En los límites de Marchamalo, un pueblo de Guadalajara, se encuentra una de las únicas instituciones apícolas de referencia internacional: el Centro de Investigación Apícola y Agroambiental (CIAPA). Hasta allí ha viajado el último avance para ayudar a detener la actual crisis de las abejas: el ensayo de la primera vacuna contra la loque americana, una de las enfermedades que más diezman sus colonias.

Mariano Higes y Raquel Martín, ambos doctores en Veterinaria e investigadores del centro, son los que han liderado este proyecto estadounidense en nuestro país. Como recoge Efe, los científicos se han encargado de testar la vacuna desarrollada: “Consistía en comprobar la eficacia de una sustancia que se aplicaba en el alimento a las reinas y ver si la inmunidad que transmite la reina hacia las larvas es capaz de reducir la mortalidad en la enfermedad de la loque americana”, explica Martín.

La bacteria Paenibacillus larvae es la causante de esta afección presente en casi el 80% de las colmenas de todo el mundo. Cuando se infectan, las larvas se vuelven de un color marrón oscuro y la colmena comienza a desprender un olor a podrido. Si no se controla, pueden llegar a matar a poblaciones de hasta 60.000 abejas. Y el problema es que no tiene cura, así que, para evitar una masacre, los apicultores acaban quemando las colmenas infectadas y tratan con antibióticos el resto de ellas.

El avance de Estados Unidos plantea así un hito en el sector apicultor y en la protección de la biodiversidad mundial. La fórmula de la empresa biotecnológica Dalan Animal Health podría ayudar a la protección de las abejas melíferas y allanar el camino para controlar una variedad de virus y plagas que han diezmado su población en todo el mundo.

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Como explica a EL ESPAÑOL Raúl Rivas, catedrático de Microbiología de la Universidad de Salamanca, “es una herramienta más”, pero “no significa que [la enfermedad] vaya a desaparecer” porque la causa “una bacteria ambiental que no necesita infectar a las abejas para sobrevivir”. Esto quiere decir que está en el ambiente hasta que se dan las condiciones propicias para infectar a las colmenas, principalmente, por medio de las abejas nodrizas.

No obstante, lo que sí ofrece la vacuna es una protección de hasta el 50%. “Aunque no parezca mucho”, apunta Rivas, “sí que permite a los apicultores mantener controlada la enfermedad en las colmenas”. Además, profundiza en un campo que se creía ajeno a estos insectos, como es el de la inmunidad. Los polinizadores pueden adquirirla y transmitirla a su descendencia.

En el caso de esta vacuna, lo harán a través del alimento. Se incorporará a través de la jalea real de las abejas reina. Así, una vez la ingieran, se depositará en sus ovarios y transmitirá esa inmunidad a las larvas en desarrollo.

Fórmulas obsoletas o menos eficientes

“El estado de las abejas es lamentable”, comenta Ángel Marco, un apicultor de Molina de Aragón, en Guadalajara, donde tiene más de 1.000 colmenas a su cargo. El último verano le pasó factura: el calor mató a muchos de los polinizadores de su explotación y a otros les dejó muy debilitados.

Esta situación se produce en un momento en el que las abejas atraviesan una crisis de biodiversidad sin precedentes como resultado de varios factores: del cambio climático, que afecta –entre otras cosas– a las flores de las que se alimentan, y de los fitosanitarios que se utilizan en la agricultura. Por no hablar de las enfermedades, que, de momento, no tienen cura.

Como apunta Marco, la que más preocupa en nuestro país es la varroa. El causante de esta enfermedad es un ácaro mortal conocido como Varroa destructor. Es parecido a una garrapata y puede propagarse de una abeja a otra a gran velocidad. Se introduce dentro de la celdilla de la cría y se alimenta de ella. La debilita hasta matarla y puede hacer que las abejas sean más sensibles a cualquier otro tipo de enfermedad que se presente en la colmena.

Un hombre sostiene un panal de abejas.

Un hombre sostiene un panal de abejas. iStock

“En nuestro país se introdujo en los años 80. Viene desde Asia”, cuenta Marco, que explica que, en su día, los apicultores “se buscaron la vida para salvar a sus abejas”. Hoy día, a pesar de no tener curas, se disponen de medicamentos que pueden ayudar a proteger el declive de las abejas en las colmenas ante este tipo de enfermedades. No obstante, asegura que “se llevan utilizando los mismos productos desde el año 86. No tenemos nuevas materias activas”.

En esto mismo coincide Lola Moreno, veterinaria de la Asociación de Apicultores de Guadalajara, que apunta que “trabajamos con moléculas muy similares a las de los años 80” y en el caso particular de la varroa, por ejemplo, “ya se están viendo resistencias”. La experta comenta que, más allá de las fórmulas conocidas, “se están sacando al mercado productos de tipo ecológico, pero no tienen tanta efectividad y llevan un manejo más complejo”.

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“Hacen falta laboratorios que quieran registrar nuevos productos que puedan ser útiles”, señala Moreno, que cree que “al ser una especie menor no es tan interesante para las farmacéuticas como la ganadera, por ejemplo”. Por su parte, Marco lamenta que “aunque llevamos ya unos años con la desaparición de las abejas, no se hace nada en ese sentido. No tenemos lobbies en Europa para presionar”.

Para la veterinaria, avances como el estadounidense “son importantes porque no utilizaríamos antibióticos”. Sobre todo, para reducir amenazas cuando las poblaciones de abejas se encuentran tan debilitadas como ahora, “con problemas de mala nutrición”, asegura, y mientras sufren una importante crisis de biodiversidad.

Como ya contamos en EL ESPAÑOL, las abejas, que ya atraviesan un importante declive –en torno al 37% de sus poblaciones en Europa–, han experimentado una falta notable de alimento a lo largo de este año. Se nutren del polen con el que después alimentan a la cría, que será la que a su vez sustente a la siguiente generación. Así, se prevé una pérdida importante de las colonias a principios de este año, de en torno al 50%.