudad que le vio nacer. La granada, fruta cargada de simbolismo en la cultura judía, nos llama a la concordia y la prosperidad, al tiempo que nos recuerda los placeres de la belleza y la inteligencia. Orden y progreso, como diría el filósofo francés Auguste Comte, padre de la sociología. Y el Ayuntamiento de Málaga ha decidido plantar sus virtudes junto a la escultura del norteamericano Hamilton Reed Armstrong que se encuentra en los jardines de la calle Alcazabilla, frente al Teatro Romano.

Los modernos han rendido culto a los monumentos, al modo de Riegl, subrayando la valía universal de los humanos cuyo destino pugna por vivificar la conciencia de las generaciones futuras. Los posmodernos han extendido el culto hasta la idolatría haciendo que unas alpargatas artesanales tengan un valor semejante a una tragedia de Shakespeare o al Fons Vitae [El manantial de la vida] de Ibn Gabirol. Pero la silueta ensimismada y angulosa del monumento de este último no sólo nos recuerda que somos seres ceremoniosos y emocionalmente bulímicos en potencia, como le gusta decir al filósofo cordobés José Carlos Ruiz, sino que podemos conservar los rituales, en un acto íntimo, gracias a sus versos y su metafísica bien trabada con lo más “granado” de Platón y de Aristóteles, sin cita alguna de los textos sagrados venerados por los teólogos. Hartos de los libros de autoayuda y de las consecuencias perversas del “conócete a ti mismo” y las ceremonias de la comunidad virtual del ciberespacio, muchos amantes de la filosofía apostamos por esos rituales sencillos que nos remiten a los orígenes y nos permiten interiorizar los rasgos culturales sin agrandar en exceso los límites ampulosos del sujeto hipermoderno. Nos conformamos con suscitar el asombro, la reflexión y el enjuiciamiento sosegado, minucioso, centrado. Y para ello nos hace falta rumiar las huellas de la memoria con la repetición, con la digestión lenta de los saberes del pasado y del presente, como bien sabían los filósofos de la antigua Grecia. No perdamos la memoria de tanto adornar nuestro avatar.

Pero como vivimos en una sociedad del espectáculo, soy consciente de que pueden resultar excéntricos mis homenajes secretos a las esculturas de Ibn Gabirol en Málaga, de Maimónides en Córdoba o de San Isidoro de Sevilla en la escalinata de la Biblioteca Nacional de Madrid. La exhibición en espacios públicos es una tentación para la idolatría, para que usemos los monumentos silenciosos como photocall. Este es, por cierto, el título del último libro de José Antonio de la Rubia, un filósofo de la sospecha que nació en las tierras que vieron partir a Ibn Gabirol y ha hundido sus raíces en Granada –otro de los destinos vitales del malagueño.

Nuestra sociedad no es, dice José Antonio de la Rubia, una sociedad de las apariencias, sino de las “apariciones”. La influencia de los medios de comunicación nos anima a pensar que lo real es únicamente lo que hace “acto de presencia”, lo que se muestra decididamente y con sus mejores galas en el gran teatro del mundo. Por esa razón, los medios de comunicación se han convertido en medios de “aparición” en los que nos hacemos patentes nosotros y nuestros valores, dando satisfacción al deseo narcisista irresistible de mostrarnos a los demás. Lo público se transforma definitivamente en publicidad.

Tengo la esperanza de que estas palabras sirvan para que Ibn Gabirol no se haga presente únicamente como photocall. Y llevándole la contra al filósofo alemán Theodor Adorno, pienso que la poesía ha sido posible y deseable después de los horrores de Auschwitz. También lo fue en manos de Ibn Gabirol, quien estaba convencido de que Dios nos hablaba en verso y que el lenguaje poético era el vehículo de expresión de la sabiduría de los profetas. Y es que, además de permitir el diálogo con la divinidad, la palabra tiene para los poetas judeo-españoles un poder creador que nos permite “hacer mundos”, perfilar las señas de identidad de nuestra concepción de Dios, el mundo y el alma –como diría Kant- que todos atesoramos, aunque no seamos conscientes de ello. Por si fuera poco, Ibn Gabirol tuvo la osadía de hacer ciencia, a la par que teología, en su poema titulado Corona Real y nos ha legado una ética singular en la que relaciona las virtudes con los cinco sentidos tradicionales (Libro de la corrección de caracteres), un conjunto de recetas prácticas para la vida buena en su Selección de perlas y una gramática hebrea en 400 versos acrósticos (Collar de Perlas). De ahí mi ritual de agradecimiento al malagueño Ibn Gabirol.

**Rafael Guardiola Iranzo es presidente de la Asociación Andaluza de Filosofía.

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