Psicología e inteligencia artificial: ¿un dúo perfecto o una relación peligrosa?

Psicología e inteligencia artificial: ¿un dúo perfecto o una relación peligrosa? Istock

Historias

Cuando la mente humana se encuentra con los algoritmos: luces y sombras de la IA en el ámbito de la psicología

Su integración abre nuevas oportunidades para el diagnóstico y la prevención, aunque la pérdida de contacto humano despierta la preocupación.

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Mariana Goya
Publicada

La inteligencia artificial ha dejado de ser un concepto de ciencia ficción para convertirse en una presencia cotidiana. Desde los filtros de las redes sociales hasta las plataformas de atención médica, los algoritmos influyen en lo que vemos, compramos, pensamos y, cada vez más, en cómo gestionamos nuestras emociones.

Es por eso que la psicología se enfrenta a una transformación silenciosa como consecuencia de esta irrupción tecnológica en la comprensión y el cuidado de la salud mental.

"Al principio se consideraba que era una disciplina resistente a la IA", explica Juan Carlos Fernández Arias, especialista en riesgos psicosociales en Quirónprevención. "Sin embargo, poco a poco se ha ido reconociendo su papel creciente, especialmente en el área clínica o laboral".

Durante décadas, este sector se apoyó en la observación directa, la conversación y la empatía como pilares del proceso terapéutico. Pero hoy esos pilares comienzan a convivir con sistemas capaces de analizar patrones de habla, texto o comportamiento digital y ofrecer evaluaciones psicológicas basadas en datos.

Y pese a que son muchos los avances que ya se aplican en este ámbito, no todos los ciudadanos consideran que estos ejemplifican un camino en positivo. Hay quienes creen que representa un crecimiento hacia la democratización del bienestar mental, mientras que para otros es el inicio de un proceso de deshumanización.

Un avance con cautelas

Uno de los ámbitos donde la IA ha demostrado mayor potencial es en el diagnóstico temprano de problemas psicológicos. Los algoritmos pueden identificar indicadores de depresión, ansiedad o estrés a través del tono de voz, el ritmo de tecleo o el contenido de los mensajes. Lo que, en teoría, permitiría intervenir antes de que los síntomas se agraven.

"La detección precoz ya está en marcha", confirma Fernández Arias. "Gracias al análisis de datos y metadatos, la IA puede obtener información útil para realizar reconocimientos. Puede anticiparse, al igual que los sistemas de asistencia en la conducción que alertan sobre obstáculos".

Sin embargo, advierte de que esa capacidad predictiva no está exenta de riesgos. "El uso de estas herramientas puede derivar en comportamientos más seguros o, por el contrario, en la creación de problemas por efecto de hipótesis autocumplidas", explica.

Es decir, si un sistema predice que alguien podría desarrollar ansiedad, esa etiqueta podría influir en su comportamiento hasta convertir la predicción en realidad.

En cualquier caso, añade el especialista, "lo cierto es que [los seres humanos] no podemos procesar tanta información ni tan rápidamente como lo hacen los servidores, aunque eso no garantiza que los resultados sean certeros o que tengan el efecto deseado".

La promesa de la accesibilidad

Al mismo tiempo, el diagnóstico precoz se relaciona estrechamente con las grandes desigualdades de acceso en la salud mental. Y es que, en zonas rurales o regiones con pocos profesionales, la IA se presenta como una posible solución a través de aplicaciones que escuchan, chatbots que orientan o avatares que simulan empatía.

"Existen iniciativas para democratizar la psicología", apunta Fernández Arias. De hecho, ya circulan proyectos que entrenan a personas cercanas geográficamente para brindar apoyo emocional, o que ofrecen guías virtuales de autoayuda con voces cada vez más humanas. Aunque, tal y como indica el portavoz de Quirónprevención, "aún desconocemos su eficacia y consecuencias".

Ilustración sobre la comunicación entre un ser humano y la IA.

Ilustración sobre la comunicación entre un ser humano y la IA. Istock

Sin embargo, el experto reconoce que esta accesibilidad podría tener un efecto positivo en la reducción de barreras, pese a advertir de los peligros de la "infoxicación" —la saturación informativa— y de la manipulación algorítmica.

Pues, indica que estas plataformas pueden "influir significativamente en las acciones y decisiones de quienes interactúan con ellas". E incluso, dice, considera que "sí entraña riesgos, ya que puede modificar conductas y decisiones, tanto individuales como organizacionales, en función de los recursos y algoritmos que utilice".

Terapias sin contacto

A medida que crecen las herramientas digitales de acompañamiento psicológico, que según hemos visto podrían responder a la falta de diagnóstico o las barreras para la accesibilidad, también lo hacen las dudas sobre la pérdida de contacto humano.

Y es que en la psicología, subraya Fernández Arias, "el contacto físico, visual y auditivo entre personas aporta un valor añadido". Y lo explica: "Una persona puede orientar, confrontar o compartir emociones. Una IA, en cambio, compromete menos. Permite evitar el dolor emocional y cambiar fácilmente de interlocutor hasta encontrar uno que siempre dé la razón".

De hecho, en su experiencia, el especialista de Quirónprevención asegura que ya ha visto muchos casos en los que los pacientes recurren a chatbots o contenidos de autoayuda generados por la inteligencia artificial en busca de alivio inmediato.

"Hay personas que encuentran consuelo inicial en vídeos o pódcast sugeridos por la IA, lo que les permite posponer o evitar enfrentar el problema real", comenta. "Afrontar el sentido de lo que se hace o confrontar emociones puede parecer un esfuerzo inútil para algunos. Por eso, recurren a estos sustitutos digitales".

La diferencia, sostiene, radica en que un profesional de carne y hueso no busca únicamente aliviar, sino acompañar y desafiar al paciente para generar cambios reales.

¿Máquinas que nos entienden?

Una de las preguntas más inquietantes del debate es si una máquina puede llegar a comprender la complejidad emocional humana, frente a lo que Fernández Arias no descarta esa posibilidad. "Hace poco, las voces robotizadas generaban rechazo. Hoy, las voces sintéticas ya incorporan matices humanos", comenta.

"Los periféricos de la IA —sensores corporales, gafas, etc.— seguirán alimentando estos sistemas. No podemos afirmar que una máquina no llegue a comprender la emoción humana; es posible que lo logre más pronto de lo que imaginamos".