El sociólogo Gómez Yáñez, esta semana en el Ayuntamiento de Madrid.

El sociólogo Gómez Yáñez, esta semana en el Ayuntamiento de Madrid. Silvia P. Cabeza

España PARTIDOS POLÍTICOS

Gómez Yáñez: "La mejor manera de ser diputado es ser amigo de quien hace las listas"

El sociólogo y autor del libro 'Desprivatizar los partidos para renovar la política' asegura que los líderes españoles "son caudillos sin contrapesos".

11 marzo, 2019 02:24

José Antonio Gómez Yáñez no va a hacer muchos amigos entre las élites políticas con esta entrevista, cargada de análisis afilados, sin paños calientes. Según él, "todos los partidos adolecen de la misma enfermedad, aunque se manifiesta con síntomas distintos". Es la falta de democracia interna, un mal que, poco a poco, ha acabado por carcomer todo el sistema político.

A ojos de este sociólogo y profesor en la Universidad Carlos III de Madrid, ninguna formación política pasa el corte. Junto a Joan Navarro, otro sociólogo, ha escrito 'Desprivatizar' los partidos para renovar la política, un libro donde analiza cómo de mal funcionan por dentro las formaciones políticas y qué podría hacerse para mejorarlas. 

Gómez Yáñez elige el Ayuntamiento de Madrid para encontrarse con este periódico. El imponente Palacio de las Telecomunicaciones, en Cibeles, "es un lugar público y, por eso, es de todos", recuerda. En efecto, el acceso es libre, hay espacios para charlar y hasta una cafetería. Paseando por su amplio vestíbulo repara en las pasarelas instaladas durante la última reforma, que rompen la belleza del conjunto modernista diseñado por los arquitectos Palacios y Otamendi.

"Son artificiales y ensombrecen un espacio diseñado para ser siempre luminoso", dice sobre las innovaciones. Algo así ocurre con el sistema de partidos en España, que según él malvive entre tinieblas pese a su brillante potencial. Sin embargo, como puede comprobarse casi de manera sorprendente al final de esta charla, Gómez Yáñez es optimista. "Si te fijas, ahí arriba está el Estado", dice señalando al escudo, oculto entre el metal de las pasarelas. 

"Por razones institucionales, simbólicas y de liderazgo sobre su partido, el presidente del Gobierno de España es, probablemente, el dirigente occidental que más poder tiene sobre su sistema político", escribe en su libro. ¿Tiene más poder que los de sistemas presidencialistas? 

Naturalmente. En EEUU, los presidentes están limitados por el Senado, por ejemplo. Un sistema presidencialista se basa en la división de poderes y en unos contrapesos adecuados. El sistema parlamentario hace depender al presidente del Parlamento. Entre ellos debe existir una pulsión.

Lo que ha ocurrido en España es que los dirigentes se han apoderado de sus partidos y ya nada tiene límites. El presidente del Gobierno domina el legislativo o puede manipularlo para lograr mayorías circunstanciales mientras en su partido controla los resortes internos y las listas. Estos días estamos viendo claramente algo de todo esto. Las candidaturas son un ejercicio de cooptación generalizada: la mejor manera de ser diputado es ser amigo de quien hace la lista.

El último congreso de PP duró tres horas, y se hizo exclusivamente para elegir al líder

¿Representa bien la elaboración de las listas lo que funciona mal en los partidos en España?

Sí. Es el origen de muchas de las malformaciones de la democracia. Especialmente en los últimos cinco o 10 años, los dirigentes se han convertido en verdaderos caudillos internos. Su dominio es absoluto, bien a través de un intento de democratización absolutamente disparatado, como el que hizo el PSOE convirtiendo a su secretario general en un dirigente sin límites internos, o rompiendo los topes que tenía el modelo presidencialista del PP.

Y, pese a eso, todos tienen órganos colegiados, contrapesos internos, primarias…

Y todos esos instrumentos están inutilizados. El PP prácticamente no hace congresos sino cada cinco años y ahora se ha visto obligado a hacer uno para salir de una crisis enorme. Hace 10 años que el PSOE no aprueba documentos programáticos de verdad en sus congresos.

¿Hay grandes diferencias entre los partidos o sólo matices?

Todos adolecen de la misma enfermedad, aunque se manifiesta con síntomas distintos. De derecha a izquierda. En las últimas primarias del PP hubo tantos votos como cargos públicos tiene el partido: unos 66.000. Su último congreso fue de tres horas, exclusivamente para elegir al líder. Ciudadanos no es un partido sino una congregación de suplicantes de Rivera.

¿No puede ser que el liderazgo de Rivera sea tan potente que no sea necesario que nadie lo cuestione?

Su liderazgo no es potente, es burocrático. En dos impulsos de crecimiento, ha podido ir nombrando a gente que conocía y a dirigentes de otros partidos que se han refugiado en Ciudadanos. Sin ir más lejos, la presidenta del Parlamento de Andalucía perteneció  a un partido pequeño que había tenido acuerdos con el PSOE. Con el vicepresidente de la Junta, Juan Marín, ocurre un poco lo mismo. 

¿Por qué tiene que ser eso malo?

No lo es y puede verse como un proceso de integración. El problema es que, después, el partido no funciona como un partido. 

¿Y el PSOE?

El PSOE se ha transformado. Ha pasado de ser una organización que todavía tenía contrapsesos internos a doblegarse ante un líder que tiene toda la legitimidad gracias a una relación directa con los afiliados. En el PSOE está la voluntad del líder y unos movimientos de resistencia de aparatos locales y provinciales. Ahí hay un cierto contrapeso, pero sólo se manifiesta en una mera protesta por que la dirección coloque a personas concretas. No hay diferencias políticas ni discurso político. 

Podemos simplemente ha estallado. Ya no existe como partido. Es invivible y ha derivado en el peronismo

¿Cuándo se consolidó este modelo?

La fecha clave es el Comité Federal de 2016 [tras el que dimitió Pedro Sánchez como secretario general]. Antes de eso, Rubalcaba cometió la insensatez de convocar primarias en 2014 y destruyó los contrapesos internos del PSOE. Yo sí creo en ellos aunque los aparatos estén mal vistos. 

¿Y Podemos?

Podemos simplemente ha estallado. Ya no existe como partido. Fue una confluencia de distintas corrientes en un modelo completamente leninista, irónicamente pensado por Errejón. Pero se ha visto que no puede ser gobernado de esa manera. De ahí las rupturas. Como partido es invivible y ha derivado en el peronismo. Sólo en Podemos se ha podido ver que el líder y su pareja, actual número dos, convoquen un referéndum para que los afiliados decidan si tiene derecho a comprarse un chalé. 

Pedro Sánchez se presentó ante la militancia como una víctima de los llamados "aparatos", dominados por élites que negaban la voz de los afiliados, según él. Prometió una gran democratización interna. ¿Ha cumplido su promesa?

El cambio del PSOE se sustancia en la práctica en una posición hegemónica de su líder. Ya está. No hay más. Lo estamos viendo en las listas o en la absoluta falta de debate interno. ¿Alguien en el PSOE ha debatido acerca de las negociaciones con los partidos independentistas? Nadie, ni cuando parecía que iban bien ni cuando parecía que iban mal. ¿Era Sánchez un representante de las bases? Más bien diría que fue alguien llevado en volandas por la élite del PSOE que acabó enfrentándose a una parte de la élite del PSOE.

Que yo sepa, Sánchez no ha sido en su vida miembro de un comité local o regional en Madrid, de donde proviene. Fue puesto en las listas municipales y generales por el aparato de Ferraz. Sánchez también fue cooptado. En 2016, la élite se divide en dos partes: una élite prudente, que se presenta como heredera del PSOE anterior, que dice: "Cuidado con los independentistas, cualquier acuerdo con ellos acabará mal". Lo que Sánchez sostiene es distinto: "Hay que llegar al Gobierno, aunque sea pactando con ellos". Los dos han tenido razón. El PSOE ha llegado al Gobierno y nueve meses más tarde se ha demostrado que el acuerdo era imposible. 

Gómez Yáñez, durante la entrevista.

Gómez Yáñez, durante la entrevista. Silvia P. Cabeza

En su libro lamenta un "descenso de la calidad de la política, una insuficiente capacidad de los líderes para inspirar nuevas metas socialmente compartidas y una deficiente capacidad para proponer reformas en un sistema social que parece bloqueado". ¿Cuánto de esto se debe al funcionamiento interno de los partidos?

Los partidos españoles son incapaces de recoger el cambio social que se está produciendo en España. Ocurre desde hace 10 años. La mitad del electorado del PSOE acabó en Podemos porque fue incapaz de interpretar el cambio de sus bases y de generar dentro de él representantes que pudieran canalizar esos apoyos. Al PP le ocurrió lo mismo. Los 11 millones de votos se han dividido en tres.

Es muy revelador que el PP perdiese el respaldo de los autónomos sin enterarse. En 2011 apoyaban al PP más del 65% de estos profesionales. En 2014 sólo eran el 15%. ¿Cómo es posible que un partido de centroderecha no capte esto en su interior? Cuando hablamos de metas de país, basta ver el debate que hay ahora mismo. Sólo versa sobre con quién pactar o, más bien, con quién no hacerlo y cómo ocultar las verdaderas intenciones.

En las primarias que eligieron a Borrell en 1998 votaron unos 400.000 afiliados. Ahora hay oficialmente 180.000

¿Con otro funcionamiento interno y la misma fragmentación, algo que obliga a los partidos a hablar de pactos, sería distinto?

Para empezar, no se habría llegado a tanta fragmentación porque habría líderes internos capaz de diversificar los apoyos. Los partidos no deben ser sólo maquinarias que producen listas electorales sino también programas y mayorías, implicando a la gente. Lo hizo el PSOE en los años 80. En las primarias que eligieron a Josep Borrell como candidato del PSOE a la presidencia, en 1998, votaron unos 400.000 miembros del partido. Ahora hay oficialmente 180.000 afiliados en total. 

¿Han muerto los partidos? Si es así, ¿necesitan ser resucitados frente a las plataformas o liderazgos pasajeros?

Los partidos están bastante malitos y han envejecido aceleradamente. ¿Cuál es el problema? Que los necesitamos. No hay otro instrumento, porque la alternativa nos lleva a la concentración de poder sobre personas concretas y eso es antidemocrático. Pensemos en la plataforma de Manuela Carmena en Madrid. ¿Quién va a discutir su liderazgo dentro de su grupo si no hay ningún contrapeso interno? Entras en las listas si eres amigo suyo o amigo de algún amigo suyo.

Pongamos por ejemplo la Operación Chamartín [un gran proyecto urbanístico de la capital]. Sería bueno que Carmena acudiese a los órganos de su partido a decir cómo se va a desarrollar, quién va a salir perjudicado o beneficiado en la próxima legislatura. El debate interno en un partido no sólo es un debate interno en un partido. Es una discusión que la sociedad necesita y debe tener eco en los medios para que gente se entere de lo que ocurre. 

¿Queda algún gran partido?

Era el PSOE, pero como tal ha desaparecido. En los años 80, nadie discutía el liderazgo de Felipe González, pero los Comités Federales podían ser una guerra. De hecho, acababan siendo una Guerra [en referencia a Alfonso Guerra]. En ese órgano interno podían ponerlo a caldo, pero ahí González explicaba por qué hacía lo que hacía, por qué había que estar en la OTAN o cómo reformar las pensiones. Eso servía para que los votantes del PSOE y el conjunto de la sociedad se enteresan. Además, homogeneizaba el partido porque los cuadros del PSOE sabían de primera mano qué había en la cabeza del secretario general y presidente. 

Y, sin embargo, de aquellos tiempos es la frase de "el que se mueva, no sale en la foto", del propio Guerra. También había miedo a no ir en las listas si se criticaba mucho al líder. 

Pero no se manifestaba como ahora. Había un gran aparato, pero también dirigentes que no siempre estaban de acuerdo con Felipe González. No hay más que ver lo que supuso en Madrid Joaquín Leguina, que convivió polémica pero pacíficamente con González.

Desde 2004, los dirigentes que han perdido las elecciones han seguido al frente del partido. Es una anormalidad

Sí, pero también los demás. Miremos los congresos. La CDU tiene congresos todos los años en octubre, ahí se rinden cuentas. Los partidos británicos, igual. Alianza Popular comenzó haciendo congresos cada año y ahora el PP los hace cada cuatro o cuando quiera la dirección. Además, todos los partidos han aprendido un truco: hacer los congresos tres meses después de las elecciones. Si el candidato ha ganado, es aclamado. Si no, se convoca inmediatamente para que nadie más pueda organizarse. ¿Cuál es el resultado? Desde 2004 hasta hoy, los dirigentes que han perdido las elecciones han seguido al frente de los partidos. Rajoy, dos veces. Rubalcaba, otra. Sánchez, otra. Todos fueron reelegidos. Es una completa anormalidad. 

¿Qué más retrocesos ha habido?

El debilitamiento de los parlamentos internos de los partidos, que se celebran cada seis meses o cada año. Se han masificado hasta el punto de que nadie sabe el número de miembros. En el sótano de Ferraz donde el PSOE celebra sus Comités Federales no cabe la gente, está toda apelotonada, cuando hace 20 años tenían todos mesa. Nadie ha visto el Consejo de Ciudadanos y el de Podemos va de aclamación en aclamación. 

¿Qué se puede hacer?

Democratizar los partidos. 

¿Primarias?

Ese es el gran señuelo. Los dirigentes de los partidos son listos y conocen muy bien su organización. Los que las han aplicado ha sido tras darse cuenta de que, en vez de soportar comités intermedios, podían obtener una legitimidad que les permite no responder de nada durante cuatro años. ¿Y qué le piden los niveles intermedios al líder? "Sé bueno, mientras me apoyes aquí, puedes hacer con tu lista lo que quieras".

La estructura de los partidos se ha cosificado, es muy rígida. Así es imposible que salgan proyectos innovadores para la sociedad. ¿Cómo reacciona la sociedad? Con el cabreo. Ciudadanos es el cabreo del centroderecha, Podemos, el del centroizquierda y Vox de la extrema derecha. 

¿Qué medidas se pueden poner en marcha?

Una ley de partidos que les obligue, como en Alemania, a organizar congresos como mínimo cada dos años, que regule la composición y periodicidad de los parlamentos internos y que sus miembros sean elegidos directamente por los afiliados. Deberíamos importar de Alemania y Finlandia que el primer paso de la ley electoral sea elegir dentro del partido a los candidatos a cualquier cargo público mediante votaciones internas vinculantes. 

¿Cómo funciona ese modelo?

Para ser candidato por un distrito en Alemania tienes que ser apoyado por los afiliados con derecho a voto de una asamblea local. Si la dirección del partido no está de acuerdo, puede convocar otra asamblea en el plazo de una semana, pero el resultado de esta última ya prevalece. Así se garantiza que puedan surgir dirigentes con un discurso distinto al de la dirección e incluso se puedan enfrentar a ella con el aval de los afiliados y también de los votantes. Esos políticos podrán decir lo que entienden que deben decir en el grupo parlamentario. Eso pasa en Gran Bretaña. Allí, los diputados se rebelan contra la primera ministra de su propio partido hasta el punto de presentar una moción de censura por la mañana que se vota por la tarde. 

El sociólogo, con la luminaria del Ayuntamiento de Madrid y su escudo.

El sociólogo, con la luminaria del Ayuntamiento de Madrid y su escudo. Silvia P. Cabeza

¿Cómo podría hacerse para garantizar que a los diputados no les dice alguien desde la sede del partido lo que tienen que votar? La Constitución excluye el "mandato imperativo", pero en la práctica funciona y anula la deliberación que se le supone al Parlamento. 

Lo esencial es la elección de los diputados por los votantes de su circunscripción. Si a los diputados los eliges de manera democrática, podrán votar una cosa por disciplina de partido, pero dejar clara su opinión en la puerta. Así se garantiza la pluralidad interna sin que se rompa el partido.

Soy partidario de un sistema electoral a la alemana, con distritos uninominales donde se pueda elegir a los diputados y con un reparto proporcional de otra parte de los escaños. En su composición, el Congreso no se diferenciaría mucho del actual, pero habría diputados con una gran capacidad para condicionar el devenir del partido. En Alemania también creen que el grupo parlamentario no se debe romper, pero en votaciones decisivas como la investidura, la confianza y la censura, el voto es secreto.

Creo que nos acercaremos al abismo. Seremos puestos en riesgo. Pero España es fuerte

 Eso habría evitado la ruptura del PSOE para la investidura de Rajoy. 

Por supuesto.

Sánchez seguiría al frente del partido y Rajoy hubiera sido igualmente presidente. 

Y el PSOE se habría evitado un enorme disgusto. 

¿Qué países lo hacen mejor?

Alemania, Gran Bretaña, Finlandia tienen buenos mecanismos de contrapeso. Y EEUU, donde los partidos funcionan bien. No hay amenazas a esos partidos. 

Pero en EEUU sí hay implosiones internas. Bernie Sanders en el Demócrata o el Tea Party en el Republicano son dos buenos ejemplos. 

Efectivamente. ¡De eso se trata, de implosiones! Hay que abrir la puerta a la diversidad y a la pluralidad social dentro de los partidos sin que estos revienten. Es bueno que Bernie Sanders sea senador demócrata. Muchas cosas de Obama no le gustaron, lo pudo decir y su campaña en parte fue contra él. Pero su presencia implica que hay voces discrepantes y éstas son muy útiles cuando el partido pierde las elecciones o tiene que relevar a un dirigente o candidato. Son esas voces las que ayudan a sostener o ampliar la base social.

El poder se protege a sí mismo. ¿Qué esperanza tiene en que algo cambie?

Mi confianza reside en que nos vayamos acercando al abismo cada vez más. Mi impresión es que tras las próximas elecciones este país se pondrá en riesgo. Pero España es fuerte y se está viendo en el juicio a los líderes del proceso independentista. El sistema resiste, las instituciones son fuertes. Hay Estado, existe y es profundo. Es mucho más fuerte de lo que pensaban quienes atentaban contra él.

Un ejemplo de lo que ha producido el sistema es el presidente de la sala, Manuel Marchena, que reviste el juicio de dignidad. Cuando aparece el Estado, los letrados del Parlament, el coronel de la Guardia Civil, el secretario de Estado de Interior, la secretaria judicial, tan precisa y de primer nivel, la reacción de los españoles en Cataluña… ahí reside la confianza y me digo: "Esto es sólido". Este país no es una broma. A diferencia de otros países, como Bélgica, no nos hemos desgastado. El Rey conoce perfectamente su función, como demostró el 3 de octubre de 2017. Pero, al margen de este ejemplo, creo que nos acercaremos al abismo. Seremos puestos en riesgo. 

¿A qué se refiere?

Habrá una negociación peligrosa con el independentismo. Y, si no, la alternativa será un 155 apoyado por PP, Ciudadanos y condicionado Vox, pero no será sostenible. Por una vía o por otra nos aproximaremos al precipicio, pero tengo confianza porque ahí surgirá el Estado. Aparecerán políticos que se den cuenta de lo que está pasando, de que estos partidos son estériles y de que, para reformar el Estado, deben limitar su propio poder.

¿Qué le puede hacer pensar que algo así ocurrirá?

El PNV. Después de bordear el desastre con Juan José Ibarretxe [y el plan del exlehendakari para la independencia de Euskadi], se desprendió de Xavier Arzalluz, al que ni han llorado demasiado ni cuando se ha muerto. Surgieron dirigentes como Andoni Ortuzar o Iñigo Urkullu, que se dieron cuenta de que se había llegado a un límite en el que se podía perder absolutamente todo. Y reaccionaron.