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El monotema de la independencia se cronifica en Cataluña

La victoria del independentismo el 21-D, pese a la fragilidad de sus posibilidades, consolida el conflicto institucional.

4 enero, 2018 02:43
Barcelona

Pocas sensaciones más raras hay en política que las de ganar perdiendo o perder ganando. La noche del 21 de diciembre, en el hotel Catalonia Plaza de Barcelona, en la plaza de España, Ciudadanos experimentó esa extraña atmósfera. La formación había ganado las elecciones en Cataluña con 36 diputados. Durante la celebración, con toda la dirección en una plataforma al aire libre, la cifra subió a 37, provocando un contenido delirio, aunque días después la cifra volvió a los 36 al contabilizar el voto por correo y el del exterior.

Por primera vez un partido netamente no independentista, sin interés de pactar con el nacionalismo, ganaba las elecciones en Cataluña. Para más señas, un partido que no existía hace 11 años y que en muchos círculos nacionalistas es considerado como un partido anticatalán.

Algo cambió en la noche del 21 de diciembre, aunque por otra parte casi nada pareciese haber cambiado. Los partidos independentistas se mantuvieron en el 47% de los votos que obtuvieron en las elecciones de 2015 y conservaron la mayoría absoluta en el Parlament.

Ese resultado, tras las nefastas consecuencias de la inestabilidad política de los últimos meses, con efectos concretos como la caída de la actividad económica, comercial y turística, acabó de un plumazo con el sueño de los partidos constitucionalistas de dar un vuelco a la política catalana.

El año de la resaca independentista

2018 se presenta como el año de la resaca independentista. Tras los últimos cuatro meses de 2017, extremamente agitados, con leyes de desconexión, un referéndum suspendido por los tribunales, una declaración unilateral de independencia, la aplicación por primera vez del artículo 155 de la Constitución y las elecciones del 21-D, la sociedad catalana parece resignada a vivir con las consecuencias de esa noche convulsa tras la que llega un nuevo amanecer. 

En ese nuevo amanecer todo está por escribir y el independentismo podría despertarse muy tarde. Los partidarios de la autodeterminación comienzan el año sin líder, sin programa y sin muchos de sus referentes, algunos de ellos electos como diputados, en prisión preventiva o huidos de la Justicia en Bruselas. 

Si en 2015 ERC y Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), refundada en un nuevo partido llamado PDeCAT, concurrieron en una endeble coalición llamada Junts pel Sí, en 2018 puede librarse una cruenta batalla por el liderazgo del independentismo. A las dos formaciones las separan ahora 10.000 votos de diferencia gracias a la extraordinaria campaña de Carles Puigdemont y su equipo, que se deshizo de su anterior partido para conformar una lista a su medida llamada Junts per Catalunya. Cuando ERC pensaba ganar de calle, lo hizo Ciudadanos en el cómputo global y Junts per Catalunya en el campo independentista. 

La situación judicial de esos ocho dirigentes independentistas electos el 21-D marcará el inicio del año, pero la investigación del Supremo contra ellos y varios más, ahora en libertad, marcará sin duda buena parte del año. Los delitos de sedición, rebelión o malversación serán toda una prueba para el liderazgo del independentismo y la convivencia social, ya que el 21-D demuestra que en la sociedad catalana hay una importancia resistencia a los procesos judiciales contra ciertas figuras políticas. Se trata de un ejemplo más de una cierta desconexión emocional de España que ya es obvio en sectores de la sociedad catalana nada despreciables. 

¿Cuánto durará la resaca?

¿Cuánto durará la resaca? Esa es ahora la gran pregunta. El independentismo necesita tiempo para recuperarse. Necesita ordenarse para, primero, volver a la Generalitat y, después, reagruparse de cara a intentar conseguir el objetivo de la secesión. Es posible que eso dure un tiempo. Es la pescadilla que se muerde la cola: el independentismo, dividido, necesita un programa y un líder para llegar a la Generalitat y recuperar el Govern. Pero su prioridad es recuperar el poder antes de decidir qué hacer con él.

Por ese motivo, 2018 puede ser el año en el que se cronifique el conflicto. En el que Cataluña y España se preparen para volver a iniciar la cuenta atrás de esa situación límite, el camino hacia una nueva jornada con la historia mientras se ahonda en la división social de personas que siguen viviendo juntos.