Una montaje del pensionista y La Trinidad.
Luis, un pensionista malagueño que no llega a fin de mes: “Tras 45 años cotizando, tengo que elegir entre calefacción o pescado"
Reconoce que cada mes hace cálculos que nunca pensó que tendría que hacer con su edad. “Mi pensión son 1.020 euros. Cuando pago el alquiler y la luz, me queda para sobrevivir, no para vivir”, lamenta.
Más información: Marta, profesora de 30 años: "Tengo un trabajo fijo y gano más de 1.800 euros al mes, pero no puedo comprarme un piso"
Luis tiene 72 años y vive en un piso humilde de La Trinidad, el barrio donde nació y donde pensó que envejecería con tranquilidad. Siempre creyó que, después de cuatro décadas levantándose a las seis de la mañana para trabajar en la construcción, su jubilación sería un descanso. Pero hoy habla con una mezcla de resignación y rabia contenida. “No quiero lujos. Solo quiero vivir sin miedo a abrir la factura de la luz”, dice.
Reconoce que cada mes hace cálculos que nunca pensó que tendría que hacer con su edad. “Mi pensión son 1.020 euros. Cuando pago el alquiler y la luz, me queda para sobrevivir, no para vivir”, lamenta.
Luis empezó a trabajar a los 16 años. Cargó sacos, levantó muros, instaló azulejos y pasó media vida con las manos llenas de polvo y yeso. Hubo años buenos, otros no tanto, pero siempre sintió orgullo de llevar “el pan a casa” y de haber salido adelante sin ayudas.
“Yo no quiero que me regalen nada. Lo que me fastidia es haber cotizado toda la vida y sentir ahora que no me alcanza para lo básico”, cuenta.
El precio del alquiler es, para él, la espina más grande. Vive en un piso que su casero subió de 650 a 800 euros en menos de dos años. “¿Qué hago? ¿Dónde me voy? Tengo más de 70 años, no me van a alquilar en cualquier sitio”, dice con tristeza.
Luis evita entrar al supermercado sin una lista estricta. Comprar pescado fresco es un lujo que se permite una vez al mes. Las frutas también han pasado a ser “caprichos de domingo”.
En casa ha pasado el verano sin encender el aire. También evita el horno y reza por un invierno sin mucha humedad. “Este invierno lo voy a pasar con dos mantas. Es lo que hay”, expresa.
“Los políticos hablan mucho de los pensionistas, pero no vienen a ver cómo vivimos. Que se sienten conmigo un mes y paguen lo que yo pago. A ver si les llega y le salen las cuentas, porque a mí, desde luego que no”, asevera.
Cuenta que ha visto a vecinos mayores, amigos de toda la vida, que han tenido que irse a vivir a habitaciones compartidas o volver con hijos, que también van justos. “La gente no lo dice por vergüenza, pero está pasando; si la juventud está mal, hay una parte de la tercera edad que no sé si está hasta peor”, lamenta.
Luis no se imagina fuera de su ciudad. Le gusta caminar por el paseo marítimo siempre que puede, sentarse en un banco del parque a leer el periódico y jugar a la petanca con los amigos del barrio. “Málaga es mi vida. Pero esta Málaga cada vez me lo pone más difícil”, indica con crudeza.
Teme que la ciudad se esté convirtiendo en un lugar en el que él ya no cabe. “Mucho turista, muchos hoteles, mucha gente con dinero… y los de aquí cada vez podemos menos. Ese es el problema”, critica.