No puedo contigo. De verdad que lo intento pero es que, parafraseando la celebérrima canción de Los Ronaldos, “no hay manera”. La vela, consumida por la propia luz que me ha regalado tantos carnavales con los míos, parece que cera no tiene, que nada le queda.

Y en la distancia, me entrego al falso olvido, a la tímida dejadez, a la atrevida sensación de que nada que tenga que ver contigo, va ya conmigo. ¡Mentira! Mentira, porque en verdad no puedo contigo.

Recapitulemos, un carnavalero nunca deja de serlo, porque si llegan los días D y las horas H y no le entra por el cuerpo un qué sé yo que yo qué sé, entonces es que nunca lo fue. Los días D y las horas H, te toca ultimar decorado, pensar hasta la extenuación en una última bala para una hipotética final, probarte el disfraz con la sonrisa tonta del que tiene una cita o a escuchar a otros grupos con el cosquilleo de que te vas a batir el cobre con ellos.

Te toca vivir en una puñetera montaña rusa de sentimientos que van desde la terrible sensación de que este año te la pegas, al éxtasis del día del estreno (algunas veces al revés). Y esos días han llegado y claro… no hay mensajes en el móvil que te saquen de quicio preguntando cualquier chorrada de la puesta en escena, no hay nervios con las letras que no llegan, no hay ensayos atacados, no hay desvelos, no hay mensajes de ilusión, no hay ojos brillantes con el trabajo bien hecho, no hay comparsa, no hay vida.

Y la vida, que ya les conté alguna vez que es una travesía, que no hay que dejar nada para mañana porque mañana quizás sea tarde, es para un carnavalero, esa cosa que transcurre entre la última vez que se canta en el Cervantes y la siguiente. Momo, no puedo contigo, definitivamente te odio… ¿me dejas un bolígrafo? Ojalá nos podamos encontrar pronto que no puedo vivir sin ti, no hay manera.