Cuentan que el héroe mitológico griego Teseo volvió de Creta en un barco que sobrevivió varias generaciones porque se cambiaba cada tablón de madera que se estropeaba. Con el paso de los años, la embarcación que vieron los nietos ya no mantenía ningún elemento del buque que conocieron los abuelos, y los griegos se preguntaban si realmente se podía seguir considerando que era la misma nave. Fuese o no el mismo antiquísimo navío, algo era innegable: así había sobrevivido. Escribió Jorge Drexler que, si quieres que algo se muera, déjalo quieto.

Tampoco es que la paradoja del barco de Teseo -y el debate filosófico que suscitó- sea universal. El santuario sintoísta de Ise, el más sagrado de la religión autóctona de Japón, se desmantela y reconstruye cada veinte años (la última vez, en 2013) y nadie duda de que mantenga la misma santidad. Con todo, el templo se reedifica siempre con el mismo estilo original y no es accesible al público. No cambia sino para sí mismo.

Si observas con constancia a Málaga, puedes llegar a ver también cómo se le van cayendo las escamas. EL ESPAÑOL inauguró su edición de la Costa del Sol hace tan solo 5 meses, el 15 de julio, y ya nos ha dado tiempo a contar varias caídas de iconos de la ciudad.

Retiran el mosaico de El Piyayo en un local de calle Granada: en su lugar abrirá una franquicia de sushi (20 de octubre). Málaga activa el desalojo de La Invisible: da 15 días a los okupas para que abandonen el edificio (5 de noviembre).  Se apagan las velas de El Harén, la tetería donde aprendió a caminar la cantera del arte malagueño (23 de noviembre). Cierra el mítico Café Central de Málaga a principios de año (26 de noviembre). El histórico restaurante Antonio Martín, en Málaga, visto para sentencia: Costas ordena su desalojo y derribo (1 de diciembre). Solo en los dos últimos meses de los cinco que llevamos observando fijamente (y contando) la ciudad. Y, en El Palo, El Tintero y Juanito Juan dieron el susto.

Para ser una ciudad milenaria, el ritmo es vigoroso. Partamos de que Málaga sostiene un tesoro excepcional, extremadamente raro hoy día en el Viejo Mundo, que no debería sacrificarse: la intuición de estar yendo hacia arriba. Pero puede caber preguntarse, sin atajos de trincheras, por qué lo que se pierde está cargado de significado y cómo vamos a apropiarnos de todo lo nuevo que se va creando. Aunque solo sea para no dar argumentos a ese demonio que nos susurra al oído que se está cayendo una personalidad a pedazos.