El presidente de EEUU, Joe Biden, ha puesto ya tantas veces fecha a la invasión de Ucrania por Rusia que parece que ha entrado en el bucle de ¡que viene el lobo, que viene el lobo! Si no fuera porque la cosa no está para bromas, todo se quedaría en una simple guasa: "El cuento de Joe y el lobo".

El asunto sigue teniendo un gran parecido con la crisis de los misiles de Cuba en 1962, por lo que lo más probable es que termine en tablas, como entonces, con los misiles balísticos rusos en juego otra vez y sin estar cargados con cabezas nucleares.

Quienes explican el comportamiento de los mercados financieros como resultado de la incertidumbre creada por la tensión militar en la frontera de Ucrania con Rusia y Bielorrusia, parecen no haber caído en la cuenta de que esas explicaciones son un nudo de incoherencias.

Hasta hace dos meses, cuando el precio del Gas Natural en el mercado europeo alcanzaba su precio más alto de la temporada otoño-invierno, la explicación de esa subida de precio era la amenaza latente rusa de cortar el suministro de gas a Europa. El precio máximo en el mercado norteamericano se había alcanzado previamente en el mes de octubre y en esta columna comentamos ya entonces que ese precio no sería superado (como así fue) en el resto de la temporada, a pesar de que los precios más altos para el gas de EEUU solían darse en los meses de noviembre y diciembre.

Pues bien, nos encontramos con que la tensión con Rusia no ha hecho más que empeorar desde entonces y, sin embargo, el precio del Gas Natural en ambos mercados, norteamericano y europeo, están respectivamente un 31% y un 60% por debajo de aquellos niveles máximos. De hecho, desde el inicio de 2022, el precio del Gas Natural en Europa solo ha subido un 0,7%. ¿O es que no se han dado cuenta de que el precio de la electricidad no abre los telediarios desde hace semanas?

¡Vamos, que a este paso, y llevando al argumento hasta el esperpento, en cualquier momento Rusia invade Ucrania y vemos el precio del Gas Natural en el mercado europeo bajando, como si los soldados rusos vinieran "con un gas bajo el brazo"!

Aunque en esto de los precios del gas ya se sabe que influye el tiempo atmosférico, el arbitraje entre los mercados, etc. etc. etc.

En las interpretaciones sobre los movimientos de los mercados, como en la política y, en general, en cualquier terreno donde reine la retórica, todas las explicaciones son posibles porque todos los argumentos tienen una lógica que en sí misma puede ser convincente. No hay "prueba del algodón" ni "prueba del nueve" para tener la seguridad de que un argumento es correcto.

De ahí que la tribuna del parlamento sea normalmente una exhibición de habilidades dialécticas que poco o nada tienen que ver con la realidad. Porque ésta, suele ser obcecadamente calvinista: para los de Calvino la mejor prueba de que Dios estaba contigo es que tus negocios fueran bien. Igualmente, en los pronósticos no es mejor quien esgrime los mejores argumentos sino quien tiene un buen ojo clínico para hacer el diagnóstico acertado de la situación. Y en estos días no da el tiempo para hacer tantos pronósticos como exige la actualidad, de tan rica y variada como está resultando ser.

Así, es obvio que Putin ha decidido hacer "luz de gas" a los gobiernos occidentales que, en algunos momentos, ya parecen afectados por la pérdida de la cordura en que Putin pretende abismarlos. Hasta el punto de poner al presidente de EEUU en esa situación ridícula de haber anunciado la invasión de Ucrania con precisión milimétrica para el día 16 de febrero, ni más ni menos.

La expresión "luz de gas" proviene de una película en que a una esposa se le hacía creer que las subidas y bajadas de la intensidad de la iluminación por gas provocadas por su marido eran pura imaginación suya, y desde entonces se utiliza para transmitir la idea de que a alguien se le está tratando de volver loco.

Es obvio que Putin ha decidido hacer "luz de gas" a los gobiernos occidentales que, en algunos momentos, ya parecen afectados por la pérdida de la cordura en que Putin pretende abismarlos.

En la política española el enfrentamiento entre la "jefa de facto" y el ya casi caído "líder formal" de la oposición ha estado haciendo luz de gas a los partidarios de los dos bandos. Es el típico enfrentamiento entre una burocracia debilitada e inexperta de un partido político y una líder popular a la que las contrariedades, hasta ahora, no han hecho más que reforzarla. Algo que, con toda probabilidad, también sucederá esta vez. Porque los partidos políticos también son calvinistas y miden la bondad de los candidatos por el número de votos que recibe.

Ya decíamos la semana pasada que a Isabel Díaz Ayuso la veíamos algo lánguida, equivocando el diagnóstico: no era que Sánchez le estuviera dando pocas oportunidades de lucimiento, era que estaba también sometida a su dosis diaria de "luz de gas" de los "aparatchiks" (¡otra vez Rusia!) de su partido.

Algo parecido se podría predicar de las Bolsas mundiales que, con sus altibajos, parecen decididas a volver locos este año a los que invierten en ellas.

Cuando se me pregunta en estos días qué va a pasar con las Bolsas, y a pesar de que esto lo he repetido ad nauseam en los dos últimos meses, como las cabezas son olvidadizas, mi respuesta estándar es, estilizada al máximo, ésta: cuando suben los tipos de interés, las Bolsas bajan. O, como mínimo, se tiran inestables durante una buena temporada, oscilando alternativamente entre ataques de pánico y ataques de euforia.

Ese es el mejor panorama al que podemos aspirar este año: que en la primavera de 2023 las Bolsas de EEUU estén en el mismo nivel en el que estaban a finales de la semana pasada, lo que, para el índice S&P 500 significaría situarse en 4.350, tras haber pasado por caídas como las vistas desde el inicio de año (-20% o incluso mayores) y recuperaciones del mismo valor absoluto, pero de distinto signo, +20%.

Esa es la hipótesis "techo", la mejor en la que se podría pensar. De ahí para abajo todo es posible, bien sea porque la retirada de la liquidez tan inmensa que tienen que hacer los bancos centrales vaya a dejar al aire las vergüenzas de muchos activos que han estado de moda recientemente (moda que solo se puede explicar por la abundancia de dinero que no sabía en qué invertirse y lo hacía en criptomonedas, o en proyectos delirantes de inversión sin visos de resultar rentables en un plazo razonable) sea porque la subida de tipos de interés va a abocar a la quiebra a empresas que se mantenían "vivas" por los pelos gracias a unos tipos de interés nulos.

A eso hay que añadir la inestabilidad social que provocará el aumento de la pobreza una vez que los estímulos se retiren. La lucha contra la pobreza debería ser la prioridad social principal de los gobiernos, pero a quienes no entienden la diferencia entre pobreza y desigualdad, seguro que todos los gatos les parecerán pardos en este cambio de política de los bancos centrales.

A los obsesionados por la desigualdad les encantará que la desigualdad decrezca, pero será a costa de un incremento de la pobreza. La política de los bancos centrales durante la última década provocó el aumento de la desigualdad y, a la vez, la contención o la reducción de la pobreza. Ahora vamos hacia un período inverso, aumentará la pobreza con el triste consuelo de que la desigualdad disminuirá.

No es que este dilema sea luz de gas procedente de los arcanos económicos, es que, como decía Andrew Carnegie (inmigrante paupérrimo, magnate despiadado, rey del acero en USA y posterior gran filántropo) "el precio que paga la sociedad por la ley de la competencia, como el precio que paga por tener comodidades y lujos baratos, es inevitablemente el enriquecimiento de unos pocos". Solo le faltó añadir, y cuando no es así, ¡ay de nosotros!