
Gabriel Rufián, portavoz de ERC, en la tribuna del Congreso.
El día de San Whatsapp que Rufián, manos en los bolsillos, quiso convertir en el del "golpe de Estado blando" de la derecha
Dicen los españoles en los bares que los políticos de hoy son los peores de la Democracia. Los vemos aquí sentados esta mañana, salpimentando sus redes sociales, limpiando la pantalla del ordenador, leyendo cosas que no vienen al caso, y estamos tentados de sumarnos a esa conclusión de brocha gorda.
Pero qué va. Los diputados de la Transición no les llegan a los nuestros a la suela de los zapatos. Los nuestros, los de este calendario juliano sanchista, han sido esculpidos superlativamente en la estela de Nietzsche.
Nos bastan cinco segundos de la última sesión de control al Gobierno para demostrarlo. Se ha levantado Rufián para contarnos que, en España, se está gestando "un golpe blando" para derribar al Consejo de Ministros... y tenía la mano en el bolsillo.
Cuando a primeros de los ochenta empezó a cuajarse el primer golpe blando de este periodo constitucional, a Suárez le dolían tanto los dientes que no podía ni concentrarse. Se sentaba en el escaño entre pálido y amarillo, chupado.
Pero ahora que la extrema derecha, como entonces, nos está preparando otro "golpe blando" con la colaboración de periódicos, jueces, políticos y hasta militares... los demócratas lo reciben con las manos en los bolsillos, con las manos en el Twitter, con las manos limpiando la pantalla del ordenador –¡qué frenesí el de esa diputada socialista con el paño!–, con las manos tapando el bostezo, con las manos haciendo cualquier cosa menos leyes.
Con las manos borrando mensajes, que hay mucha "casquería" –así ha decidido llamar Sánchez a los mensajes en el día de San WhatsApp–.
El problema de los golpes blandos es que casi siempre acaban siendo golpes duros, golpes al uso. Mientras hablaba Rufián, era inevitable mirar al techo, a los agujeros que dejaron Tejero y compañía. Si vuelven, Gutiérrez Mellado, Carrillo y Suárez serán borrados para siempre de la Historia porque los nuestros, los de hoy, se defenderán con las manos en los bolsillos... y con el deseo de leer más mensajes.
Rufián mantiene la calma con mayor destreza que el obispo Palafox: combina la alerta del golpe con la petición de que se publiquen los mensajes entre Cayetana y Casado, entre Ayuso y Frank de la Jungla, entre Feijóo y Mazón.
La Transición y el 23-F nos enseñaron una cosa: cuando hay un golpe en marcha, lo último que hacen los afectados es mencionarlo. Porque eso genera inestabilidad, eso genera una inercia. Suárez dimitió con un mensaje cifrado que todavía hoy admite distintas interpretaciones. Rufián y el PSOE hablan del golpe como el que cuenta que va a llover al día siguiente.
Cuando Rufián desmigaba los detalles de la operación, Sánchez lo observaba complacido. Cuando el padre Feijóo espolvoreaba por el Congreso los mensajes con Ábalos sin trascendencia penal, el presidente tensaba la mandíbula. Es de una gallardía incomparable. El golpe, la posibilidad del fin de la Democracia, ni siquiera le altera.
Se palpaba el traje nuestro presidente, se abrochaba la americana con parsimonia, juntaba las piernas y los pies, hablaba sin papeles, iba empujando las palabras con la mano como el que empuja una paloma en la ventana para que lleve un mensaje de paz al mundo. Sánchez no se siente demócrata, se siente Democracia. Y eso explica que, mientras se vea vivo cada semana en el Congreso, tendrá la oportunidad de salvarnos del golpe.
A Rufián se le ha olvidado mencionar que el golpe es tan lento como blando. Porque le ha preguntado a Sánchez cómo va a hacer para gobernar hasta 2031. Siendo el poder un elemento de tanto desgaste y sacrificio personal, conviene apuntar también la impasibilidad del presidente cuando se le ha colocado en el espejo de un gobierno de trece años.
Gabriel Rufián, que ha cambiado las camisetas y las impresoras portátiles por el traje y los zapatos, es el diputado más útil de la Cámara. Últimamente, lo que dice él es lo que piensa el Gobierno. Lo que ocurre es que el presidente no lo puede decir porque debe mantener la imagen de europeísta conciliador.
Sánchez y su gabinete orquestan la estrategia de dibujar el golpe, pero la filtran en "fuentes del PSOE". Si Sánchez dijera en el escaño lo que dice Rufián, correríamos el riesgo de que se desplegaran los cascos azules en la Carrera de San Jerónimo.
Cuando Sánchez le ha contestado, no ha negado que exista un golpe blando. Es más: ha dicho entre líneas que lleva sufriéndolo siete años. ¡Qué mal han envejecido los golpistas del siglo XIX! Son más impuntuales que los trenes de Renfe.
Por guardar un poco la ropa, Sánchez ha precisado que una mayoría de jueces en España hace su trabajo de forma imparcial. De lo que podemos concluir, al no negar la idea del golpe, que esa minoría es la que está inmersa en la operación. Los golpes siempre son jugadas de minorías.
Cuando Rufián ha terminado de hablar, han aplaudido esplendorosamente sus diputados. Palpamos en las últimas semanas, quizá en los últimos meses, una tendencia: los parlamentarios del PSOE escuchan con más atención al portavoz de Esquerra que al presidente. Es humano. Ya lo decía Pla: lo más importante es la amenidad, eso es lo primero que hay que tener. El problema es que a esos parlamentarios también les entran ganas de aplaudir a Rufián. La España que dibuja, la del golpe, es la que ellos creen más fiel a la real.
Nosotros, agradecidos por el aviso, en lugar de aplaudir, nos hemos escondido bajo los butacones.