Este jueves, tras la investidura de Pedro Sánchez, me fui de fiesta con mis amigas. No porque hubiera nada que celebrar, sino para pasar el trago y la melancolía. Que el hombre del muro no nos quite nuestro alegre natural. Y he amanecido el viernes con resaca y mala conciencia, como algunos diputados socialistas, con la sensación de que no debí hacerlo. Mecachis: ando más lacónica que Emiliano García-Page cuando ayer por la tarde le mandaba a Sánchez su mensajito de cortesía y felicitación, sin llamarle, siquiera, querido presidente ni cariñitos por el estilo. Se ve que está la cosa fría entre ambos, pero eso ya no tiene remedio por mucho que Sánchez defendiera a Page el otro día de la lanzada de Gabriel Rufián, el mejor vaquero del ruedo ibérico. Pura simulación.

Total, que Page se queda en su refugio del Palacio de Fuensalida, que está allí tan calentito y a resguardo, y Sánchez un tiempito más en la Moncloa, que era el sueño que no le dejaba dormir y había que conseguirlo como sea. Y así ha sido: amnistía, humillación, un presidente de rodillas ante la caverna separatista y una España dividida por el muro del sanchismo, y tan orgulloso que está el tío, además. El humo del sectarismo ciega sus ojos y no tiene pinta de que vaya a despertarse pronto. Ese dinosaurio nos lo vamos a encontrar los españoles en cada desayuno y habrá que ver si Page sucumbe a la desesperanza y se encierra en su nostalgia o sigue dando la batalla en el lado del muro en el que Sánchez ya le ha colocado, que ni siquiera le mandó invitación para estar en la investidura. Ni falta que hacía, claro.

No me extraña que Carlos Alsina, con ironía inteligente, cite a Page cariñosamente como “Emiliano-Siempre a la Espera-Page”, según me ha parecido oír esta mañana mientras me tomaba un colacao peleón, a ver si el resabio de la noche me iba despejando las neuronas. El caso es que al menos Alberto Núñez Feijóo le ha felicitado a Sánchez con estilo: “Es un error lo que acabas de hacer, esto es una equivocación”, aunque a mí lo que de verdad me hubiera puesto en órbita habría sido asistir a los abrazos de los diputados que, con la nariz tapada, anoche no pudieron dormir del todo y el “sí” se les aparecía en la duermevela como a Don Quijote el gigante de los molinos de La Mancha. Queriéndoselos comer.

Así que, queridos amigos, más allá de Feijóo, la estrella de estos días del PP es Isabel Díaz Ayuso, que ha dado la vuelta a España con el episodio de la fruta, que tanto le gusta, y ha vuelto a demostrar lo mucho, tirando a infinito, que a la izquierda española le encantaría tener a un personaje así entre sus filas: tan sin complejos, tan afilado, tan hablándole al rival en su misma clave, su lenguaje y sus modales. A Paco Núñez, el presidente de los populares de Castilla-La Mancha, también le gustan ambas dos, Ayuso y la fruta, y su equipo se ha marcado un vídeo de Alejandra Hernández para sumarse a esta causa madrileña que se ha disparado por las redes. ¿Qué es la macedonia de Ayuso comparada con el terremoto destructor de Sánchez? Pues eso, la picadura de un mosquito en la piel de un elefante con la cara de hormigón armado.