Y llega el día. Nervios, más que nunca tras este paréntesis interminable sin poder vestir la túnica y apuntar con el capirote al cielo, ese al que señala también todo lo que pasa en estos días en las calles de mi ciudad.

A la procesión te arrastra la ilusión, no puede ser de otro modo, pero es algo más lo que te mantiene en ella al cabo de las horas. Hasta llegar a este momento en que se abren las puertas y se hace la luz, en que crujen los varales y susurran los pasos de los nazarenos. Hasta aquí has tenido que soportar mucho más que tu propia impaciencia. Rostros de sorpresa, etiquetas, incomprensión y juicios, porque, en pleno siglo XXI, aún hay quien no comprende que la piedad popular es legítima, tan digna de respeto como cualquier otra forma de acercarse a Cristo, de seguirle, sintiéndote uno con otros hermanos. "¡Qué le vamos a hacer, tiene esa rareza!". Y ya está.

Pues sí, ya está, que también es el silencio un modo elocuente de dar testimonio. Lo importante, al final, no es lo que vean los demás, que para eso vas con la cara tapada y solo te distinguen tus seres queridos ("que sí, que sí, que esas son sus manos"). Lo importante es lo que pasa ahí dentro, en esas horas, en ese reino de silencio, que te tira el anzuelo y te pesca, aunque cueste trabajo y te hagas el distraído.

La estación de penitencia es, si se quiere, un encuentro personal intenso y provechoso con uno mismo, con los otros y con el Otro.

Caminar el camino de la cruz mirando a Cristo, seguir sus pasos agarrando, sin tocar, la mano firme de María. Salir de un lugar conocido, de ti mismo, e ir a la meta fijada, ser como Él. Y eso implica andar, y hacerlo juntos, a un mismo paso, en armonía y, también, en soledad, aunque esta sea sonora y sea acompañada.

Cambia mucho la historia cuando se ha vivido. Por eso no caben discursos manidos ni palabras huecas, todo sobra, se cae al suelo. Porque es verdad que la procesión, el dolor, el disfrute y el gozo van por dentro. Por eso, ser nazareno es todo un privilegio. Por eso y mucho más.

Ana Mª Medina es periodista en la Diócesis de Málaga