El 30 de julio, Día Mundial contra la Trata, nos presenta una realidad incómoda y dolorosa: millones de personas en todo el mundo —en su mayoría mujeres, niñas y niños— viven atrapadas en las llamadas redes de esclavitud moderna, víctimas de la explotación sexual, el trabajo forzado o el tráfico de órganos.

Cautivos de una violencia que cambia de forma, pero no de fondo. Porque detrás de la trata siempre se esconde la misma causa: la pobreza estructural que se ceba con los más vulnerables.

Las personas en situación de exclusión, aquellas que carecen de alternativas para garantizar su supervivencia o la de sus familias, son las más propensas a caer en redes de trata.

La necesidad, la falta de oportunidades, la desprotección institucional, los conflictos armados, la desigualdad y los desastres medioambientales son el terreno fértil en el que operan estas redes criminales que se aprovechan del sufrimiento y de la desesperación.

Los datos del último informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) confirman que la trata afecta a personas de al menos 162 nacionalidades en 128 países.

Más del 60% de las víctimas son mujeres y niñas, y más de un tercio son menores de edad.

África es la región más afectada y el trabajo forzado la primera causa de explotación. Esta lacra se ha convertido en un negocio muy rentable, que genera cada año unos beneficios estimados en 150.000 millones de dólares.

Unas cifras que hablan no solo de la magnitud de este fenómeno, sino de su estrecha conexión con las dinámicas globales de pobreza y exclusión.

Luchar contra la trata exige algo más que persecución penal: requiere una acción estructural y sostenida sobre sus múltiples causas.

Por eso, desde Manos Unidas trabajamos en proyectos transversales y siempre de la mano de socios locales que operan desde el conocimiento del territorio, priorizando la educación, la capacitación profesional, la mejora de medios de vida sostenibles, el acceso a la salud y la participación comunitaria.

Porque cuando un niño va a la escuela, cuando una mujer logra independencia económica, cuando una comunidad tiene acceso a agua potable, disminuye la probabilidad de que se vean forzados a aceptar promesas engañosas o situaciones de explotación.

Cuando las personas conocen sus derechos y cuentan con redes de apoyo y estructuras sociales sólidas, las redes de trata pierden poder.

Aunque la trata tiene un mayor impacto en las regiones más pobres del planeta, no es un fenómeno lejano ni exclusivo de los países del sur. Nos interpela a todos como sociedad global.

Por eso, nuestro trabajo también incluye acciones de sensibilización y educación para el desarrollo en España. Las decisiones que tomamos como instituciones, como sociedad civil, como ciudadanos tienen un impacto real en la vida de millones de personas.

Combatir la trata exige voluntad política, compromiso social y cooperación internacional. Pero, sobre todo, exige trabajar con profundidad sobre las causas que la originan.

Mientras la desigualdad y la pobreza persistan, seguirá habiendo personas en riesgo de ser explotadas. Desde Manos Unidas, seguiremos trabajando cada día para que ninguna persona tenga que poner su vida en manos de quienes se lucran con su vulnerabilidad.

*** Patricia Garrido es la coordinadora de proyectos en los estados de Norte de India de Manos Unidas.