Pedro Sánchez, como en tantas otras cosas que nos sorprenden a los que pensamos que en las democracias no todo vale, ha roto también con algo que ningún otro aspirante a la Presidencia de Gobierno antes se había atrevido a dejar de lado. En estos cuarenta y cinco años, ningún presidente de Gobierno, de Adolfo Suárez al propio Pedro Sánchez de la anterior legislatura, se había atrevido en su discurso de investidura a renunciar a ser el presidente de todos los españoles. Algo insólito y que uno sólo puede entender como fruto de un ofuscamiento producido por el agudo sectarismo que parece haberse apoderado del personaje.

La imagen del muro levantado contra la media España que no forma parte de su frankestein, más de once millones de españoles, es demoledora en cuanto a la concepción de la política y el ejercicio del poder que translucen unas palabras que nunca se atrevería a decir un demócrata y un político decente. Confesar que marginará a la mitad de España con la construcción de un muro de sus legítimos representantes es algo que produce estupefacción y que solo puede conseguir añadir miles de ciudadanos en su contra.

Está claro que la táctica del frentismo no la ha inventado Sánchez. Desde aquel mayo del 2015 en que irrumpió el populismo poniendo en el punto de mira la transición y el sistema que salió del setenta y ocho, en el PSOE, desbordado por la izquierda, se apresuraron a comprar la mercancía que les ha permitido liderar una izquierda que impugna su propia historia.

Zapatero se empleó en ello y su digno sucesor es Sánchez. La diferencia es que éste, enredado en sus mentiras, "cambios de opinión", lo que haga falta, rematado con el "como sea", por una vez ha tenido un lapsus y ha expresando en voz alta solemnemente su gran verdad. Gobernará para todos los que se sitúan en su lado del muro. Los de más allá no cuentan. Claro que esa verdad, desvelada entre tantas mentiras, sirve para reforzar a su tropa de hooligans y fervientes seguidores, que simplemente se sentirán a salvo tras esa pared, a la vez que deja claro a sus aliados donde tendrán siempre un socio fiable dispuesto a pagar cualquier precio por el poder.

En esa España de muros y cinturones sanitarios uno se pregunta dónde se situarán políticos como Emiliano García-Page y si aún hay alguna esperanza.