Vista de una calle del distrito de Shinsekai al atardecer, Osaka, Japón.

Vista de una calle del distrito de Shinsekai al atardecer, Osaka, Japón. iStock

Historias

Por qué Japón no abre sus fronteras a los inmigrantes a pesar de que se venden más pañales de adulto que de bebé

En las últimas décadas, Japón ha envejecido a velocidad de crucero y, en los últimos quince años, el país ha perdido más de 6 millones de habitantes. 

23 noviembre, 2023 17:08

En Japón, el mercado de los pañales desechables para adultos es casi el doble que el de los bebés. Según un informe de IMARC Group, el tamaño del mercado japonés de pañales para adultos alcanzó los 2.300 millones de dólares en 2022. Y para el siguiente lustro, este mismo documento apunta a que habrá un crecimiento interanual del 8,9%. En cambio, el mercado de pañales para bebés está proyectado para ser de 1.440 millones de dólares en este 2023, según los datos de Statista

Este dato refleja más que ninguno el rápido envejecimiento que está viviendo Japón en las últimas décadas. Y este rápido aumento del mercado de los pañales para adultos ha creado un gran problema medioambiental para las autoridades. La mayoría de los pañales se incineran —el principal método que usan en Japón para deshacerse de los residuos— y debido a su composición (algodón, pulpa y plástico) y a que se hincha una vez usado, cuesta mucho más quemarlos que otro tipo de residuos. 

Quemar pañales, por tanto, cuesta mucho más a las ciudades y, además, genera muchas más emisiones de carbono. Pero a problemas, soluciones, como se suele decir. En Houki, un municipio de algo más de diez mil habitantes en la prefectura de Tottori, el aumento de los residuos fue tan grande que las autoridades tuvieron que tomar cartas en el asunto.

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Tras analizar las diferentes opciones, tal y como descubrió un reportaje del New York Times, las autoridades locales decidieron convertir uno de los dos incineradores que tenían en una planta de reciclaje de pañales y producir combustible que ayudaría a reducir la factura de calefacción de sus baños públicos (sentō). 

Esta tendencia es el fiel reflejo de la inversión de la pirámide poblacional del país del sol naciente. Los datos son claros: el 29,1% de los 125 millones de habitantes del archipiélago tiene 65 años o más y 1 de cada 10 personas tiene 80 años o más. Mientras tanto, el número de nacimientos no para de registrar cifras récord. Pero no por su abundancia, sino por su escasez. En 2022, el número de nacimientos en Japón cayó por debajo de los 800.000 por primera vez desde que comenzaron los registros en 1899. 

En los últimos tres lustros, la población japonesa ya ha decrecido en casi 6 millones de personas. En este último año, hubo una pérdida de unas 800.000 personas, la mayor caída desde que se recopilaron por primera vez datos estadísticos comparables en 1968. Según la última estimación realizada por el Instituto Nacional de Investigación de Población y Seguridad Social, la población del país caerá por debajo de los 100 millones para 2056 si nada lo remedia. 

A pesar de estos preocupantes datos, la Japón étnicamente homogénea y unitaria no ha sido especialmente amiga de la inmigración y durante largas décadas ha mantenido sus puertas prácticamente cerradas a cal y canto para los extranjeros. En 2021, había 2,9 millones de residentes extranjeros, lo que representaba el 2,3% de la población japonesa, unas de las tasas más bajas dentro de los países de la OCDE. En comparación, España, por ejemplo, tiene unos 6,9 millones de residentes extranjeros, casi el 14% de la población nacional. 

Esta contradicción, para el profesor Michael Strausz, autor del libro Help (Not) Wanted: Immigration Politics in Japan (Sunny Press, 2019) y docente en la Universidad Cristiana de Texas, se debe a dos razones fundamentales. Por un lado, considera que las empresas japonesas con un uso intensivo de mano de obra no han logrado derrotar a las fuerzas antiinmigración dentro del Estado japonés, especialmente las del Ministerio de Justicia y la Dieta (el parlamento) japonesa. 

Por otro lado, observa la ausencia de una línea influyente de pensamiento dentro de las élites japonesas de posguerra que apoyen la idea de que un número significativo de extranjeros tienen un derecho legítimo a la residencia y la ciudadanía. 

Aunque Japón tampoco se presenta siempre como un destino muy atractivo. Para los potenciales inmigrantes poco cualificados de la región, “las preocupaciones sobre la laxa protección de los trabajadores pueden apagar su entusiasmo”, explicó en un artículo la doctora en Ciencias Políticas del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) Mina Pollmann. Para los potenciales inmigrantes altamente cualificados, por otra parte, "la cultura laboral tóxica de Japón puede ser un factor decisivo". 

Un cambio paulatino

Sin embargo, algo parece que está cambiando. Ya no es extraño encontrar tiendas de productos extranjeros en las grandes ciudades y, poco a poco, la hermética sociedad japonesa se está acostumbrando a ver personas diferentes triunfar, especialmente en los deportes. Quizás los mejores ejemplos de ello son la tenista Naomi Osaka y el jugador de baloncesto Rui Hachimura, ambos mestizos negros y japoneses.

Y aunque existe racismo en Japón —Hachimura, por ejemplo, denunció que recibe mensajes de odio todos los días por las redes sociales—, no parece ser que los japoneses se opongan a la inmigración. Según una encuesta realizada por Pew Research Center en 2018, los japoneses tienden a ver más como un problema la emigración que la inmigración.

En términos generales, los japoneses consideran que los inmigrantes tratan de integrarse. Y es que un 75% de la población cree que la población inmigrante quiere adoptar costumbres japonesas en lugar de seguir siendo distintos del resto de la sociedad.

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No es de extrañar, por tanto, que cuando el gobierno del fallecido Shinzo Abe implantara una histórica reforma en 2019 que abría la puerta a la entrada de trabajadores extranjeros poco cualificados, nadie protestara. Con el desempleo en un 3% constante durante los últimos años, ese mismo año se había alcanzado un hito poco común: por primera vez en la historia de Japón, había más puestos de trabajo disponibles que demandantes de empleo en las 47 prefecturas del país. 

Ante esta situación, las empresas ejercen una presión cada vez mayor para que el gobierno permita la entrada de inmigración. En el caso de la reforma de 2019, esta amplió el programa de visados para permitir que más de 345.000 trabajadores emigren a Japón en los siguientes cinco años. Los trabajadores poco cualificados podrán residir cinco años en el país, mientras que los extranjeros con habilidades especializadas podrán quedarse indefinidamente junto con sus familiares. 

“Fue un claro golpe de timón hacia la aceptación de la inmigración. Si el Gobierno guarda las apariencias insistiendo en que no se trata de una medida de [aceptación de la] inmigración, solo lo hace en consideración a los sectores más derechistas del Partido Liberal Democrático”, explicó el sociólogo Higuchi Naoto, profesor de la Universidad de Waseda y experto en migraciones, a Nippon.

Aun así, Japón, como señala Naoto, continúa manteniendo una postura oficial de “no aceptar trabajadores manuales extranjeros”. La escasez de mano de obra, en muchos casos, ha sido suplida por trabajadores peruanos, brasileños y otros sudamericanos ‘nikkeis’ (esto es, de origen japonés), que recibían visados de residencia, así como de los jóvenes aprendices de diversas regiones del mundo que llegan a Japón mediante un programa de prácticas laborales. 

"Hay una falta de visión"

Muchos trabajadores extranjeros han sido maltratados en Japón durante décadas. Según una investigación realizada por The Japan Times, el principal periódico en inglés del país, los participantes en el controvertido programa de formación japonés tienen el doble de probabilidades de morir por causas relacionadas con el trabajo que sus homólogos japoneses. 

En gran parte, uno de los grandes problemas de este programa, apuntan los expertos, es que los trabajadores extranjeros no pueden cambiar de trabajo, lo que les expone a los abusos de empresarios sin escrúpulos. La revisión de la ley de inmigración de 2019, precisamente, proporcionó un camino para resolver estos problemas. 

"El gobierno estableció un nuevo estatus de visado para los trabajadores 'en prácticas' una vez finalizado su periodo de formación en función de sus habilidades. Pueden elegir su propio lugar de trabajo y su nuevo estatus puede renovarse con frecuencia (es decir, pueden permanecer permanentemente en Japón con su familia)", explicó en un artículo del CSIS Naohiro Yashiro, vicepresidente y profesor de la Universidad de Mujeres Showa. 

En todo caso, para Naoto, hasta ahora, el gran problema es que el listón que se ha puesto es demasiado alto y se exige mucho sin invertir en las personas. “En vez de ponerles exámenes escudándose en que no son simples trabajadores manuales, sería mucho más coherente, como política, aceptarlos como trabajadores no cualificados, y capacitarlos y educarlos en Japón. Eso sí, para empezar, sería necesario impartir clases teóricas, sobre todo de japonés”, contó a Nippon.

Y añade: “Si no inviertes en la persona, no puedes esperar que crezca como tal. Es una ingenuidad. Y esto ocurre pese a que sería posible paliar en buena parte la escasez de mano de obra, y cualquier inversión que se hiciera se recuperaría a la larga a través de los impuestos. Es una falta de visión”.