"Acatamiento" del artículo 155, compromiso de hacer política "dentro de cauces democráticos", "rechazo de la violencia", búsqueda de un "diálogo en el marco de la Constitución, que admite una muchas interpretaciones, amplias y flexibles". El exvicepresidente catalán Oriol Junqueras y sus compañeros de viaje en el intento de imponer al Estado la independencia unilateral de Cataluña -lo que hicieron hasta un minuto antes de entrar en prisión- pusieron en escena el pasado viernes en el Tribunal Supremo una estudiada, medida y ensayadísima exhibición del ejercicio de escoger palabras de connotaciones positivas, envolverlas en una expresión consistente y destinarlas a quien esperan convencer de que lo mejor para todos es que les dé una oportunidad fuera de la cárcel.

Los exconsejeros y los Jordis, animados por el precedente de Carme Forcadell, sabían que tenían una ocasión única y crucial ante Pablo Llarena para poder estar el próximo lunes pegando carteles electorales en Cataluña y lo fiaron todo al arte de seducir al juez con las palabras. Democracia, marco constitucional, vía legal a la escocesa, una nueva fase basada en el diálogo...

"Nada podrá medir el poder que oculta una palabra. Contaremos sus letras, el tamaño que ocupa en un papel, los fonemas que articulamos con cada sílaba, su ritmo, tal vez averigüemos su edad; sin embargo, el espacio verdadero de las palabras, el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más espirituales, etéreos y livianos del ser humano", ha escrito Álex Grijelmo.

El lunes se desvelará si el discurso coordinado por los encarcelados llegó a Llarena, si las palabras alcanzaron el ánimo subjetivo del magistrado y le convencieron. Lo que ya sabemos es que no conmovieron ni ápice a Consuelo Madrigal y a Jaime Moreno, los fiscales que insistieron en que todos deben seguir en prisión, mostrando de nuevo su independencia de criterio frente a un Gobierno y unos partidos que prefieren a los exconsejeros y a los líderes de ANC y Òmnium en libertad.

El viernes los fiscales hicieron muy pocas preguntas, las mismas a los diez investigados: si el acatamiento del 155 era por imperativo legal, es decir, no por convencimiento sino porque no han tenido otro remedio; si habían jurado o prometido la Constitución al asumir los cargos en los que han sido cesados y si pensaban hacerlo en caso de ser elegidos diputados el próximo día 21; si renuncian a la vía unilateral para lograr la independencia de Cataluña. 

No hicieron estas preguntas cuando tuvieron delante a Forcadell (cuya primera querella, allá por octubre de 2016, fue ordenada por Madrigal, entonces fiscal general del Estado). No las hicieron porque en su declaración "ella no dio pie a entrar esas cuestiones". Sí se las formularon a Ramona Barrufet ya que desde el principio y de manera espontánea su discurso fue de "claro arrepentimiento y distanciamiento" de la secesión unilateral. De ahí que la Fiscalía pidiera para ella, solo para ella, prisión eludible bajo fianza.

Forcadell se derrumbó cuando oyó a los fiscales reclamar la prisión incondicional. Fue entonces cuando la presidenta del Parlament y los demás exmiembros de la Mesa intervinieron para sumarse a lo dicho por Barrufet. Forcadell estaba "hundida" y habló "con contrición". Incluso reconoció que había cometido errores ("no lo he sabido hacer").

Fue la actitud, no sólo las palabras, lo que llevó a Llarena a no mandar a la cárcel a Forcadell; se convenció de que no persistiría en el delito. Y es que en el arte de seducir a un juez no es suficiente con que el discurso suene bien: tiene que ser creíble.

Ésa puede ser la piedra de toque en el caso de Junqueras y el resto de los investigados, quizá a excepción de Dolors Bassa y, sobre todo, de Meritxell Borràs. Ambas, contrariando las indicaciones de sus abogados, contestaron ampliamente al fiscal e incluso a la acusación popular de Vox en un tono de rectificación y arrepentimiento que no se percibió en los demás.

"Han hablado más, pero han dicho menos que Forcadell", resumen los que oyeron a Junqueras y compañeros de Estremera. En unas horas sabremos si la ambigua utilización de los vocablos para inducir una determinada percepción de la realidad persuade al instructor del Supremo. Mientras tanto, les dejo una pequeña muestra -que podría ser casi infinita- de cómo las mismas palabras que se escucharon el viernes en el Tribunal Supremo significaban, hasta hace nada, cosas bien distintas.

"Dialogar con alguien que, como respuesta a la propuesta de diálogo, se dedica a encarcelar a gente honrada como Jordi Sánchez y Jordi Cuixart es muy difícil", "no renunciamos al diálogo pero tampoco al mandato democrático de los ciudadanos de implementar la República catalana" (Junqueras, 18 de octubre de 2017).

"Si activan el 155 es que no dialogan y habrá que proclamar la república" (Jordi Turull, 11 de octubre de 2017)

"Los funcionarios de la Generalitat no seguirán órdenes de Madrid. El pueblo ha decidido democráticamente durante años el Gobierno que quiere, el Parlamento que quiere. Nadie más que el pueblo tiene el derecho de cambiar esas instituciones" (Raül Romeva, 23 de octubre de 2017)

"Creo que comenzarán acusando al presidente de sedición y es muy posible que continúen con más miembros del gobierno. Tratan de crear un relato de unos hechos completamente falsos. Esto no nos hará desistir de nuestra voluntad democrática. No nos harán cambiar de opinión. No nos moveremos del camino que empezamos" (Joaquim Forn, 13 de octubre de 2017).