Los amigos de El Español de Málaga han pedido mi colaboración para una serie de artículos en Cuaresma. Lo haré, como decimos los juristas, "según mi leal saber y entender" y siempre desde la gratitud más sentida por este gesto de confianza del que espero estar a la altura, en especial por el elenco de firmas que me acompañan en esta serie de publicaciones, todas ellas personas de gran relieve y sentido espíritu cofrade y malagueño.

Recordar el sacrificio de Cristo en las calles de nuestras ciudades puede producir admiración, recogimiento, o indiferencia. La Semana Santa es un hecho social con múltiples dimensiones: en esencia la religiosa pero también la relativa a la identidad familiar, de barrio, de ciudad y la personal, la más importante, la que llevamos dentro. No falta (ni sobra) la vertiente económica, en especial en el comercio y en el turismo, y tampoco la cultural y estética, con ese patrimonio artístico tan digno de potenciación y protección.

Sin duda las cofradías también han evolucionado a mejor, han pasado de un entorno en general cerrado a mediados del siglo pasado, a una efectiva democratización en los años setenta. Esa identidad con los sagrados titulares ha hecho grande a la Semana Santa. Cada persona, familia o pueblo se identificaba con su Cristo o su Virgen. Se deja de lado la visión siniestra de Dios como vigilante y sancionador de los pecados por otra más humana y entrañable. Como nos dice el antropólogo Rodríguez Becerra, la Semana Santa ha logrado una religiosidad del ¿cómo somos? (visión antropológica) más del ¿cómo debemos ser? (con más carga teológica).

El poder nunca ha renunciado a controlar esta realidad desde siempre, y en especial desde el nacionalcatolicismo, y no está sobra recordar, con el jesuita Gómez Caffarena, que a veces las autoridades eclesiásticas entienden la Semana Santa como una fuente de captación de fieles que no llegarían de otra manera.

Más allá de fundados estudios académicos sobre la Semana Santa (en especial desde la antropología social, con el profesor Isidoro Moreno Navarro a la cabeza), al final esta realidad cultural y religiosa se identifica con la trayectoria vital de cada cual. En la mía, siendo malagueño (aunque nacido en el pueblo de mis padres, Almogía) y criado en el barrio de la Trinidad, se idéntica con el Lunes Santo (El Cautivo y la Trinidad) y el Viernes Santo (el Santo Traslado y la Soledad). Creo que pocos años me he perdido estas procesiones y puedo recordar muchos detalles a pesar de tantos años pasados. Como anécdota, en el año 1977 un buen número de portadores de El Cautivo el lunes tuvieron el sábado de esa semana otra procesión, esta vez laica y con coches y banderas rojas: el 9 de abril de ese año se legalizó el PCE. Los seres humanos somos mucho más que un estereotipo.