
Una imagen de Raúl, con el cuadro con el pañuelo que le recuerda su 'milagro' junto a su Virgen de la Esperanza.
El poder de creer: una sepsis casi acaba con Raúl, pero nunca le faltó "la Esperanza": "Ella me dio una prórroga"
Este hermano de la Archicofradía vivió hace quince años el peor momento de su vida, pero desde entonces asegura que disfruta de la vida con otros ojos.
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Era 4 de julio de 2010. Una mañana cualquiera del caluroso verano malagueño. Raúl Ramírez se despertó "raro". Tenía el cuerpo cortado, griposo. No le dio importancia, más allá de tomarse alguna pastilla para aliviar el dolor. Pero no remitía. Así que decidió irse a las Urgencias del Hospital Civil. De aquel malestar pasajero, entró directo a la UCI.
“Me hicieron pruebas, me cogían vías por todos lados… y yo sin entender nada. Cada minuto me sentía peor. Tres días después, en San Fermín, entraron en la habitación mi mujer y mis padres. Iban a despedirse, les dijeron que me moría y me sedaban”, sostiene, entre lágrimas.
Los médicos le dijeron que aquello no era una gripe con maldad, sino un shock séptico con fallo multiorgánico. “Me dijeron que estaban intentando encontrar el origen, pero no lo encontraban. Mi intensivista, Miguel Salguero, que falleció, me confesó después que me puso tratamientos a dosis fuera de ficha técnica. ‘Te estabas muriendo y lo probé todo’, me dijo. Lo que fuera que me salvó, aún no se sabe”.

Iglesia de San Juan de Málaga
“Cuando me sedaron, viví eso que se cuenta: ves tu vida como en un tráiler, momentos muy importantes. Y una luz que se acerca, con una paz total. Pensé: pues ya está, se acabó. Pero de repente, oscuridad. Y luego, la luz de la UCI”. Cuando abrió los ojos, aún entubado y con vías por todo el cuerpo, lo supo: “Estoy aquí. Y de esta salgo”.
Todo le ocurrió con apenas 38 años. Siendo un tipo deportista y muy sano. Nadie daba crédito. Estuvo quince días muy grave. Durante todo ese tiempo, su amigo José Navas había colocado en su mano un pañuelo que pertenecía a la Virgen de la Esperanza. Y no se soltó ni un solo día, ni siquiera cuando lo trasladaron al Hospital Regional. “Era mi único contacto con lo que había fuera. Yo lo apretaba fuerte, como diciéndome: venga, Raúl, vamos a salir de esta”.
Recuerda cada sonido de la UCI como si fuera ayer. En su interior, perdía la noción del tiempo. No sabía si era de día o si era de noche. "La UCI tiene también una cosa, que es que los sentidos dentro se agudizan. Entonces tú, una mosca que esté revoloteando al fondo de la sala, la estás notando. Los comentarios de los enfermeros, los escuchas. Y tú estás tumbado, estás con los ojos cerrados, pero te estás enterando de todo. Tú escuchas 'el chaval este de la cama 1 se nos va, es que no tiene manera de mejorar. Que se nos va' y tú mismo te dices, joder, no sé si me voy ya. Te sientes solo".
Una imagen de Raúl con su Virgen.
Raúl no cree en las casualidades. Cree en señales, en momentos que marcan la vida para siempre. Cree en la ciencia y en el buen hacer de los médicos. Cree en la Esperanza, tanto la que se escribe en mayúsculas como la que no. "Yo recomiendo a la gente que no pierda la esperanza. Que crea en algo como yo en la Esperanza. A mí me dio muchísima fuerza cuando más la necesitaba. Igual que digo que la Esperanza decidió llevarse antes de tiempo a un hermano, a mí decidió dejarme... Y siempre lo agradeceré y lo diré en alto. Ella quiso salvarme", sostiene.
La Virgen lo eligió aquel 7 de julio en el que le sedaron y no lo soltó ni siquiera cuando estuvo a punto de morir. Aquel pañuelo que apretaba con fuerza en la UCI fue su único vínculo con el mundo durante los días más oscuros de su vida. Y aún lo guarda. Como el recuerdo de un milagro, enmarcado en un cuadro con el rostro de la Virgen de la Esperanza.
El vínculo de Raúl con la Archicofradía de la Esperanza, comenzó como tantas cosas, con una conversación de café en el trabajo. “Yo venía de la cofradía de Estudiantes desde muy joven, y hablando con un compañero del centro de salud, me contó que él era del submarino de la Esperanza. Me dijo: ‘Raúl, vamos a quedar, te presento al grupo’. Yo no me lo podía creer. Desde pequeño, mi abuela me llevaba a verla a Carretería. Siempre soñé con sacarla”. En 2008, ese sueño se cumplió. Entró al grupo del submarino.

Un reflejo de Raúl en el cuadro del pañuelo.
Dos años después ocurrió aquel episodio que ahora recuerda cada vez que se mira al espejo, pues le ha quedado una marca del respirador. "He aprendido a valorar lo importante de la vida. No me cabreo por tonterías que antes sí, la vida me ha dado una prórroga y tengo que aprovecharla. Soy mucho mejor persona ahora, mucho más empático", añade. Tampoco ha perdido el sentido del humor. "Desde que me pasó aquello, mi grupo me llama el resucitado", confiesa entre risas.
Desde aquel verano de 2010, su sitio bajo el trono de la Esperanza cambió y cobró un nuevo significado. Sus compañeros le cedieron el puesto que se sitúa justo a una especie de trampilla que permite al portador que va debajo verle la cara a la reina del romero durante todo el recorrido. “Y desde 2010 hasta 2022, ahí estuve, debajo de ella, con mucho orgullo, siendo sus pies”.
"Yo creo que la gente que no pertenece al submarino nos ve como unos locos, pero es que lo que se genera dentro es espectacular, es una familia", dice. Raúl destaca, sobre todo, lo bonito que es ver el relevo generacional con sus propios ojos. "Ver a los nuevos chavales en los varales es el mejor regalo. A mí me ha dolido irme, pero es que hay que darles paso", añade.
Confiesa que uno de los años más especiales que vivió fue 2008, cuando se estrenaba y no pudieron salir por la lluvia. "Sí, no salimos. Pero aquella noche me impresionó como la que más. Salió del grupo decir que nos quedábamos bajo el trono hasta la hora que debía encerrarse aunque la Esperanza no saliera a las calles de Málaga: contamos chistes, nos emocionamos... Fue precioso".

Virgen de la Esperanza de Málaga.
A los 50 años tuvo que retirarse. Aquel Jueves Santo de 2022 fue especial para él. “Fue una mezcla rara de alegría, emoción y tristeza. Cuando sueltas el varal por última vez, se te coge un pellizco en el alma. Ya sabes que el año siguiente no estarás ahí. Pero es lo que toca”.
Por su profesión, Raúl sigue teniendo que visitar el hospital en el que estuvo debatiéndose entre la vida y la muerte. Hace un tiempo, le llamaron de su empresa para preguntarle si quería formar parte de un nuevo proyecto al que, cuando comenzó a saber más sobre él, no pudo decir que no. "Aquel proyecto consistía en presentar un antibiótico", dice... Lo paradójico es que esa misma medicina sirve para vencer a la infección por la que, en 2010, estuvo a punto de morir.
De hecho, en el proceso se ha reencontrado con algunos de los médicos que participaron en su cuidado. Uno de ellos, el jefe de enfermedades infecciosas, escuchó sorprendido las palabras de Raúl, porque se acordaba de él: “Es curioso que yo estuve aquí a punto de morir por una infección y hoy estoy presentándote un antibiótico para que la gente no se vaya de lo que yo me iba a ir, es muy fuerte”.
Tiene muy presentes a quienes le atendieron entonces. Menciona con cariño a Miguel Salguero, que estuvo “noche y día” con él, y a otros sanitarios como el intensivista José Andrés, la doctora Maru o Miguel Moyano. “Recuerdo a muchos, de urgencias, de enfermería… Gente muy especial. Ellos se acuerdan también de mí. Les debo mucho”, insiste y sonríe recordando cómo un abogado le propuso denunciar por negligencia al hospital por la marca que le quedó del respirador en la nariz. "Me pareció de coña. ¿A los que han hecho todo por mí? ¿Pero en qué mundo estamos? Después de todo, esta cicatriz es casi un regalo que me repite cada día que tengo que vivir", sostiene.
Hoy, Raúl también sigue ligado a la Esperanza, aunque desde otro lugar, al estar 'jubilado' del varal. “Yo siempre digo que uno no elige a la Esperanza, ella te elige a ti. Y ese día me eligió”. Cada Jueves Santo cumple un ritual: se levanta temprano, se acerca a la casa de hermandad, y antes de la procesión acompaña a sus compañeros a vestirse al Hotel NH, a disfrutar del brillo en los ojos de las nuevas generaciones. Pero, sobre todo, cada Jueves Santo, sigue creyendo. Porque, como él mismo dice, “lo importante es tener esperanza en algo, en lo que sea. En la vida, en la fe, en tus hijas, en tus padres. Pero creer. Porque el día que dejas de creer… el cuerpo dice basta”.