La primera fila del anuncio de Sánchez contó con Calvo, Celaá, Redondo y Bolaños.

La primera fila del anuncio de Sánchez contó con Calvo, Celaá, Redondo y Bolaños. Moncloa

España ELECCIONES GENERALES

De la cara de funeral de Calvo a la pequeña sonrisa de Iván Redondo: así fue el anuncio del 28-A

Sólo unos pocos elegidos acompañaron a Sánchez en la comparecencia para anunciar la fecha electoral. La cercanía al presidente varía de uno a otro. 

16 febrero, 2019 02:31

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En la sala de prensa no cabía un alfiler. Los fotógrafos, más numerosos que de costumbre, se apostaron a un lado para ver llegar a Pedro Sánchez y retratar para la historia su paseo hasta el estrado. Los periodistas, más numerosos que de costumbre, posaron sus dedos sobre los teclados o libretas para tomar notas. Varios de los asesores del Gobierno, situados en las últimas filas, no pudieron evitar la tentación de desenfundar sus teléfonos para inmortalizar un recuerdo personal. 

En el ambiente flotaba la espesa tensión de las grandes ocasiones. Si en democracia todo poder es, por naturaleza, temporal, en la sala los miembros del Gobierno sabían que, una vez Sánchez apretase el botón nuclear, la provisionalidad se convertiría, más que en una circunstancia externa, en casi una actitud vital hasta que se conforme un nuevo Gobierno que hoy se antoja muy incierto.

El paseíllo hacia el 28-A: Celaá, Sánchez, Calvo, Redondo y Bolaños.

El paseíllo hacia el 28-A: Celaá, Sánchez, Calvo, Redondo y Bolaños. Moncloa

Primero entraron en la sala las dos ministras y dos altos cargos que, junto a Sánchez, caminaron desde el edificio del Consejo de Ministros hasta el de la Secretaría de Estado de Comunicación dentro del complejo de la Moncloa. Fue el paseíllo del 28-A.

Los elegidos fueron Carmen Calvo, vicepresidenta del Gobierno, Isabel Celaá, ministra portavoz, Iván Redondo, jefe de gabinete de Sánchez, y Félix Bolaños, secretario general de la presidencia del Gobierno. Son, al menos, los que salen en la foto oficial distribuida por el servicio de prensa de la casa. En la sala esperaban ya José Manuel Albares, secretario general para Asuntos Internacionales, y Manuel de la Rocha Vázquez, director del departamento de Asuntos Económicos. Como siempre, estaba también el equipo de comunicación del presidente, como el secretario de Estado, Miguel Ángel Oliver, al frente. 

Sánchez improvisó una sonrisa y leyó su discurso, como es costumbre, sin improvisar. Como líder del PSOE, en los mítines suele tener problemas para conectar con el estado de ánimo general hasta el punto de que los asistentes no saben bien cuándo aplaudir o lo hacen porque toca. Pero cuando se pone la corbata de presidente del Gobierno, la puesta en escena suele ser más que correcta, presidencial y en varios idiomas. 

Sin embargo, en el semblante del presidente asomaba este viernes cierta tensión, perceptible para los que están acostumbrados a verlo hablar a menudo. Los ojos se le escapaban de vez en cuando, como si no supiera bien dónde detener la mirada entre tanto rostro expectante. Los gestos eran a veces duros. Las respuestas a las preguntas buscaban seguir el plan prediseñado para colocar los mensajes de campaña, pero no siempre lo conseguían. "Normal. Piensa que es una de las decisiones más difíciles y que se lo juega absolutamente todo. Pero su discurso ha sido eficaz", comentaba después alguien que lo conoce bien.

Carmen Calvo observaba. Su cara era de extrema seriedad. En algunos momentos, miraba desde la primera fila atentamente a Sánchez. En otros, distraía la mirada. Parecía entre incómoda y resignada. Hay quien en el Gobierno considera que Calvo está amortizada y que, si este viernes se certificaba el fin de la legislatura, era entre otros motivos por la manera en la que ella encaró las negociaciones con los partidos independentistas, desplazando además a otros ministros como Meritxell Batet, encargada de la Política Territorial.

Sus críticos, entre los que se cuenta Redondo, el jefe de gabinete, creen que sus explicaciones públicas en la semana clave del "relator" fueron manifiestamente mejorables. Algunos la ven como cabeza de lista a las europeas si Borrell se niega a ser el número uno. Otros, como diputada por Córdoba sin repetir como vicepresidenta si Sánchez logra un segundo mandato. Los que la defienden advierten de que en la negociación con la Generalitat no dio un paso sin que lo supiera Sánchez. Ir contra ella es, en realidad, cuestionar al propio presidente. 

Isabel Celaá prestaba mientras tanto bastante más atención a la intervención de Sánchez. Es más, no despegaba la mirada del presidente y mantenía los ojos muy abiertos. Tiene relativamente poco peso político en el gabinete, pero ocupó un puesto preferente en primera fila en tanto que portavoz del Gobierno. En otras ocasiones ha sido desplazada de la portavocía por Calvo, sin ir más lejos el viernes pasado. Con varios errores comunicativos en sus primeras ruedas de prensa, Celaá se siente mucho más cómoda como ministra de Educación y ha limitado a la rueda de prensa semanal su contacto con la prensa. No hay ni los habituales corrillos de otros predecesores en el cargo ni es portavoz de lunes a jueves. Tras el anuncio del presidente, compareció de nuevo. Estaba muy relajada y suelta. Bromeó con los periodistas y sugirió que le encantaría ser diputada. Álava podría ser la provincia. 

Iván Redondo ofrecía un semblante totalmente diferente. Fue el tercer integrante de la zona central (la más exclusiva) de la primera fila tras cambiarse sobre la marcha con Oliver. El jefe de gabinete de Sánchez pasa por ser uno de los artífices de sus mayores golpes de efecto, moción de censura incluida. Analista de tendencias y muñidor en la sombra de las estrategias, ha actuado más como spin doctor, o encargado de la estrategia y la comunicación, que de las tareas de despacho y coordinación del Gobierno. Con la cabeza inclinada hacia arriba, mirando directamente al líder, esbozaba una pequeña sonrisa y asentía ante algunas frases del presidente, como si Sánchez estuviese ejecutando bien el plan comunicativo por él diseñado.

En Moncloa hay quien habla abiertamente de una mala relación de Redondo con Calvo. A él se le atribuye la idea primigenia de elecciones en marzo como reacción al naufragio de los Presupuestos, acompañadas de un endurecimiento del tono contra los independentistas. Al final, todo se ha cumplido un mes después, aunque no en la fecha que él probablemente quería, el 14 de abril. Aspira a repetir en Moncloa como la gran mano derecha del presidente, con más poder acaso que cualquier vicepresidente. Un fracaso del PSOE en las elecciones puede ser, también, responsabilidad de este experto en comunicación sin carné del partido. 

Félix Bolaños ocupó otro lugar destacado. El secretario general de la Presidencia del Gobierno es, para muchos, el verdadero coordinador del trabajo político, de despacho, dentro del gabinete de Sánchez. Muchos lo comparan con José Enrique Serrano, el jefe de gabinete de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, no sólo por su capacidad, combinada con su conocimiento del PSOE, sino por su lealtad, su extrema discreción y nulo afán de protagonismo. Su cara era, como de costumbre, concentrada e impenetrable. Era imposible intuir incluso qué estaría pensando. 

Bolaños es, desde hace meses, una figura en alza dentro del Gabinete y algunos lo ven más sólido que a Redondo, aunque también con menos imaginación, una cualidad necesaria en política. Podría ocupar aún mayores responsabilidades si Sánchez repite. En su misma zona de la sala de prensa (digamos que el segundo palco de honor) estaba Andrea Gavela, directora adjunta del gabinete de Sánchez, muy poco habitual en la sala de prensa y de un perfil más técnico. 

Miguel Ángel Oliver se levantó, como todos los viernes, para dar la palabra a los periodistas. Cinco minutos antes de la comparecencia, su equipo comunicó a la prensa que, finalmente, Sánchez admitiría cinco preguntas. Él fue el encargado de dar la vez y su semblante era, quizás, el más serio de todos. Oliver ha tratado de imprimir al Gobierno una comunicación distinta, muy basada en redes sociales, tratando de importar modelos de otros países donde lo personal es también político. Así, España conoció pronto a la perra Turca, mascota del presidente, vio a Sánchez correr por la Moncloa, caminar por los jardines con Quim Torra, hablar por teléfono en la nieve con Juan Guaidó o mostrar sus manos en Twitter.

El secretario de Estado siempre ha intentado tener un buen talante, pero se ha visto en muchas ocasiones sobrepasado por el número de periodistas y por la habitualmente poca información que el núcleo duro del poder comparte con los encargados de comunicarla. Las filtraciones han sido constantes, muchas veces al margen del propio Oliver, con ninguna pegada en el partido. Su futuro, una vez se forme un nuevo Gobierno, es una incógnita. 

José Manuel Albares y Manuel de la Rocha no se perdieron, en primera fila pero desde un lateral, el anuncio del fin de la legislatura. Albares es el diplomático, pero De la Rocha, de perfil más económico, es en realidad el más tímido. El primero ha tenido una gran proyección gracias a los constantes viajes de Sánchez al extranjero, que él se encaraba de preparar. Su exposición mediática lo hizo saltar a las quinielas como Ministro de Exteriores en caso de que Josep Borrell fuese candidato a las europeas. Pero no se puede poner el carro antes que los bueyes. Las generales serán antes. De la Rocha (hijo, por cierto de un padre con el mismo nombre que quiere ser alcalde de Madrid) ha tenido un papel más discreto, en parte por el gran peso de las ministras económicas, pero es apreciado por Sánchez. 

Todos ellos observaban en la sala de prensa de Moncloa, que tiene aspecto de hemiciclo, quizás juzgando el discurso o acaso pensando en que su vida está a punto de dar un gran giro tras ocho meses que hace un año no hubieran sido capaces de imaginar ni en sus sueños más salvajes. 

El presidente, dirigiéndose hacia el atril de la sala de prensa de Moncloa.

El presidente, dirigiéndose hacia el atril de la sala de prensa de Moncloa. Moncloa