María Bensadón
Publicada

Filósofa, catedrática emérita de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Adela Cortina es una de las pensadoras más influyentes de habla hispana.

Pionera en la ética aplicada a distintos ámbitos como las empresas, la educación y la política, ha desarrollado conceptos como la "aporofobia", el rechazo al pobre y ha defendido la importancia de la democracia radical.

En esta entrevista, realizada una mañana fría a finales de febrero de 2025 en la Institución Libre de Enseñanza, Cortina reflexiona sobre el estado de la democracia en Iberoamérica, el papel de la educación en la formación de ciudadanos responsables y la necesidad de cultivar la ética en la vida cotidiana.

"La democracia no es un sistema de salvación, pero es el mejor que tenemos"

Pregunta: Una de las preocupaciones que han impulsado el proyecto Iberoamérica en Democracia es la creciente desafección hacia la democracia. El último informe de Latinobarómetro señala que el 48 % de los latinoamericanos no la apoya. ¿Cómo explica este fenómeno y por qué deberíamos defender este sistema frente a otros?

Respuesta: La desafección hacia la democracia a veces se debe a que la gente espera demasiado de ella. Recuerdo a una científica social argentina que me decía: "Nosotros no buscamos un presidente, buscamos un salvador". Pero la política no es una doctrina de salvación.

La democracia es el único sistema que permite que los ciudadanos sean a la vez destinatarios y autores de las leyes, lo que garantiza que nos rijamos por normas que nos damos a nosotros mismos y no por leyes impuestas por una autoridad externa, como ocurre en las autocracias y totalitarismos.

Además, la democracia nos hace ciudadanos, no siervos ni esclavos. Nos permite organizarnos con los demás, tomar decisiones colectivas y no depender del poder arbitrario de unos pocos. Y, por supuesto, la división de poderes es esencial para evitar el autoritarismo.

Sin embargo, la democracia está en retroceso no solo en América Latina, sino en todo el mundo, y eso es muy preocupante. Muchas personas prefieren sacrificar su libertad a cambio de seguridad, y ahí es donde entran los discursos del miedo, que buscan dividirnos y hacernos creer que debemos protegernos de los inmigrantes o de los que son diferentes.

Eso es lo que podríamos llamar un bulo y una interferencia. Y es algo que nos perjudica enormemente a todos. La democracia no es perfecta, pero es la mejor forma de gobierno que hemos ideado los seres humanos, y debemos defenderla a capa y espada.

"La ciudadanía no debe tener fronteras"

P.: Usted habla de una ética basada en la justicia, la libertad y la compasión. ¿Cómo podemos trasladar estos principios a nuestra vida cotidiana para ser ciudadanos más responsables?

R.: La ciudadanía ha funcionado históricamente bajo el esquema de inclusión y exclusión. Siempre ha habido ciudadanos y no ciudadanos, pero hemos ido ampliando cada vez más esa frontera y cuestionando sus límites.

Aunque los Estados siguen siendo la base del derecho internacional, los cosmopolitas defendemos que lo esencial son las personas y que estas estructuras deberían estar a su servicio.

En un mundo globalizado, es imposible "poner vallas al campo"; en su lugar, debemos avanzar hacia una ciudadanía mundial, donde no haya excluidos y todos tengan un lugar. 

Para construir esta ciudadanía cosmopolita, es clave fortalecer la sociedad civil mediante espacios de debate, charlas y publicaciones que fomenten una cultura democrática global.

La mentalización es fundamental, y debemos hablar de ello como una obviedad: todos somos ciudadanos de un mismo mundo.

Los medios de comunicación, la educación y el intercambio entre comunidades juegan un papel central en este proceso. Cuanto más nos relacionemos, vivamos en distintos lugares y nos veamos como ciudadanos del mundo, más cerca estaremos de consolidar una verdadera ciudadanía sin fronteras.

Ilustración creada por la OEI.

Ilustración creada por la OEI. Cedida

"Somos interdependientes: aislarse es un suicidio"

P.: ¿Cómo encajamos desde la "ética cosmopolita" decisiones de gobiernos que cierran agencias de cooperación, se desvinculan de organismos internacionales y no creen en los acuerdos globales?

R.: Es un error y, en muchos casos, un suicidio. Somos interdependientes y lo comprobamos con la pandemia. De repente, España descubrió que no tenía medicamentos ni vacunas y tuvo que negociar con China, Alemania y otros países.

Durante el COVID-19 nos dimos cuenta de que estábamos todos en el mismo barco. Claro, unos viajaban en camarotes de lujo y otros en la bodega, pero, al final, todos dependíamos unos de otros.

Aislarse no tiene sentido, ni siquiera desde un punto de vista pragmático. Incluso Estados Unidos necesita aliados. Todos necesitamos a los demás, y quien no quiera verlo tarde o temprano se dará cuenta, cuando ya sea demasiado tarde.

"Hemos de utilizar nuestra capacidad de comunicación para entendernos"

Pregunta: Me gustaría, Adela, que nos comente el concepto de eclipse de la razón comunicativa, que define y explica muy bien en su último libro. ¿Podría resumirnos su importancia?

R.: La idea de eclipse de la razón comunicativa surge como una crítica a la primacía de la razón instrumental, que solo se enfoca en los medios sin cuestionar los fines.

Si solo hablamos de cómo hacer las cosas sin preguntarnos para qué las hacemos, perdemos la capacidad de construir proyectos comunes.

Para definir un rumbo como sociedad, necesitamos recuperar la razón comunicativa, que nos permite dialogar sobre los valores que queremos perseguir y no solo sobre los métodos para alcanzarlos.

Si no hay un "nosotros" con fines compartidos, lo único que ocurre es que el más débil siempre pierde. La razón comunicativa nos recuerda que no podemos instrumentalizar a las personas y que el entendimiento mutuo es clave para el desarrollo de cualquier sociedad democrática.

P.: No puedo estar más de acuerdo. Viendo la polarización en el debate político y en redes sociales, me gustaría preguntarle: ¿es optimista respecto a la posibilidad de superar esta división?

R.: No soy ni optimista ni pesimista, porque esos son estados de ánimo pasajeros. Lo que realmente importa es la esperanza, que es una virtud y que, como tal, debe cultivarse día a día.

La esperanza no es ingenua: debe construirse con razones concretas. Instituciones como la OEI tienen la tarea de generar esas razones y demostrar que es posible superar la fragmentación social.

La polarización ha sido creada por las personas y, por lo tanto, también puede ser desmontada por ellas. Hay que trabajar para ello.

"La educación es clave para formar ciudadanos democráticos"

P.: ¿Qué papel juega la educación en la construcción de ciudadanos democráticos?

R.: La educación es fundamental, porque es lo que nos hace ser quienes somos, como decía Kant. No solo se imparte en la escuela o la universidad, sino también en la familia, el barrio y en todos los espacios donde nos relacionamos.

Sin embargo, es clave que exista una reflexión común sobre los valores en los que queremos educar. Hoy en día hay una gran desorientación porque cada institución transmite mensajes distintos, cuando en realidad hay consenso sobre valores esenciales como la libertad, la igualdad y la solidaridad.

Esos principios deben ser transmitidos en todos los niveles educativos, permitiendo que cada persona elija luego su propio camino de vida.

P.: En su opinión, ¿qué ha perdido el sistema educativo para dejar de ser ese ascensor social que era antaño?

R.: El sistema educativo se ha burocratizado de manera extrema, y la burocracia mata la esencia de la educación. Se priorizan publicaciones en revistas de impacto o cumplir con requisitos administrativos, en lugar de la verdadera enseñanza.

Además, la educación es profundamente desigual: los más privilegiados acceden a formación de calidad, mientras que a otros se les conforma con que aprueben lo mínimo.

Hemos olvidado la excelencia como superación personal y nos hemos entregado a la mediocridad de los estándares burocráticos. Hay que repensarlo y cambiar el rumbo.

P.: ¿Cree que es importante enseñar la democracia de manera práctica en todas las etapas educativas?

R.: Por supuesto. Educar para la ciudadanía democrática implica enseñar a argumentar, a expresarse, a respetar a los demás, pero también garantizar una base sólida de conocimientos.

No podemos hablar de ciudadanos formados si no tienen referencias básicas sobre historia, cultura o pensamiento crítico.

La educación democrática debe tener tres ejes: conocimientos esenciales, capacidad de argumentación y respeto a la dignidad y compasión hacia los demás. Sin esos pilares, la democracia se debilita.

"La aporofobia es el rechazo al pobre, no al extranjero"

P.: En América Latina, según datos de la CEPAL, el 32 % de la población sigue en situación de pobreza. ¿Cómo puede la educación ayudar a reducir la desigualdad y fortalecer una democracia sin aporofobia, ese término que usted acuñó?

R.: La aporofobia, para quien no conozca el término, describe el desprecio hacia los pobres, refleja cómo la sociedad rechaza a quienes no tienen algo que ofrecer, como dinero o poder.

Aunque se habla mucho de xenofobia, pocas veces se aborda este rechazo a los más desfavorecidos, que son excluidos por no poder ofrecer algo a cambio. Esto es una realidad que se ve todos los días, y es fundamental acabar con ella, ya que atenta contra la dignidad humana.

La educación tiene un papel crucial para reducir estas brechas. Sensibilizar a los jóvenes sobre la aporofobia y sus consecuencias puede cambiar la forma en que vemos a los más necesitados, reconociendo que todos tienen derechos y dignidad, independientemente de su situación económica.

Es importante que se cree una cultura de respeto y apoyo hacia quienes están en situación de pobreza.

Ayudar a los más pobres no solo es un acto de solidaridad, sino que también cumple con la Declaración de los Derechos Humanos, que reconoce la dignidad de todas las personas.

Cumplir con estos pactos beneficia a la sociedad en general, promoviendo la cohesión social y una mayor tranquilidad para todos.

En última instancia, ayudar a quienes más lo necesitan es una cuestión de progreso moral. No se trata de obtener un beneficio inmediato, sino de valorar la dignidad humana y construir una sociedad más justa, donde el intercambio no sea la única base de nuestras relaciones.

"Los políticos deben buscar la excelencia para servir a la comunidad"

P.: Para finalizar, ¿qué mensaje les daría a los jóvenes que mañana ocuparán puestos de liderazgo?

R.: Que busquen la excelencia, pero no solo para beneficio personal, sino para poner sus capacidades al servicio de la comunidad.

Los héroes de la antigüedad, como Aquiles y Héctor, eran excelentes porque su habilidad garantizaba la supervivencia de su pueblo. Hoy, la excelencia se ha democratizado: no se trata de destacar sobre los demás, sino de superarse a sí mismo y poner ese talento al servicio de la sociedad.

Las empresas y los políticos deben entender esto. Si trabajan para el bien común, serán valorados. Si solo buscan su propio beneficio, terminarán destruyendo la comunidad que los sostiene.

Los ciudadanos debemos exigir líderes excelentes, comprometidos y éticos. Y si logramos eso, quizás en el futuro recordemos sus gestas, como en las epopeyas de Homero.

P.: No sé si estaremos aquí para verlo. 

R.: Yo creo que no, pero, bueno, hay que indicar que ese es el camino.