
A Emiliano Matesanz la vocación le viene de familia, sus padres estudiaron bellas artes. Cedida
Emiliano Matesanz, el hispano argentino que hace tiovivos para los niños de África y Nepal con material reciclado
Argentino de nacimiento y español de adopción, ha llevado sus creaciones a Sierra Leona, Gambia, Senegal, Marruecos, Mauritania, Nepal o Australia.
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Argentino, afincado en España, Emiliano Matesanz ha hecho felices a cientos niños en distintas partes del mundo, gracias a los juegos que construye a partir de materiales reciclados.
Su vocación le viene de familia, en especial de su padre, que era escultor, pintor, herrero y ceramista, y que se vino a vivir a Mallorca, cuando él tenía cuatro años. A partir de entonces, forjó su relación con nuestro país y con la construcción de juegos a base de chatarra.
Recuerda que, hasta que cumplió 18, "mis vacaciones de verano en Argentina eran cuando aquí era invierno y había escuela. Mientras mis hermanas iban a clase, yo me pasaba los tres meses yendo con mi padre al taller todas las mañanas. Luego, cuando vine a vivir a la isla, también lo ayudaba, y casi sin darme cuenta fue en el lugar donde aprendí el oficio".
Tras cumplir la mayoría de edad y pasar una temporada más larga en nuestro país, Matesanz decidió quedarse a vivir aquí. Pasó algún tiempo en Madrid, luego vivió 10 años en Asturias y finalmente volvió a Mallorca. "Así que soy argentino, pero también español", puntualiza.
Antes de dedicarse a la creación de juegos, fue jugador de voleibol y también ejerció como modelo durante un par de años. "Me servía para ganar dinero, pero no era algo que me gustase, así que lo dejé", reconoce.
Él quería ser era escritor, "fantaseaba con viajar y vender artículos a las revistas mientras escribía una gran novela, pero no sucedió así, y aunque viajé y escribí cosas, la verdad es que nunca vendí ningún artículo ni escribí una gran novela... Así que me puse hacer juegos con materiales reciclados".

Para Emiliano Matesanz no hay nada mejor en la vida que ver felices a los niños. Cedida
A Matesanz, esta vocación le viene de familia, tanto su padre como su madre estudiaron bellas artes, pero reconoce que fue su padre el que más le influyó.
Empezó vendiendo artesanías en los mercados de Asturias. Trabajaba con vidrio y hierro reciclados, y hacía pequeñas esculturas y bisutería. Un día, se acercaron a él unas mujeres y le encargaron cinco juegos tradicionales con materiales reciclados, "ese primer encargo fue el disparador", asegura.
"Me compraron los juegos y a partir de ahí empecé a investigar y a trabajar más. Hice una serie de juegos nuevos y los presenté en una feria en la plaza mayor de Gijón. Fue un éxito inesperado, se juntó mucha gente a jugar y ese mismo día me invitaron a FETEN, la Feria Europea de Artes Escénicas para Niños y Niñas de esa ciudad".
Luego llegó la invitación a participar en otra feria en Ribadesella, también en Asturias, donde expuso todos los juegos que tenía por aquel entonces, "no creo que fueran más de diez", recuerda.
"Por allí pasó un hombre australiano con sus hijos y se quedaron jugando bastante tiempo. Antes de irse me preguntó si estaría dispuesto a construir esos juegos en Australia. Él organizaba un festival allí".
Sin dudarlo, Matesanz le dijo que sí, y a los pocos meses se fue a Lorne, una ciudad costera a dos horas de Melbourne. Estuvo tres meses buscando chatarra y haciendo juegos en el país.
"Hice más de 50 y desde entonces Lîla Juegos Reciclados —nombre de su ONG— participa todos los años en dos festivales de allí: The Lost Land Festival y Wanderer Festivaal, en Pambula Beach".
Tras Australia, sus juguetes también han llegado a Argentina y a otros países de África, un continente especial para este creador, como Marruecos, Mauritania, Senegal, Gambia y Sierra Leona.
"Siempre soñé con África"
Cuando era niño y vivía en Argentina, Matesanz soñaba con África, lo veía como un lugar lejano y misterioso. Cuando construyó sus primeros juegos pensó en llevarlos allí, aunque no sabía cómo, ni por qué.

Emiliano lleva trabajando en África desde 2018 con su ONG Lîla Juegos Reciclado. Cedida
Unos años después, un maestro de Gambia se puso en contacto con él. Había visto sus trabajos en alguna red social y "me dijo que en su escuela había mucha basura, y que quizás yo podría ir a construir juegos. No me lo pensé, organizamos algunas fiestas para recaudar fondos y unos meses después nos estábamos yendo para Gambia con un carrusel, un payaso, una trapecista y una furgoneta llena de herramientas".
Recuerda que "en ese primer viaje, no solo construimos los juegos en la escuela, también hicimos funciones de circo y montamos nuestro carrusel de chatarra a pedales por muchísimas aldeas. En total, recorrimos más de 10.000 kilómetros". Asegura, emocionado, que "no hay nada mejor en la vida que ver felices a los niños".
En África, Matesanz trabaja con su fundación desde 2018 a través de distintos proyectos. Explica que "en Sierra Leona estuvimos tres años, construimos un taller para enseñar oficios a jóvenes sin hogar, dentro un proyecto más grande que se llamaba Don Bosco Fambul, organizado por misioneros salesianos".
"Pero Lîla también es una compañía de artes escénicas que se puede contratar. Trabajamos en festivales, ferias, fiestas, eventos. También visitamos escuelas y las escuelas nos visitan a nosotros en una nave que tenemos en Costitx, en Mallorca", añade.
"¡Papá, aquí también son pobres!"
Precisamente, de su paso por Sierra Leona, Matesanz recuerda una anécdota con su hijo mayor, que entonces tenía trece años y estuvo con él cerca de dos meses en este país de África occidental.
"Vivíamos en una casa muy pequeña, en un pueblo diminuto construido por los misioneros salesianos para mujeres víctimas de una avalancha de barro cerca de Freetown. Se había caído gran parte de una montaña y había arrastrado barriadas enteras, causando miles de muertos", cuenta.
"En el pueblo, —continúa explicando— solo vivían madres, abuelas y muchos niños, además de nosotros. Cada día caminábamos hasta el taller que teníamos en Don Bosco, y por la tarde volvíamos al pueblo, que no tenía luz ni agua corriente. Así que llenábamos un cubo con agua del pozo comunitario y nos duchábamos con un cazo".

En septiembre empezarán un nuevo proyecto en un orfanato de niños sordo-mudos en Senegal. Cedida
Unos meses después, padre e hijo volvían a viajar juntos a Nepal, con el objetivo de construir juegos para los tres orfanatos de la ONG Dream Nepal. "Fue llegar a Katmandú y en el taxi que nos llevaba a nuestro alojamiento, mi hijo, mirando por la ventana, me dijo: ¡Papá, aquí también son pobres!"
"Le expliqué —sigue Matesanz— que así era en muchas partes del mundo, donde la mayoría de la gente vivía en este tipo de casas, como las que él veía por la ventana del taxi en el centro de la ciudad, y como las de Sierra Leona. Y lo que a él le parecía normal en España, para gran parte del mundo, era un lujo".
Trabajar en favor de los niños
Con su ONG, Lîla Juegos Reciclados, Matesanz se marcó como objetivo "trabajar en favor de los niños en todos los lugares a los que podamos llegar. Los últimos años hemos puesto todos nuestros esfuerzos en Sierra Leona, aunque también hemos estado presentes en Nepal, Marruecos, Mauritania y Senegal".

Los juegos de Emiliano han llegado a países como Marruecos, Mauritania, Senegal, Gambia y Sierra Leona. Cedida
Para conseguir esos objetivos, Lîla cuenta con el apoyo de otras fundaciones, donaciones privadas, gente que aporta su granito de arena en las huchas que ponen en los festivales y en los eventos que organizan para recaudar fondos. "También, cuando nos contratan, destinamos un porcentaje del caché a nuestros proyectos sociales", explica.
Avanza que "si todo va bien, en septiembre empezamos un nuevo proyecto en un orfanato de niños sordos mudos en Senegal".