La cercanía del 28 de junio —día en que se celebra la diversidad por orientación sexual de personas lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersexuales (LGBTI)—, hace que varios diarios, plataformas y entidades publiquen algunas listas con los nombres de las personas pertenecientes al colectivo LGBTI que consideran referentes para la sociedad.

Mucho se debate cada año sobre la necesidad de esos “rankings” que tienen el claro objetivo de crear referencias para aquellos que se sienten infrecuentes. Hoy no es mi intención convencerte de ello, aunque debo decir que muchas razones confirman su imperiosa necesidad. En cambio, sí quiero hacer visible la existencia de esos infrecuentes en un campo tan aparentemente árido como es la ciencia.

La historia está plagada de palmarios ejemplos como el de Alan Turing (1912–1954) quien es, probablemente, el primero en acudir a nuestras mentes. Este genio británico fue el creador de lo que llamamos la máquina de Turing, descifró el código nazi Enigma durante la Segunda Guerra Mundial y postuló algunos de los principales axiomas de la informática. Sí, también era homosexual y fue condenado por ello.

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Si retrocedemos en el tiempo, nos encontramos con Leonardo da Vinci (1452-1519). El hombre arquetípico del Renacimiento, según una biografía reciente, vivió su vida como una persona abiertamente gay. La lista podría seguir con Francis Bacon (1561–1626), el gran Isaac Newton (1643–1727), Florence Nightingale (1820–1910), Sara Josephine Baker (1873–1945), John Maynard Keynes (1883-1946), Magnus Hirschfeld (1868-1935), Rachel Carson (1907–1964), Allan Cox (1926-1987), Oliver Sacks (1933-2015) y Ben Barres (1954–2017) entre muchas otras personas.

En España, Pío del Río Hortega —conocido por su descubrimiento de la microglía— es quizá nuestro ejemplo más doloroso. Río Hortega, a pesar de haber sido propuesto en varias ocasiones para el Premio Nobel, tuvo que exiliarse por profesar una ideología diferente a la imperante y por ser homosexual. Se cuenta que siempre estuvo acompañado de su pareja, Nicolás Gómez del Moral, con quien formó una unión ilegal y mal vista por aquel entonces. Es notorio que su historia se ha intentado borrar en varias ocasiones.

Ahora permíteme regresar al presente: ¿Qué referentes tenemos en la ciencia española de hoy?

Empezamos por Marina Logares, una excelente matemática que estudia la geometría y la topología de los espacios de móduli que surgen en los problemas de la física matemática. Es alguien que no ha tenido reparos en mostrarse tal como es y con ello hacer visible el colectivo LGTBI en un campo poco dado a los focos mediáticos.

Luego es meritorio mencionar a Alfredo Corell, el gran profesor de Inmunología que ha sido capaz de enseñar a toda España cómo funcionan las defensas frente al virus causante de la COVID-19. Alfredo, quien actualmente es catedrático en la Universidad de Sevilla (US), ha sido atacado varias veces por ser abiertamente homosexual en un entorno que, aún hoy, se atraganta con la diversidad.

Saltando a la gestión, pero manteniéndonos en el campo científico, un nombre es indiscutible: Toni Andreu. Este genetista catalán, luego de labrarse una carrera en el área de las enfermedades raras, dirigió el Instituto de Salud Carlos III, es decir, la agencia financiadora de investigación biomédica española, nuestro NIH.

Actualmente, Toni dirige la European Infrastructure for translational Medicine (EATRIS) —un organismo que tiende puentes entre científicos— y está casado con el hombre que lo ha acompañado gran parte de su vida.

Mirando al cielo siempre está David Barrado, astrofísico en activo que estudia sistemas estelares y planetarios mediante el uso de observatorios terrestres y espaciales. David es, además, un enamorado de la divulgación científica que no desaprovecha la ocasión de visibilizarse como hombre gay.

Mientras David observa el cielo, el paleontólogo Francesc Gascó Lluna remueve la tierra para contar la historia de nuestros antepasados. Pako, como es conocido en las redes, mezcla su activismo LGTBI con la pasión por escudriñar a quienes estuvieron antes. Para él son dos caras de una misma moneda.

Por su parte, Susana Rodríguez Navarro —científica titular en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)— siempre se ha definido como lesbiana y eso no le ha impedido ser investigadora principal de la Unidad de Expresión Génica y Metabolismo de Ácido ribonucleico (RNA) en el Instituto de Biomedicina de Valencia (IBV-CSIC).

De hecho, en julio de 2018 Susana apareció en un video reivindicando la visibilidad LGTBI en el ámbito científico junto a David Barrado, el biólogo homosexual Esteban Ballester y un servidor.

Pedro David García Fernández, o simplemente David, es un físico experimental que, luego de investigar durante casi una década en el Niels Bohr Institute de Copenhague, ha regresado a España y hoy se dedica a estudiar sistemas fotónicos complejos en los que el desorden y la imperfección se convierten en herramientas en el CSIC.
David no oculta su orientación sexual.

“Los heterosexuales, sin percatarse, están haciendo costar en cada minuto su condición, yo hago lo mismo: eso servirá para los que vienen detrás” fueron sus palabras mientras nos tomábamos algo y hablábamos de las trabas burocráticas que padece la ciencia española.

En un tema parecido trabaja Aitzol García-Etxarri, otro físico que, luego de una fructífera estancia en la Universidad de Stanford, recaló en San Sebastián como investigador del programa Ikerbasque en el Donostia International Physics Center (DIPC). Aitzol es un conocido activista LGTBI y divulgador científico cofundador de la iniciativa Orgullo en Ciencia en el País Vasco.

Y cierro la lista con Ricardo Moure quien se ha ganado un lugar en la divulgación científica siendo referente para los jóvenes en ambas facetas: ciencia y visibilidad LGTBI.

¿Y los más jóvenes?

A la luz y amparo de quienes fuimos abriendo el camino se encuentran varias personas que, nacidas lejos de los años horribles de persecución e incomprensión, van más allá en derechos LGTBI sin dejar a un lado su pasión por la ciencia.

Ese es el caso de Mario Peláez Fernández, doctor en Física interesado en la nanotecnología, que compagina su investigación con la faceta de divulgador, para la cual asume el papel de una drag queen llamada Sassy Science.

En otra cuerda, tenemos a Alejandro Higueras, actual decano de la Facultad de Psicología de la UNED, quien se declara abiertamente homosexual y nos dice: “poco a poco se ha ido ganando en visibilidad y reducción de la discriminación, pero que queda aún mucho por hacer”.

Sin ir muy lejos, sólo tengo que atravesar la puerta de mi despacho, tengo a Jesús Fernández Felipe en el laboratorio de TumorInmunología del IdiPAZ, Hospital La Paz. Este recién doctor en biología no para de subir a su Instagram fotos de los organoides que cultiva con los que pretende estudiar nuevas vías para tratar el cáncer de colon. “La bisexualidad no es una fase, es una identidad tan válida como el resto. Uno nace y es bisexual” me comentó durante una conversación informal sobre el tema.

Pero no todo es tan fácil y abierto. El mismo Jesús me dice: “existen pocos referentes y mucho comentario LGTBIfóbico dentro de los laboratorios”. De hecho, durante la elaboración de esta columna consulté con varias personas conocidas del mundo de la ciencia que prefieren mantener su identidad sexual en la sombra.

“He visto cómo hablan de ti en algunos foros y comités de selección… no quiero que me pase a mí, lo siento de verdad” me comenta una investigadora lesbiana que mide sus palabras en público para no dar cabida a una duda sobre su supuesta heterosexualidad.

Todo parece indicar que sigue siendo más difícil la visibilidad en el caso de las mujeres. De las consultas realizadas a jóvenes científicas lesbianas y bisexuales, tan sólo Marta Torres da la cara. ¿Su pasión? Encontrar una solución para la osteoartritis, algo que no entra en contradicción con definirse como lesbiana, ni con su activismo en la visibilidad de las personas LGTBI.

También hay que destacar que hemos ganado mucho. “La diversidad entre los estudiantes de ciencia es inmensa”, me dice Francesc Gascó Lluna (Pako) al teléfono cuando le pido su opinión sobre el tema. Esto es algo que constato en mi laboratorio donde la diversidad es una característica. Sin embargo, más de una vez se ha escuchado el típico comentario “jocoso” que reza: “al laboratorio de López-Collazo se accede con los pantalones bajados”, en una clara alusión, sin pruebas ni datos, de una inexistente preferencia por quienes muestren ser gays. A mi laboratorio se accede por la aptitud científica, aclaro a los navegantes.

Aún queda camino por transitar para que desaparezca la necesidad de este tipo de artículos, mientras tanto seguiremos poniendo luz sobre esas sombras que, de vez en cuando, caen sobre quienes hacemos ciencia en una doble invisibilidad cuando se trata, además, de personas infrecuentes por su orientación sexual.

El 28 de junio de 1969 una redada policial en el bar gay Stonewall Inn de Nueva York terminó con un levantamiento icónico. En lugar de bajar la cabeza, alguien gritó e instigó a los demás a reaccionar.

Hasta entonces, manifestar una inclinación sexual diferente a la heterosexual estaba condenada por los credos, las ideologías, las leyes y la sociedad. Hoy todo es diferente y esto se lo debemos a los referentes. En la ciencia, como has visto, también los hay.