En plena Guerra Civil, y tras una experiencia traumática, una niña llegó a una familia de acogida en Antequera. El hombre que había pasado entonces a ser su padre, médico de profesión, fue fusilado y su muerte se quedó plasmada en las pupilas de la pequeña, de apenas tres años, que pasó a estar sumida en un estado de shock. Sin hablar ni relacionarse con nadie, apenas dejando llevar su cuerpo por un balanceo continuo, llegó a la sala 20 del Manicomio Provincial de Málaga.

En el mismo pabellón ubicado en el actual Hospital Civil, acabó otra mujer proveniente también de la ciudad del Torcal. Esta entró con el beneplácito de su marido y la recomendación de un médico diagnosticada por alcoholismo. En su informe clínico, su psiquiatra relata que ni siquiera las palizas que le daba su pareja para intentar hacerle aborrecer el alcohol tuvieron éxito.

Estas son solo dos historias de las más de 800 por las que la psiquiatra y profesora de Historia de la Medicina en la Universidad de Málaga, Celia García Díaz, buceó para armar su tesis doctoral: ‘Mujeres, locura y psiquiatría: la sala 20 del Manicomio Provincial de Málaga (1909-1950)’, editada ahora por el Centro de Ediciones de la Diputación provincial.

Licenciada en Medicina y Cirugía, García comenzó a escuchar en su consulta sobre pacientes que habían pasado por la sala de 'los locos' y a preguntarse, en concreto, qué había pasado con las mujeres. “En España, se ha investigado mucho sobre instituciones psiquiátricas en la última década, pero se sabe poco de esa perspectiva de género”, explica a EL ESPAÑOL de Málaga. A ese hueco en la sombra es al que su trabajo arroja luz: no solo habla de qué se hacía en la institución y de los discursos médicos, sino que pone el foco en la propia experiencia de las mujeres. “Busca hacer una historiografía desde abajo, desde la experiencia de internamiento de las mujeres”, resume.

Para ello, García analizó una a una 811 historias clínicas, la mayoría rescatadas del archivo de la Diputación de Málaga y un pequeño porcentaje del Fondo Pedro Ortiz Ramos del Archivo Universitario de Granada. Por la extensión de las pruebas, acotó el trabajo de 1906, cuando abrió el centro, hasta 1950, aunque este siguió funcionando hasta la reforma psiquiátrica de principios de los 80.

La Sala 20 del Manicomio Provincial de Málaga.

La Sala 20 del Manicomio Provincial de Málaga. Fondo fotográfico José Antonio Piña

Del dibujo completo que esbozó hay una idea que subraya con especial hincapié: “Las mujeres tenían una capacidad de resistencia a ese ambiente tan hostil y luchaban”. Según explica la autora, algunas de las que llegaba a la sala 20 del Manicomio Provincial se fugaban, otras mentían para evitar los tratamientos y otras llegaban a utilizar la institución para su propia conveniencia.

“En la posguerra, había mujeres muy pobres que no tenían dónde comer y el manicomio era un sitio donde podían dormir y alimentarse. Hay algún ingreso de chicas que no tenían patologías psiquiátricas, pero que ingresaron e incluso se les permitía salir a trabajar fuera y volver para dormir y comer”, ejemplifica.

En su opinión, la lección más importante que deja su estudio es que “hay que salir de esa victimización de las mujeres locas y pensar que estas mujeres también se resistían y desarrollaban las propias estrategias para enfrentarse a eso”. 

"La sala 20 se muestra como un lugar mayoritariamente de reconducción de conductas de mujeres que se alejaban del estereotipo femenino de la época y donde elementos como el trabajo, la sexualidad, el cuerpo, la ideología política y las relaciones familiares estuvieron muy relacionados con la construcción de la subjetividad de las internadas", añade en el estudio.

"Hay que salir de esa victimización de las mujeres locas y pensar que estas mujeres también se resistían y desarrollaban las propias estrategias para enfrentarse a eso"

¿Quiénes llegaban a la sala 20?

A la sala 20 llegaban mujeres tanto solteras como casadas con una media de edad de 33 años, la mayoría de pueblos de la provincia que habían llegado a la capital a trabajar con nivel cultural muy bajo.

Por entonces, la actividad actividades laboral de las mujeres era escasamente reconocida, lo que se traducía, según cuenta García, en una invisibilización en los datos recogidos. Cuando llegaban a la institución, encontraban un espacio que les inducía a seguir reproduciendo los mandatos de género que regían sus vidas fuera.

Las causas que las llevaban al manicomio eran variadas. La mayoría llegaban de la mano de sus propios familiares, aunque también había derivaciones de otros médicos. Parte de las mujeres tenían trastornos psiquiátricos, especialmente esquizofrenia, pero un grandísimo porcentaje no estaban diagnosticadas de nada o tenían un diagnóstico cuestionable.

“El criterio para ingresar no siempre era clínico”, explica la profesora de la UMA, que ha constatado la relevancia de aquellas que intentaban transgredir las normas sociales impuestas en la época a las mujeres.

“Si estaba mal pero seguía haciendo sus labores de la casa, no ingresaba. Era cuando la mujer desaparecía como fuerza de trabajo doméstico en el hogar, cuando dejaba de ocupar ese rol esperado, cuando eran llevadas a la sala 20”, asegura.

Ahí entran aquellas que se enfrentaban a sus familiares o las que políticamente se significaron en la izquierda. “Cuando una mujer se resistía a algo o ejercía algún tipo de contraposición a alguna norma social era interpretada desde la locura siempre. A partir de la Guerra Civil, se comenzó a asociar a las mujeres rojas con algún retraso mental. Las que tenían ideología republicana que fueron fácilmente catalogadas como locas”, asegura.

"Cuando una mujer se resistía a algo o ejercía algún tipo de contraposición a alguna norma social era interpretada desde la locura siempre"

En este periodo también se recogen los casos que ya han sido analizados por otras profesoras de la Universidad de Málaga sobre la masa de menores, hijos de represaliados en su mayoría, que comenzaron a vagar solos por la ciudad. “Estaban en la calle y delinquían para sobrevivir. Muchas de esas niñas también se enfrentaban a las fuerzas de orden público y pasaban a través del patronato de protección de la mujer, un organismo franquista, a la sala 20”, señala García.

Inyecciones de malaria

¿Y qué ocurría dentro del pabellón? De los barbitúricos de las primeras décadas del siglo XX, se pasó a la terapia biológica, basadas en la idea de que los picos febriles hacían desaparecer los periodos de agitación en los pacientes psiquiátricos, y finalmente al electrochoque.

“Entre las técnicas más cruentas, hay constancia de que usaban la inoculación de sangre infectada con malaria para provocar en las mujeres la enfermedad de forma controlada. También inoculaban vacunas antitifoideas o estafilocócicas. Todo lo que pudiera provocar fiebre”, explica la autora.

A partir de los años 40, la técnica más generalizada fue inducir a las pacientes shocks usando insulina, que generaba una hipoglucemia controlada, o cardiazol, una sustancia que provocaba contracciones, casi como crisis epilépticas, y que ocasionó muchísimas fracturas entre las pacientes.

El posterior desarrollo del electrochoque se mantuvo hasta la época de la reforma. “Era estupendo para ellos porque era una técnica muy rápida y barata, pero no solo lo usaban como tratamiento, sino también para inducir miedo”, apunta García. Según ha desvelado a partir de la investigación, la técnica era aplicada en el propio pabellón, donde se alineaban las camas en un mismo espacio compartido por las pacientes. “Ponían a todas las mujeres en sus camas para que vieran cómo le daban electrochoque a la que había a su lado y supieran que era lo que también les iba a pasar a ellas. Eso les generaba pánico”, asevera.

Varias mujeres en el Manicomio Provincial de Málaga.

Varias mujeres en el Manicomio Provincial de Málaga.

A lo que ninguna de ellas accedieron fue a la laborterapia, una terapia a través de la ocupación y la distracción de los enfermos mentales que se convirtió en uno de los principales pilares del tratamiento en los establecimientos psiquiátricos de la primera mitad del siglo XX y que sí era aplicada a los hombres ingresados en el manicomio.

Las diferencias entre género en el centro malagueño no solo eran de tamaño y distribución del espacio. “Mientras en el pabellón de hombres los internos podían disfrutar de zonas dedicadas al cuidado de un huerto, las mujeres no tuvieron esa posibilidad. Ellas desarrollaban trabajos domésticos, planchando, cosiendo, bordando o incluso a veces hasta vigilando a otras. Hay una continuidad de los trabajos generizados dentro del mismo manicomio”, asegura García.

Las diferencias entre sexos también apuntan a que los hombres se fugaban mucho más que las mujeres, “no sabemos si porque tenían más facilidades y estaban menos vigilados o porque eran más violentos”, añade la autora.

Todo este conocimiento, espera la autora, debe servir para quienes se forman ahora en salud mental puedan cambiar las dinámicas de la asistencia. “Reconstruir la historia nos puede dar claves para ser críticos con situaciones injustas que aún se siguen viviendo dentro de la salud mental”, concluye García.