El lado oscuro de la red: Internet y las criptomonedas podrían devorar parte de la energía del planeta en 2025

El lado oscuro de la red: Internet y las criptomonedas podrían devorar parte de la energía del planeta en 2025 cofotoisme iStock

Historias Digitalización

El lado oscuro de la tecnología: Internet podría devorar la energía del planeta en 2025

La transición ecológica va de la mano de la energética. Sin embargo, la reconversión tecnológica no siempre va asociada a contaminar menos.

6 marzo, 2022 02:22

‘La nube’ es un concepto que hemos integrado completamente en nuestro día a día, naturalizándolo como el hecho de tener dedos en las manos. Todo el mundo lo invoca cuando habla de tecnología, y suele referirse a ello como una especie de lugar místico, infinito y casi mágico al que cada hora se “suben” —algunos los vuelcan— cientos de miles de millones de archivos en todo el planeta; desde el borrador de la declaración de la renta hasta las fotos del último verano en La Manga. Al fin y al cabo, eso es el prodigio de Internet: la entrada a un universo en red en milésimas de segundo. Todo el conocimiento humano en una pantalla.

Sin embargo, ‘la nube’ no vuela, ni es un lugar incorpóreo que flota invisible sobre nuestras cabezas, sino que pisa el mismo suelo que nosotros y su secreto es bastante mundano. Básicamente, Internet son cientos de miles de millones de discos duros encendidos las 24 horas del día e interconectados entre sí por kilómetros de cable que se extiende como raíces por el subsuelo y viaja a través de mares y océanos. Además, muchos de esos ordenadores existen únicamente para respaldar los datos de otro, por si este último fallara, como una especie de copia de seguridad.

El milagro de la red, además de no tener nada de divino, también plantea un reto medioambiental a gran escala, ya que todos esos aparatos consumen una cantidad de electricidad y generan un calor de proporciones bíblicas. De hecho, los centros de datos donde se encuentran los servidores tienen sofisticados sistemas de refrigeración que, por supuesto, también necesitan mucha energía para funcionar. Y la tendencia es que esa demanda energética continúe multiplicándose durante los próximos años. Por lo tanto, el gran reto que plantea la digitalización va obligatoriamente unido a la sostenibilidad y la lucha contra el cambio climático.

Más dispositivos, más demanda energética

Desde la ONG Ecologistas En Acción, Gabriel Ignacio Sánchez del área de digitalización y contaminación electromagnética, asegura que “la explosión de lo digital es de todo menos verde”, y explica que la etapa de hiperdigitalización en la que está entrando el planeta, y las consecuencias que acarrea, no solo tienen una dimensión medioambiental, sino que también es económica.

“El capitalismo, que es un modelo agotado, está viendo que la transformación digital es su última oportunidad para poder pervivir. Por eso se está apostando todo a lo digital”, señala el experto, quien se muestra contundente sobre la armonía entre avance tecnológico e impacto medioambiental: “No es compatible el crecimiento económico desde la perspectiva desde la que lo conocemos con un desarrollo tecnológico sostenible […] Vamos a llegar a los límites del planeta”.

"Todo lo digital consume el 12% de la electricidad mundial y se prevé que en 2025 ese consumo alcanzará el 20%", señalan de Ecologista en Acción

El desafío de la transformación digital sostenible no sólo se circunscribe al ámbito productivo (desarrollar máquinas más eficientes que contaminen menos), sino que afecta a toda la estructura económica y de consumo, ya que obliga a repensar los modelos de negocio y los hábitos individuales para ajustarlos y enfocarlos hacia una nueva realidad económica centrada en reducir la utilización de recursos no renovables y donde la quema de combustibles fósiles no sea el centro de todo. Un equilibrio que puede ser complicado.

En línea con la postura de la organización ecologista frente al impacto de la tecnología 5G, Ignacio Sánchez destaca que, si en este momento “todo lo digital consume el 12% de la electricidad mundial, se prevé que en 2025 ese consumo alcanzará el 20%”. El mismo crecimiento exponencial se producirá, dice, en los gases de efecto invernadero que se emitirán a la atmósfera en el proceso de generar la energía suficiente que sustente la multiplicación de los dispositivos y las infraestructuras digitales: “Si ahora los gases de efecto invernadero [derivados de la digitalización] representan el 3,5%, en unos años serán el 7%, lo mismo que contaminan todos los vehículos de combustión que hay actualmente en el planeta”.

Avances digitales poco sostenibles

En este proceso de transición hacia lo digital, los transportes y la industria energética son alumnos aventajados, pero en ellos urge la descarbonización, ya que también son dos de los sectores más contaminantes. Conceptos como el de ciudad inteligente se erigen en el horizonte de las grandes urbes, donde flotas de autobuses eléctricos, carriles bici, espacios peatonales o aplicaciones que muestran alternativas ecológicas al coche son algunas de las medidas en las que se trabaja desde hace tiempo.

El empresarial es otro de los ámbitos de vanguardia tecnológica. Desde hace años, son cada vez más las empresas que se crean y desarrollan su actividad en un entorno totalmente digital. Muchas entidades bancarias, por ejemplo, ya ni siquiera tienen sedes físicas, sino que sus operaciones se realizan exclusivamente a través de Internet, y sus usuarios tan sólo necesitan una aplicación en el móvil para hacer sus operaciones y consultas. Sin embargo, los avances tecnológicos que cambian nuestros hábitos no siempre significan un mayor respeto hacia el medio ambiente.

Vista aérea de una ciudad

Vista aérea de una ciudad jamesteohart iStock

Siguiendo con el ejemplo de los bancos online, hacer que el grueso de las gestiones de una entidad dependa íntegramente de Internet supone que hacen falta varios servidores conectados a la red eléctrica continuamente operativos, además de otros tantos que sirven de apoyo y generan copias de seguridad. Si multiplicamos esto por todos los bancos del planeta, la cantidad de ordenadores que ahora mismo están encendidos y procesando datos es incalculable.

Otro ejemplo es el comercio online, donde el cliente puede realizar compras desde una web o una aplicación y la empresa de turno se lo lleva a casa. A pesar de que la comodidad para el consumidor es innegable (comprar sin desplazarse hasta una tienda), también hay que tener en cuenta la contaminación que conlleva fletar un carguero o un avión desde el país de origen del producto hasta el centro logístico, y los millares de camiones y furgonetas que salen de allí para la distribución y el reparto.

"Falta un debate democrático sobre este cambio social", advierte Gabriel Ignacio Sánchez

Este asunto y el impacto ecológico que también ocasionan las devoluciones y los residuos plásticos derivados de esta forma de comprar es en lo que se centra el estudio La ecologización del comercio online, elaborado por la Agencia Alemana de Medioambiente (UBA, por sus siglas en alemán). Además, este modelo de consumo también es altamente perjudicial para la economía local y los pequeños comerciantes, que no pueden competir con los precios de las multinacionales.

Sobre esos problemas derivados, como la contaminación electromagnética, advierten también desde Ecologistas En Acción, y una de sus apuestas para combatirlos es “reducir lo inalámbrico e intentar que las conexiones sean por cable”. Además, dicen, la hiperdigitalización de los sectores productivos también acarrea consecuencias como el aumento del desempleo en aquellos ámbitos económicos donde las máquinas sustituyen a los humanos.

“Cuando las autoridades dicen que lo digital va a crear empleos que nos digan qué empleos. Estamos viendo que se están destruyendo”, sentencia Ignacio Sánchez, que lamenta que no exista un “debate democrático sobre este cambio social, para que la gente opine y decida sobre si está de acuerdo con este proceso de transformación”.

Decenas de personas caminan en una estación de metro

Decenas de personas caminan en una estación de metro Grandfailure iStock

Con todo, el compromiso ecológico se ha ido institucionalizando progresivamente desde la Cumbre del Clima de París (COP21), en 2015. Allí se fijó como prioridad mantener por debajo de los 2ºC la temperatura media mundial, y desde entonces la legislación de múltiples países se ha modificado para centrarse en la reducción de emisiones. Sin ir más lejos, una de las condiciones sine qua non que impone la Unión Europea para que los Estados miembro reciban el dinero del fondo comunitario de reconstrucción por la epidemia de coronavirus es que los gobiernos se impliquen de manera efectiva en ofrecer estímulos económicos desde una perspectiva sostenible, orientada hacia la digitalización.

En línea con esto último, en 2021, la Comisión Europea publicó el informe 2030 Digital Compass: the European way for the Digital Decade, donde el bloque comunitario actualizó su estrategia digital, y donde afirma que “las tecnologías digitales pueden contribuir significativamente a la consecución del Green Deal europeo”. En el caso de España, que recibirá 140.000 millones de euros, más del 40% de dichos fondos estarán destinados a procesos de transición ecológica, tal y como ha informado el propio Gobierno. El objetivo, según la UE, es que el dinero de los fondos (más de 700 millones de euros en total) se invierta en "fortalecer el mercado único y adaptarlo a la era digital".

Es más fácil tejer redes de colaboración

El cambio de modelo no sólo una cuestión a trabajar desde las altas esferas de la política y la economía, sino que también empieza por la base, por los ciudadanos. De hecho, hay casos en los que las iniciativas civiles, tras largos procesos, han acabado motivando cambios legislativos. De lo que no cabe duda es que la organización y el tejido de redes de colaboración ciudadana se benefician mucho de la tecnología. Por ejemplo, existen plataformas de compraventa de productos de segunda mano que promueven la reutilización y le dan nuevas vidas a artículos usados.

Desde luego, el mercado de segunda mano no es nada nuevo, pero estas aplicaciones ponen en contacto de forma muy rápida y muy sencilla a quien quiere deshacerse de algo que ya no utiliza o no se pone, y a varios potenciales compradores, sin tener que acudir a un mercadillo o una tienda específica. Lo mismo ocurre con el transporte. Hay mucha gente que coge el coche a diario para hacer trayectos largos con el resto de plazas del vehículo vacías. Esta fue la base para que también se desarrollaran aplicaciones móviles que ponen en contacto a conductor y viajeros para compartir viajes y así reducir las emisiones, y mitigar la polución y las aglomeraciones.

"Minar criptomonedas contamina más que muchos países enteros cada día", comenta el arquitecto de software Ricardo Guzmán Velasco

Al hablar de eficiencia se suele pensar inmediatamente en energía, en reciclaje, en invertir el menor número de recursos naturales en la producción de bienes y servicios. Sin embargo, se suele dejar fuera una cuestión fundamental: la comida. Según un informe de la oenegé Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), en 2021 se desperdiciaron 2.500 millones de toneladas de comida en todo el mundo.

Sobre esta premisa, la de evitar tirar comida, nació otra iniciativa en base a redes ciudadanas de colaboración que después han sido optimizadas con ayuda de la tecnología. En 2016 se materializó Too Good To Go, una app que tiene como objetivo reducir el desperdicio de alimentos a nivel global. En base a cuatro pilares básicos (los hogares, las empresas, la educación y la política), la aplicación pretende concienciar colectivamente sobre este problema y lograr que se implanten medidas eficaces para combatirlo.

Tirar comida es un problema complejo y global con consecuencias sociales, económicas y medioambientales”, remarca Silvia Magán, responsable de comunicación de la firma. “Sociales porque casi 900 millones de personas en el mundo no tienen acceso seguro a la alimentación; económicas porque lo que se desperdicia equivale a miles de millones de euros; pero el mayor problema es el medioambiental.

"Para empezar, más de un tercio de la comida que se produce en el mundo se desperdicia, y no solo se trata de los alimentos en sí, sino de los recursos que se han empleado en producirla. La mayoría de la gente no ve, por ejemplo, que tirar un solo plátano tiene el mismo impacto ambiental que dejar el grifo abierto durante 10 minutos. El desperdicio de alimentos supone el 10% de todos los gases de efecto invernadero que se emiten en el mundo”.

"Creemos que pocos pequeños actos pueden acabar en grandes cambios", señala Silvia Magán de Too Good To Go

Un estudio interno publicado hace unos días por la empresa revela que el 70% de los españoles tira frutas y verduras. Según el documento, solo en 2020 el 45% de toda la comida que acabó en la basura de los hogares de nuestro país eran era de este tipo —principalmente lechugas, tomates, plátanos, fresas y naranjas—, y sentencia que más del 90% de quienes admitieron tirarlas lo hicieron porque estaban demasiado maduras. Otra de las razones por las que muchos alimentos no se aprovechan es la confusión (4 de cada 10 españoles no lo tiene claro) entre fecha de caducidad y fecha de consumo preferente.

Nos falta concienciación sobre el problema y las soluciones que se le pueden dar”, comenta Silvia Magán, que insiste en la importancia de poner énfasis en “los hogares, pero también en la inadecuada estructura de las cadenas de suministro” para intentar paliar el desperdicio. “Nosotros intentamos que la concienciación empiece por la base, individualmente […] Creemos que pocos pequeños actos pueden acabar en grandes cambios”.

Minería de criptomonedas, un frenesí letal

Una de las actividades relacionadas íntimamente a la digitalización, y que está poniendo en jaque parte de la estrategia medioambiental a nivel global es la minería de criptomonedas. En concreto, y según una investigación del Banco Central de Países Bajos y el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), cada año las actividades relacionadas con el Bitcoin (la moneda digital más conocida) generan más de 30.000 toneladas de residuos electrónicos, sin contar con las emisiones derivadas del consumo eléctrico que necesitan.

Sin embargo, el documento no descarga toda la responsabilidad del impacto medioambiental en las criptomonedas, y aclara que el sector bancario, donde cada vez se depende más de Internet, también genera una cantidad ingente de desechos electrónicos y gases contaminantes.

La energía que se necesita al año para producir criptomonedas ya supera a la que consume toda Argentina

“Minar criptomonedas contamina más que muchos países enteros cada día”, comenta Ricardo Guzmán Velasco, arquitecto de software en Redvel Games, una empresa malagueña de desarrollo de videojuegos. Y no es una exageración: un estudio de 2021 publicado por la revista científica Nature concluyó que la energía que se necesita al año para producir criptomonedas ya supera a la que consume toda Argentina. Además, estima que en los próximos dos años solo las operaciones de criptoactivos de China producirán 130 millones de toneladas de gases de efecto invernadero, más de las que emite al año la República Checa.

“La minería de criptomonedas es el proceso en el se utiliza la potencia informática (hash) para procesar transacciones y obtener recompensas, en este caso criptomonedas” explica Guzmán Velasco. Dicho de otra forma: se utiliza el poder de computación de un ordenador para confirmar que las transacciones de monedas digitales que realizan los usuarios son válidas. Una vez que esa verificación se completa, queda agrupada en un bloque, que se van añadiendo a una cadena (lo que se conoce como blockchain). Ese método garantiza que nadie pueda falsificar el registro global de transacciones y cometer fraudes.

El problema es que, haciendo ese procedimiento y en busca de la recompensa, hay muchos cientos de millones de ordenadores encendidos simultáneamente en todo el mundo que consumen una cantidad de energía descomunal. “La recompensa va en función de cuántas criptomonedas se ponen en circulación y cuántas puede minar un procesador”, apunta el experto. “Esas criptomonedas nuevas dividen el cociente final, y por tanto la recompensa también va menguando […] Conforme pasa el tiempo, la división se va acercando cada vez más a cero. Por lo tanto, cada criptomoneda es finita. Esto significa que, aunque se intenten hacer transacciones con esa criptomoneda agotada, nadie la va a aceptar, va a estar agotada”.

Imagen de un bitcoin

Imagen de un bitcoin Violka8 iStock

En muchos países ya se están construyendo lo que se conoce como granjas de criptomonedas, superficies enormes cuyo espacio está dedicado únicamente a albergar procesadores que minan criptomonedas ininterrumpidamente, y a los sistemas de refrigeración que evitan que los ordenadores se sobrecalienten. Lo malo, remarca Guzmán Velasco, “es que a medida que se verifican, los procesos informáticos se van complicando cada vez más, por lo que hace falta más capacidad de computación y, en consecuencia, más electricidad […] La contaminación de Internet se reduce únicamente a la huella ecológica: demasiado contenido, demasiado procesador”. Además, no debemos olvidar que no sólo son ordenadores los dispositivos que tenemos encima de nuestros escritorios, sino que “todo lo que lleva un microprocesador es un ordenador, desde el móvil a la aspiradora inteligente”.

En una entrevista en Financial Times del pasado mes de enero, el vicepresidente de la Autoridad Europea de Valores y Mercados (ESMA, por sus siglas en inglés), Erik Thedeen, aseguró que la minería de criptomonedas en la Unión Europea ya está poniendo en peligro los objetivos climáticos pactados en el Acuerdo de París, e instó al bloque comunitario a que actuase contra esta práctica. Thedeen afirmó que “la industria financiera y muchas grandes instituciones están participando en los mercados de criptomonedas. Necesitamos abrir un debate sobre cómo instaurar una tecnología más eficiente”.